El "turullu" de la mina dictó, durante más de treinta años, la entrada y la salida de los alumnos en el Instituto de Educación Secundaria (IES) Valle de Turón. El timbre que llamaba a los mineros a las ocho, guiaba a los jóvenes para salir corriendo de casa. El de las tres de la tarde era el final de la jornada, la hora de sentarse en familia y preparar los deberes. Pero aquella sirena no era eterna. Las minas cerraron y la población cayó en picado. En 1992, la matrícula del IES estaba por los suelos: unos 150 alumnos y menos de veinte profesores. "A ese instituto estamos a punto de meterle la pala", le dijo entonces un responsable de la Administración a Pepe Espiño, director del centro desde hace veinticuatro años. Pero de eso nada. El pueblo de Turón, que llevó el espíritu de lucha obrera a las aulas, y el empuje constante de Espiño consiguieron una reactivación del instituto. Es el único agente que ha logrado mejorar en Turón durante los últimos años. A punto de celebrar su 51º. aniversario, dobla con holgura la matrícula y el número de profesores que tenía en los noventa.

Pepe Espiño es el director que más tiempo lleva en el cargo en el instituto de Turón. "Aquí siempre me sentí como en casa", afirma este hombre, gallego con alma turonense. En cada mirada de los mineros que iban a interesarse por sus hijos, veía reflejados los ojos de su padre. Un labriego de Santiago, de manos ajadas, que siempre le decía: "Pepe, tú estudia. Si yo tengo que vender un prao, lo vendo, pero tú estudia".

Pepe estudió. En la Universidad de Oviedo terminó la carrera y encontró a su mujer. "Iba para cura pero lo dejé, mi camino era otro", explica. Está sentado frente a Antonio Mónico y Benjamín Álvarez. El primero conoce bien el origen del instituto, que impulsó el religioso alelrano José Ramón Vázquez (entonces párroco de la Cuadriella). Cuenta Mónico que empezó a estudiar en el centro en el año 1966 y que, "aunque era mixto, no veíamos a las chicas ni en los pasillos". Ellas entraban al edificio por la planta baja, ellos por arriba. No puede borrar de la memoria los días en los que la mina se cobraba el tributo por arrancarle el carbón: "Las muertes siempre tocaban a alguien del instituto".

El silencio reinaba en las clases. A Pepe Espiño le marcó un accidente en La Rebaldana, que se produjo cuando cumplía dos meses como director: "Estuvieron enterrados durante una semana, sentí el dolor de las familias". Dos fallecidos eran padres de alumnos. El espíritu minero también se colaba en clase cuando había protestas. "Si había huelga, los guajes no iban a la escuela", afirma rotundo Benjamín Álvarez, que fue presidente de la AMPA. Y el día de Santa Bárbara, que era un día lectivo al que pocos hacían caso: "No, nunca acudían a clase", reconoce Espiño.

La familia minera respondió bien cuando el futuro del IES se volvió más negro que el carbón. "Primero hizo falta una renovación integral, luego fue cuando entró en vigor la LOGSE, que querían llevar a todos los alumnos de Turón en autobús a Mieres", recuerda Espiño. Largas jornadas de negociación que terminaron bien. Pero la movilización más grande, con la que el Valle se volcó, fue para exigir la implantación de la Formación Profesional.

Sabían que era el único camino para salvar el instituto. Y la comunidad educativa lo luchó como bien sabía, con manifestaciones masivas y un encierro de once días en el IES. Uno de los que participó fue Benjamín Álvarez: "Dijimos que no abandonaríamos hasta que hubiera una solución. Y así fue". Salieron del centro con la promesa de implantación de un ciclo de la rama sanitaria. Actualmente ofertan dos ciclos.

Recorrer el IES Valle de Turón ahora es ver, en cada esquina, una cicatriz cerrada de lo mucho que lucharon. Celebrarán una comida el sábado, por el 51º. aniversario. "Todo lo que tenemos es un logro de todos, la expresión de la solidaridad", afirmó Espiño. El instituto sigue vivo sin el "turullu" de la mina.