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Historiador

El caso del chantre corrupto

La historia de Martín Guterriz, que en 1297 ya se quedaba dinero de las tasas y mercancías de los transportes que tenían que cruzar el puente de Mieres

El caso del chantre corrupto

No señores, no hay nada nuevo bajo el sol y mucho menos en lo que concierne a la picaresca. Desde que el mundo es mundo ha habido estafadores y corruptos, aunque seguramente muchos menos que ahora, pero ya en la antigüedad clásica se conocieron casos sonados y son famosos los discursos de Cicerón denunciando a los políticos de su tiempo que ya se enriquecían, según él desalentando a los ciudadanos honrados, enfadándolos e incitándolos a la rebelión.

Es imposible saber cuándo entró esta lacra en la Montaña Central, pero ya en la Edad Media hubo quien se manchó las manos quedándose con un dinero que no le correspondía y que estaba encargado de guardar.

El primer documento en el que se puede leer el nombre de uno de estos tramposos data del año 1297. Se llamaba Martín Guterriz y era chantre de la Catedral de Oviedo cuando decidió dejar en su bolsa las sustanciosas rentas que producía el puente de Mieres por el que pasaban a diario vecinos, comerciantes, viajeros y peregrinos camino de San Salvador.

Acerca de este puente, que estaba ubicado a la altura del Requexau, muy cerca de la actual pasarela metálica, escribió en su día la historiadora y amiga Mayte Zapico dándonos algunos datos, como el de que tuvo que ser reparado a causa de las riadas en varias ocasiones, por ejemplo en 1233 por el maestro Johannes Pelaiz, o en 1383, cuando el rey Juan I dio la orden desde Segovia de que se arreglase porque, dado su mal estado, eran frecuentes los accidentes y las caídas al río de los romeros que iban a Santiago por nuestro camino.

En esa ocasión, nos recuerda Mayte Zapico que para contribuir a la reparación se estableció un peaje de dos dineros por cada bestia mayor y un dinero por cada menor, tanto a la ida como la venida y que hubo polémica con los vecinos de Oviedo, que se negaron a pagar, consiguiendo en principio que Juan II les eximiese del peaje, pero teniendo después que posar el huevo como todo el mundo, cuando el Obispo reclamó y el rey acabó dándole la razón y el derecho de cobro.

Con esta información queda claro que el puente en aquel momento ya debía de ser muy viejo, seguramente levantado sobre otro de época romana que dejaba a quienes lo cruzaban muy cerca de la torre del mismo origen, rehecha en la Edad Media y que hoy forma una de las esquinas donde se aloja el IES "Bernaldo de Quirós". Benjamín Álvarez "Benxa" anotó en su Laminarium que a mediados del siglo XX aún podían reconocerse parte de las cepas en el cauce del Caudal durante los meses del estiaje y todavía viven muchos testigos que lo corroboran.

Ya en 1968 se levantó en la misma zona el que vemos ahora, modernizado para adaptarlo al nuevo encauce y la obra de la autovía. Fue una buena obra para su época, construida por Dragados y Construcciones bajo la dirección del prestigioso ingeniero Carlos Fernández Casado, responsable de otras obras más audaces en años posteriores. Se planteó con un solo arco de 70 metros de luz con semianillos prefabricados, que llevaban un atirantamiento exterior provisional hasta que se acababan de hormigonar los tímpanos y la losa superior.

En cuanto a la posible estructura del puente medieval no podemos hacer más que deducirla por comparación con los que se conservan en otras partes del norte de España: siempre de vanos impares y con la bóveda central de mayor tamaño para centrar la capacidad de desagüe en el centro del río. Por eso su cubierta hace una curva, que a veces es muy pronunciada y sus extremos son de menor altura.

Los puentes eran fundamentales para que las mercancías de todo tipo pudiesen llegar hasta las poblaciones y por ello, además de peajes extraordinarios, como el que hemos citado, se mantenían siempre unas tasas, que en el de Mieres cobraba directamente el Obispado. En aquel 1297, quien llevaba las cuentas era el chantre, un cargo eclesiástico de mucha importancia que recaía sobre el maestro del coro de la Catedral y le daba derecho a llevar una vestimenta que reflejaba su dignidad, tocarse con capa e incluso llevar un bastón de mando, como el de las autoridades civiles.

Pero Martín Guterriz seguramente pensó que lo que sucedía en Mieres no tenía por que saberse en Oviedo y se quedó dineros e incluso parte de las tentadoras mercancías que a diario se veían obligadas a transitar por su puente: salazones, frutas, vino, telas, lana, baratijas, artesanía y sobre todo sal, un producto fundamental para la conservación de los alimentos cuando aún no se soñaba con que podía haber otro mundo al otro lado del mar y las especias eran un tesoro exótico.

De alguna manera, el escándalo llegó a oídos del Obispo y este obró en consecuencia imponiendo a su funcionario el castigo más degradante que podía sufrir un católico: la excomunión, una condena que, según las leyes eclesiásticas solo debe producirse en casos muy graves o cuando fracasan la corrección fraterna y la reprensión o si la solicitud pastoral no basta para reparar el escándalo, restablecer la justicia y conseguir la enmienda del acusado.

Tal vez la pena fue tan dura porque el Obispo acababa de asumir ese cargo y necesitaba demostrar su autoridad para romper con los malos hábitos de su antecesor. Se llamaba Fernando Alonso -ya saben como quien- y llegó al puesto en un momento clave para la historia de la Catedral, que con su decisión y su apoyo económico personal empezó a ser el edificio gótico que conocemos ahora, puesto que donó la cantidad de 2000 maravedíes para las obras de la sala capitular la parte más antigua de su arquitectura gótica, cuando aún no estaban construidos ni el claustro ni mucho menos la gigantesca torre que hoy adorna su fachada.

Martín Guterriz, al parecer no debió de arrepentirse por las buenas porque perdió la facultad de concurrir a los actos y ceremonias religiosas, lo que le supuso tener que dejar a otro su puesto en la dirección del coro y de paso perder su derecho a entrar en el Cielo.

La historia de los puentes sobre el Caudal es dilatada y en ocasiones confusa, ya que en alguna ocasión a este se le confunde con su hermano en importancia, que salvaba el río al otro lado del paso del Padrún. Así, en otro documento de 1474 se puede leer que se concede un permiso para hacer una casa y un hórreo junto al puente de Mieres, encima de Olloniego, lo que no requiere más comentario.

Pero sin movernos del lugar en el que se levantaba este medieval del Requexau, siguiendo tanto la calzada romana como el Camino de Santiago por el norte, allí hubo otro, que formó parte del paisaje mierense durante muchos años y que, de haberse conservado, hoy sería un elemento patrimonial digno de protección. Fue el puente colgante, de paso indispensable para los puristas dentro del ritual de peregrinar hasta Insierto el día de la fiesta de los santos Cosme y Damián.

Se colocó entre abril y noviembre de 1960 y de su envergadura da idea el conocer que allí trabajaron 150 obreros colocando 230 metros de cable de 41 milímetros, 800 metros de 20 milímetros y 1800 metros de alambre de 4 milímetros para la protección de sus barandillas. Su longitud era de 95 metros con el suelo de tableros de roble de 1,20 metros de ancho y para sustentar sus amarres se emplearon 120 sacos de cemento. Todo ello tuvo un presupuesto de 45.000 pesetas.

Les doy estos datos porque a veces alguien me ha preguntado por la historia de este puente y acabo de encontrarlos repasando un Comarca del 27 de mayo de 1961 donde se entrevista a don Manuel Rodríguez, un calderero jubilado del Grupo Barredo que se encargaba de su conservación y que manifestaba su satisfacción porque el atajo suponía para los trabajadores que tenían que desplazarse hasta ese pozo desde Paxío, Requexau o La Fonda, un ahorro de tres horas diarias entre la ida y la vuelta. Y es que, de no existir, habrían tenido que seguir pasando por el de Santullano o el de La Perra, también reconstruido tras la riada que se lo llevó en 1926, o, cuando la fuerza del agua lo permitía en las barcas que se dedicaban a este fin y de que las que "Benxa" volvió a darnos noticia citando los expresivos nombres de dos de los barqueros, que había oído en su infancia: "Cagarria" y "Xuan del home".

Como sucedió con el puente de Requexau, también el de La Perra tuvo que actualizarse. En este caso se conservó el antiguo y a su lado se construyó en 1987 una estructura más funcional. Ya les he dicho muchas veces que la historia es un bucle, empezamos con un caso de corrupción en 1297 y siete siglos más tarde volvemos a lo mismo porque hubo quien, sin ser chantre ni temer al cielo, supo sacar tajada de esta obra pública. No esperen que les de más datos, yo hago historia y no tengo ni tiempo ni ganas para meterme en pleitos, pero al aire se lo digo y seguramente muchos ciudadanos saben de lo que estoy hablando.

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