La "Aldea perdida" de la que habla Palacio Valdés en su novela más conocida no llegó a extraviarse por completo. Laviana es el concejo bisagra del valle, en el que se une la naturaleza y el mundo campesino del alto Nalón y la minería y la industrialización de Langreo y San Martín del Rey Aurelio. Precisamente por este motivo buena parte de su paisaje y de su territorio se libró de la explotación, pero al mismo tiempo, llevó a la comarca a cierta indefinición contra la que aún está luchando. "En San Martín, encontraron en las empresas de las nuevas tecnologías su tránsito hacia el futuro, aquí estamos buscándolo. Tenemos que afrontarlo con armas de futuro, sin nostalgia del pasado", expuso el historiador, experto en la obra de Palacio Valdés, Francisco Trinidad, que ayer participó en la charla "La vuelta a la aldea perdida". Un acto enmarcado dentro de los actos del Club LA NUEVA ESPAÑA de las Cuencas organizado con motivo del vigésimo aniversario de la edición comarcal.

En el acto, además de Trinidad, participaron los historiadores Rosa Campal y Luis Benito García. Campal subrayó que antes de la llegada de la industrialización, y pese a su carácter netamente campesino, en el concejo llegaron a atesorarse un buen número de importantes obras artísticas, como el retablo barroco de la iglesia de Llorío -parroquia muy pujante, durante siglos muy por delante de Pola de Laviana-, obra de Antonio de Borja, o el de Entralgo, de Toribio de Nava. Para la historiadora, Laviana "nunca abandonó la aldea", en parte porque los mineros del concejo siguieron muy vinculados a la tierra: trabajaban la casería, que era la que les daba de comer, y en la mina, que les proporcionaba dinero.

En 1890, Pola de Laviana contaba con unos 500 habitantes. Doce años después eran más de 3.000. "Para vivir se alquilaban paneras, hórreos, cobertizos". Llegó mucha gente nueva, con nuevas costumbres. Algo que, tal y como apuntó Francisco Trinidad, asustó al escritor Palacio Valdés, que volvía a Entralgo en busca del pueblo que imaginaba y encontraba mineros del Meruxalín, "sucios, que trabajaban bajo tierra". El historiador tiene claro que el autor idealiza, en cierto modo, la vida campesina, y que en realidad "no me gustaría que volviésemos a la aldea", con condiciones de vida muy limitadas. Eso sí, llamó a dejar de "perder las verdaderas aldeas, nuestros pueblos", e instó a los lavianeses a "buscar nuestro camino", como han empezado a hacer en otros municipios de la comarca.

En tiempos de Palacio Valdés, apuntó Trinidad, Laviana estaba llamada a ser "el dorado de minas". Al final, "no fueron tan interesantes, y no sufrieron una acción tan agresiva como en San Martín y Langreo". Con estas armas en la mano, como concejo "bisagra", "hay que afrontar el futuro con armas del futuro, sin nostalgia del pasado".

En su exposición, Luis Benito García apuntó que Laviana, en 1834, aún con una economía agrícola en toda Asturias, fue nombrada cabeza judicial de todo el valle del Nalón, de Aller y de Bimenes. La industrialización y la minería hicieron que la actividad judicial se disparara, "con muchos jóvenes, solteros, llegados a trabajar de fuera". Esto aumentó la necesidad de nuevos servicios, y acabó por cambiar por completo la estructura de la villa. Vertebrada inicialmente alrededor de la plaza de la Pontona, en la actual zona alta de la población, a finales del siglo XIX y principios del XX, comenzó a edificar en la vega, la zona de cultivos, donde se construyó la nueva iglesia parroquial y el nuevo Ayuntamiento. "Se invade la vega y, a partir de ese momento, el modelo ya no es el agrario, es el minero", aseveró el historiador.

Es el inicio de lo que puede llamarse como la vida "moderna". El ocio se mercantiliza y aparecen restaurantes, los cines, se demandan nuevos servicios, como la banca. La necesidad de transporte aumenta. El primer club ciclista de Asturias se funda en Laviana en 1897. Se deja de hacer el pan en casa, se crean las primeras panaderías industriales y símbolo del progresivo cambio en la forma de alimentación de los habitantes de la zona.

Tras la exposición de los conferenciantes, el público formuló algunas preguntas, como el auge del asociacionismo para conservar tradiciones y el patrimonio etnográfico. "Lo que nos identifica, lo identitario, es lo que nos individualiza y lo que nos hace universales", apuntó Luis Benito García. Y es algo de lo que la sociedad se ha dado cuenta "hace poco tiempo".