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Historiador

El langreano accidental

El actor Narciso Ibáñez Menta nació en Sama en 1912, cuando su madre, también dedicada a la interpretación, iba a actuar en el teatro de la localidad

El langreano accidental

Edgar Allan Poe siempre ha sido mi escritor de cabecera. Vuelvo a sus cuentos una y otra vez desde la adolescencia y es el culpable de la afición por las cosas del más allá, el gusto por las historias cercanas y hasta la idea que tengo sobre la muerte. No puedo negar que esta circunstancia personal se debe en gran medida a las series de terror basadas en su obra, que emitió nuestra televisión cuando el color todavía era una fantasía. Algunas se convirtieron en fenómenos tan populares como las actuales finales de fútbol; la intriga se prolongaba varias semanas, provocando el interés del espectador y cuando se anunciaba el último capítulo donde el caso se solucionaba y se revelaba la identidad del asesino, las calles se quedaban vacías.

El maestro que supo elevar al punto máximo esta tensión fue Narciso Ibáñez Menta, un todoterreno capaz de adaptar a los clásicos, escribir sus propios argumentos, dirigir la puesta en escena y meterse en la piel de los personajes más extremos como actor de una manera admirable.

Narciso fue un animal de teatro, pero además un excelente fabulador. Su padre, Narciso Ibáñez Cotanda, había nacido en Pozo Estrecho, un pueblo cercano a Cartagena, y su madre Consuelo Menta, era de San Sebastián, por lo que ninguno de los dos llevaba sangre asturiana. Ambos estuvieron vinculados a los escenarios: él había abandonado la carrera de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos para ser actor y llegó a compartir tablas con algunos grandes de la época; ella, soprano, fue cambiando de género, para llegar desde la ópera al teatro, después de haber pasado por la zarzuela. Ya casados, después de recorrer juntos los escenarios españoles, emprendieron la aventura americana en 1919 y acabaron asentándose definitivamente en Buenos Aires en 1931 dónde los dos fallecieron años más tarde.

Dicen las biografías que Narciso Ibáñez Menta nació accidentalmente en la habitación de una casa de la calle de la Feria, en Sama de Langreo un 25 de agosto de 1912, a las tres de la tarde. El dato es cierto, pero parece que los detalles que lo adornan no lo son tanto.

Se ha escrito que sus padres se encontraban trabajando por separado, él actuando en el Teatro Campos Elíseos de Bilbao y ella en el Teatro Vital Aza de Ribadesella desempeñando un papel en la zarzuela "Molinos de Viento", cuando sintió en plena función los dolores de parto. Siguiendo esta versión, con un gran esfuerzo logró llegar hasta el final y cuando cayó el telón hubo que trasladarla hasta la habitación donde se hospedaba en Sama y allí dio a luz unas horas más tarde.

Ahora bien, cualquier asturiano conoce la distancia entre Ribadesella y Sama de Langreo y no se le escapa la dificultad y el absurdo que habría supuesto transportar a una parturienta desde la costa hasta la cuenca minera por las infames carreteras de 1912, como tampoco se encuentran razones para que la interprete hubiese buscado allí su alojamiento.

Pero para resolver cualquier duda, además deben saber que en Ribadesella no hubo ningún Teatro Vital Aza y el escenario por el que pasaban las compañías que incluían a la villa costera en sus giras por el norte era el Teatro Divino Argüelles, inaugurado el 16 de julio de 1911 con un aforo de 355 plazas, suficiente para satisfacer a la pequeña burguesía local y a los veraneantes que querían disfrutar de los mismos espectáculos que se veían en las grandes capitales.

El Vital Aza estaba en Sama de Langreo, lo que lo explica todo, y allí se encontraba la compañía, aunque dudamos que hubiese llegado a actuar aquel día porque el nacimiento de Narciso se produjo en medio de una dura huelga siderúrgica y minera que entonces traía en vilo a toda la región.

¿Por qué entonces lo de Ribadesella? La familia nunca volvió por aquí y seguramente Narciso aliñó las confusas informaciones que le proporcionó su madre con otros datos que a cualquier actor le gustaría tener en su biografía. Según parece, Consuelo Menta, como las grandes divas, viajaba acompañada, en este caso por su suegra Carmen Cotanda, y a los tres días del nacimiento las dos mujeres hicieron el petate y se fueron con el bebé hasta Bilbao. Allí, cuando aún no había pasado una semana, el pequeño subió por primera vez a un escenario, en brazos de la actriz cómica Carola Ferrando reemplazando a un muñeco para una escena de la zarzuela "La Zarina", pero desempeñó mal su papel, puesto que en vez de llorar, como se esperaba, se quedó dormido y el público salió convencido de que al muñeco le había fallado el resorte que provocaba el llanto.

La anécdota también nos parece exagerada, pero así se cuenta. Más tarde, con solo tres años cumplidos, debutó en Granada imitando a los miembros de la compañía de sus padres y con cinco ya le dieron un papel en la obra "Los Granujas" de Carlos Arniches, que la familia Ibáñez representó en Melilla, Tetuán y otras ciudades del Marruecos español antes de trasladarse a América.

Narciso Ibáñez Menta alcanzó muy pronto la popularidad en la Argentina. Según parece, su primera actuación en un festival benéfico que se celebró en el Teatro San Martín de Buenos Aires le abrió todas las puertas cuando un empresario se percató de su talento y le ofreció presentarse en el Teatro de La Comedia con un contrato en firme. Poco después entraba a formar parte de la Compañía Hispano-Argentina y con ella cruzó otra vez el océano para presentarse en 1923 en el Teatro El Dorado de Madrid.

Luego pasó unos años recorriendo todos los países de habla hispana y logró el renombre internacional sobre todo por su interpretación de personajes siniestros en obras que el mismo dirigió como "El Doctor Jekyll y Mister Hyde", "El Fantasma de la ópera o Fausto", y también triunfó en el cine. Estando en Chile conoció a la actriz Pepita Serrador con la que tuvo a su único hijo, Narciso Ibáñez Serrador, quien continuó la saga y fue aún más conocido que su padre, sobre todo por sus programas en la Televisión Española donde dirigió aquel "Un, dos, tres, responda otra vez", que se convirtió en el concurso más popular en la historia de la pequeña pantalla.

Él también tuvo pasión por los argumentos terroríficos y, por supuesto por Allan Poe. Con mucho ingenio y medios para mostrarlo no dudó en colaborar a menudo con su padre, pero se empeñó en hacer de sí mismo un personaje teatral y, para mi gusto, la parodia acabó devorando al hombre que la había creado.

Apoyado en la popularidad y la bonanza económica que le proporcionaba aquella España que se estaba abriendo al mundo tras la muerte de Franco, Narciso Ibáñez Menta regresó definitivamente y eligió para su última actuación en 1986, en el Teatro Alcázar de Madrid, al lado de María Fernanda D´Ocón en la adaptación teatral de "La hoja roja" de Miguel Delibes.

Seguramente lo hizo como un guiño a los espectadores, porque ya saben ustedes que ese era color que llevaban hace años las últimas hojas de los libritos de papel para fumar, señalando así que su final estaba próximo, pero se equivocó y su vida aún se prolongó casi dos décadas. Narciso Ibáñez Menta fue un actor integral, del que se contaron anécdotas tan increíbles como aquella que explica como en 1970 antes de interpretar a su personaje en la obra "El precio", de Arthur Miller, en el Teatro Fígaro, debía pasarse siete horas de maquillaje ante el espejo, y que él nunca desmintió.

Cuando falleció en Madrid el 25 de mayo de 2004, a los 91 años, había conocido los teatros de medio mundo representando cientos de obras de todos los géneros. Su cuerpo fue incinerado en el cementerio de La Almudena. Una forma de dejar este mundo que Edgar Allan Poe no permitió a ninguno de sus personajes.

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