Entre las numerosas publicaciones que ha amparado a lo largo de su historia el socialismo asturiano destacan tres: "La Aurora Social", fundada en 1896 por Manuel Vigil; "El Minero de la Hulla" en 1914 y el diario "Avance" en 1931. Para la edición de la segunda, el Sindicato de los Obreros Mineros Asturianos compró la imprenta Gutenberg en Oviedo y la asamblea general del sindicato decidió que cada afiliado debía aportar cinco céntimos para aminorar este gasto y ayudar a la edición, lo que ocasionó el malestar de algunos, sobre todo cuando pudieron comprobar que, en sus primeros números, se trataba de una revista casi personal en la que Manuel Llaneza llenaba sus páginas casi en solitario, firmando con su nombre o utilizando el seudónimo de "Elminas" para publicar sus cuentos de temática social y remarcar consignas contra el alcoholismo, una de las obsesiones que mantuvo toda su vida.

"El Minero de la Hulla" tuvo varias etapas y, en 2010, coincidiendo con el centenario de la fundación del SOMA, se editó un libro con un facsímil de toda su tirada. No voy a contar aquí toda la historia, pero quiero aprovechar la información que se obtiene de su lectura para llevarles hasta el origen de esta organización, que ha sido un capítulo fundamental en la historia de la Montaña Central y de las Cuencas.

El consejo de administración del SOMA empezó a publicar en el número de septiembre de 1916 de esta revista un informe sobre los primeros años de vida de la organización, donde Manuel Llaneza resumió las notas que había ido redactando desde que, en diciembre de 1910, echó a andar el primer grupo en la pequeña localidad de Vegadotos, según el modelo que él había importado desde las minas francesas.

Un mes más tarde, el SOMA ya contaba con otras dos secciones en Mieres y Sama, y en su primer trimestre de existencia logró juntar 250 sindicados con el objetivo declarado de ampliar su número hasta convertirse en la voz autorizada de todos los mineros. Para ello debía romper el miedo que imperaba entre los trabajadores de Fábrica de Mieres, temerosos de las consecuencias que podían derivarse de la decisión de afiliarse, que en aquellos momentos podían llegar hasta el despido inmediato. Así que el sindicato esperó el momento para demostrar su influencia con alguna acción en aquella empresa, que entonces era la más poderosa de la cuenca del Caudal.

La oportunidad surgió cuando el 1º de mayo de 1911 fueron despedidos 27 obreros, que en vez de acudir a su puesto en el grupo "Mariana" habían optado por secundar la convocatoria de celebrar esa jornada como día internacional del trabajo. En realidad habían faltado 300 mineros, lo que da a entender que la dirección eligió aquel primer grupo para probar la capacidad de reacción del recién nacido sindicato que por primera vez pretendía actuar como el interlocutor de sus asalariados.

Seguramente para su sorpresa, la empresa perdió aquel pulso, ya que el paro fue secundado en dos de sus mayores explotaciones, "El Peñón" y "Tres Amigos", y para evitar que la cosa pasase a mayores readmitió a los represaliados sin más condiciones. La consecuencias más inmediatas del error de cálculo de la patronal fueron que al terminar el segundo trimestre del año los afiliados al SOMA ya eran 875 y los asturianos pudieron enviar a sus representantes tanto al congreso de la Federación Nacional de Mineros como al de la Unión General de Trabajadores, donde fueron recibidos como héroes alimentando así el aura de leyenda que envolvía a esta región desde la huelgona de 1906.

Tras aquel éxito no tardaron en constituirse nuevas secciones en La Nueva, Carbayo, La Vega, Santa Ana y Turón. y en esta última localidad llegó la segunda prueba del sindicato cuando uno de sus propagandistas más activos fue despedido por otra gran empresa: Hulleras de Turón.

Una comisión de aquel valle fue delegada para entrevistarse con los ingenieros, pero estos adujeron que entre los elegidos había algún afiliado que no pertenecía a su plantilla y por ello se negaron a atender su demanda, incluso tratándoles con malos modos. Imperó la paciencia y en un segundo intento se envió otra representación, formada esta vez sólo por mineros de aquellas explotaciones, pero el resultado fue el mismo. La reacción de Manuel Llaneza, quien aún trataba de valorar su propia fuerza, fue prudente. Se trató de conseguir la mediación del Gobernador provincial antes de desatar el conflicto y el político cerró la entrevista comunicando que el director de la empresa estaba en París, pero a su vuelta él se iba a encargar de que todo quedase solucionado.

Cuando llegó el momento, según "El Minero de la Hulla", la entrevista entre el miembro del SOMA y el patrono fue breve: "¿No le han dicho a usted que estaba despedido? Pues si es que no lo ha entendido bien; está usted despedido, despedido y despedido".

Pocas horas más tarde, todo el valle de Turón estaba parado y ante el nuevo triunfo, Llaneza decidió lanzar un órdago que podía servir para consolidar definitivamente al sindicato: el 11 de septiembre, el SOMA convocó su primera huelga general logrando que 20.000 mineros la secundasen. Los patronos de Hulleras de Turón cedieron, pero a la vez hicieron que no pareciese una claudicación total al imponer la condición de que el despedido debía cumplir una sanción antes de reincorporarse a su puesto.

Otra vez la visión de Llaneza evitó caer en la trampa de intentar prolongar la movilización, lo que dada la precaria situación que se vivía en la mayor parte de los hogares habría supuesto la ruptura de la unidad e incluso, según sus palabras, "en el feudo de Comillas hubiera sido necesario derramar sangre obrera si la lucha se alargaba unos días más".

Aunque la calma duró poco por otro motivo, ya que a este paro le siguió el que se convocó en toda España en solidaridad con los obreros vizcaínos y contra la guerra de África, que el gobierno de Canalejas se empeñaba en mantener a costa de constantes envíos de soldados, que como es de suponer siempre pertenecían a las clases más humildes, dejando en el abandono a muchas familias sin que eso les importase a quienes jugaban a las batallas desde sus despachos.

En respuesta a la movilización, las autoridades ordenaron la clausura de las organizaciones obreras y el encarcelamiento de sus dirigentes, entre ellos el presidente y el secretario de la sección de Mieres, que pasaron 52 días en la prisión de Lena, mientras en la Sociedad Hullera Española, Hulleras de Turón y "Tres Amigos" se aprovechaba para despedir a quienes más se habían destacado en la propaganda de la huelga.

Pero con cada revés, el sindicato no dejaba de crecer. Al iniciarse 1912 las secciones ya eran 16 y a su término llegaron a 38, repartidas por todas las zonas mineras de Asturias, mientras se triplicaban los ingresos mensuales, que pasaron de las 1.278,75 pesetas de enero a 3.870,35 en diciembre.

Fue aquel un año marcado por el aumento de un 10% en todos los salarios mineros, conseguido gracias a la negociación entre patronal y sindicato sin necesidad de recurrir a otro paro y también porque se entró por vez primera en el impenetrable Coto de Comillas, aunque en esta ocasión sí hubo que recurrir a las movilizaciones ya que, como es sabido, don Claudio López Bru estaba empeñado en que sus mineros se alejasen del marxismo para abrazar las bondades de la doctrina social de la Iglesia, consideraba que el socialismo constituía el mayor obstáculo en esta tarea y por ello perseguía cualquier conato de implantación en su empresa.

En mayo llegó la huelga a la Sociedad Hullera Española por el despido de cinco de sus obreros. Tras 18 días la empresa accedió a la readmisión y el trabajo se reanudó, pero el acuerdo no satisfizo al señor marqués y la promesa no se cumplió. De nuevo Llaneza llamó a la mesura, hasta que en septiembre se expulsó a otros nueve y entonces sí se fue a por todas logrando el triunfo y la creación de tres secciones en aquel feudo.

A la vez, el SOMA mantuvo aquel año otro pulso interminable con la "Real Compañía Asturiana", dueña de la minas de Arnao, que tuvo su inicio en otro despido y se enquistó durante meses llevándose un tercio del presupuesto anual de la organización en ayudas a las familias de los huelguistas. Fue un bache inesperado, pero no logró frenar el desarrollo imparable de aquella organización, que logró implantar el salario mínimo en 1913 y llegar a final de aquel año a las 52 secciones.

Esta página ya no da para más. Hasta aquí los primeros pasos de un sindicato que todavía forma parte de la identidad de esta tierra, con todas sus contradicciones, que a la vez también son las nuestras.