Dependiendo del bando, durante la última guerra civil el mismo dolor se conoció con una denominación diferente. Los franquistas interpretaban las heridas en combate como "sufrimientos por la Patria", mientras los milicianos preferían suponer que lo que dejaban en las trincheras era "sangre del pueblo", pero de una u otra forma, la realidad fue que cientos de miles de españoles perdieron su vida en aquellos años y muchos más salieron de la contienda con mutilaciones y consecuencias físicas irreversibles.

La crudeza de la lucha hizo que desde el primer momento la sanidad militar se convirtiese en una de las principales preocupaciones de todos los mandos. Para intentar paliar la magnitud del desastre se habilitaron hospitales y dispensarios de urgencia en aquellos edificios capaces de albergar quirófanos y salas para convalecientes o moribundos, aprovechando también aquellos recintos que ya estaban preparados para este fin en época de paz, como el sanatorio que tenía en Sama la empresa Duro Felguera, aunque se dio la paradoja de que otros tan emblemáticos como el de Bustiello, de la Sociedad Hullera Española casi no funcionaron o ni siquiera llegaron a habilitarse, como pasó con el hospital de Ablaña, perteneciente a Fábrica de Mieres.

Este hecho debe explicarse en la mala organización que tuvo la estructura sanitaria en las cuencas mineras asturianas asturiana bajo el control republicano desde el 18 de julio de 1936 hasta finales del mes de octubre de 1937, asumida primero a partir de los acuerdos de partidos y organizaciones sindicales que formaron los Comités de Guerra y al final por un Gobiernín donde la mayoría de los consejeros estaban más pendientes de salvar su propio pellejo que el de aquellos pobres que tenían bajo su mando.

Por ello no nos resulta extraño encontrar situaciones tan distintas como un pequeño hospital atendido casi al pie de las trincheras en Villamanín por La Cruz Roja de Mieres, al lado de otro organizado por la CNT en la Escuela de Maestría Industrial de La Felguera o varios más dependiendo del Socorro Rojo Internacional, muy interesado en concentrar este sector bajo un mando único.

Hace pocos meses llegó a las librerías una monografía titulada "La sanidad de la República en Asturias durante la guerra civil" que compendia el trabajo del mierense Carlos Ortega Movillo, catedrático de Biología y Geología, quien, ya al margen de su labor docente, se ha ocupado en estos años por el estudio de la evolución de la sanidad asturiana desde la Industrialización.

En el libro encontramos referencias inéditas sobre todos los hospitales que funcionaron en la región, entre ellos los cuatro de la Cuenca del Nalón (Villa, La Oscura en El Entrego, Sama y Pola de Laviana) con un total de 738 camas y los seis de la del Caudal (Mieres, Figaredo, Ujo, Villarejo, Pola de Lena y Caborana en Aller) con un total de 1.308, por cierto este último uno de los más importantes de Asturias tanto por su tamaño como por estar especializado en alta cirugía.

Es imposible resumir en esta página la cantidad de información que nos aporta Carlos Ortega, ya que además de dedicar un apartado a cada establecimiento, incluye fotografías, diferentes clasificaciones que facilitan la comparación de datos y el listado de sus facultativos, aportando un breve historial profesional y político de cada uno.

Nosotros, que nos paramos en las curiosidades, encontramos anécdotas llamativas, como el hecho de que en el hospital de Duro Felguera siguieron ejerciendo las Hermanas Dominicas, vistiendo sus hábitos y realizando sus prácticas religiosas sin ser molestadas o noticias tan sorprendentes como la cantidad de camas que se llegaron a colocar en algunas de las casonas más emblemáticas de la Montaña Central: 157 en el Palacio de los Camposagrado en Villa; 90 en el de Villarejo, sobre Santullano, y 100 en el chalet de Figaredo.

En muchos de estos sanatorios -seguramente la excepción fue otra vez el de Duro Felguera- se vivió con el problema de la falta de dotación y de materiales básicos, que a veces tuvo que remediarse con más voluntarismo e ingenio que órdenes inteligentes, pero además en algunos lugares se añadió la sospecha de que los médicos de reconocida ideología derechista que no tuvieron más remedio que desempeñar sus servicios en zona republicana, boicoteaban la rapidez y la eficacia del servicio.

En este sentido se recoge una información publicada en "La Prensa" el 24 de octubre de 1937 donde se acusaba a los facultativos del Hospital de Mieres de abandonar a milicianos que necesitaban cirugía de urgencia dejándolos morir, lo que motivó la inmediata reacción de los aludidos, que al día siguiente firmaron un documento de protesta dirigido a la Comisión Gestora del Ayuntamiento exigiendo un desmentido.

Hemos contado en otra ocasión como en Mieres se dispuso que los enfermos civiles siguieran atendidos primero en la Casa de Socorro y luego en el chalet de Arroxo, mientras el Hospital de Sangre se instaló en la vieja Escuela de Capataces, dependiendo del Comité de Sanidad del Ayuntamiento, que también abrió en el vecino edificio del Grupo Escolar un comedor para los milicianos enfermos que no precisaban estar encamados.

Estas instalaciones estaban en el mismo centro de la villa, por lo que se hizo habitual tanto ver llegar a los heridos que dejaba el tren sanitario en la estación del Vasco como conversar a cualquier hora con los que deambulaban por las calles esperando la hora de visita. Así mantenían a la población informados de las incidencias médicas, lo que nos hace suponer que los rumores pudieron nacer de este contacto.

A los pocos días, también la Dirección General de Sanidad se pronunció justificando los retrasos y fallos que se pudiesen haber dado con la falta de personal sanitario para atender al enorme número de heridos que estaban llegando en aquellos momentos desde los frentes.

Sin embargo, la opinión del abogado langreano José Loredo Aparicio, vinculado a la Izquierda Comunista y muy crítico con la burocracia creada en la retaguardia republicana, fue otra. Loredo, a pesar de ocupar el cargo de secretario del Consejo de Asturias y León, presidido por Belarmino Tomás, ya había denunciado en el diario Avance a la que él llamaba "sexta columna", formada por advenedizos y saboteadores e hizo lo propio en CNT expresando en una crónica que los hospitales eran un refugio apetecible para aquellos que querían estar lejos de los combates y encontraban en este puesto un lugar seguro, por lo que en algunos casos se encontraba en ellos más personal que heridos.

Seguramente estaba acertado, pero es de suponer que los recomendados de los jefes para ocupar plaza en los sanatorios no tenían ninguna preparación y fueron destinados a puestos auxiliares porque la falta de sanitarios profesionales con experiencia, médicos especialistas y cirujanos fue una constante durante toda la guerra.

Con todo, en esta acusación que afectó al hospital mierense podemos ver un aspecto curioso en la reacción de la Corporación, que también dio la razón a los firmantes afirmando que debían ser desagraviados, aunque sin negar que "existe un rumor en el pueblo de que los heridos no son atendidos convenientemente".

Nosotros, sirviendo a la verdad debemos hacer constar que en aquel momento el director era Germán Garnacho Herrera, afiliado a UGT, pero apenas llevaba allí 15 días por lo que no parece que la cosa fuese con él. Le habían precedido el comunista Carlos Villamil Artiach, desde marzo a mayo de 1937, y Pascual del Buey Larranz, quien lo siguió hasta el 8 de octubre. Su honradez también queda demostrada al saber que ambos pagaron el servicio con su propia sangre y ahora reposan en la Fosa Común de Oviedo.