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La sombra de Thatcher y la unión sindical

Antonio Hevia y Berto Barredo, durante el encierro.

El encierro de Barredo fue para los mineros asturianos su paso de las Termópilas. El pozo mierense estrechó el frente de defensa del sector hasta el punto que la resistencia fraguó en unas conversaciones de "paz" con el Gobierno Felipe González. La idea del encierro nació en la mente del por entonces máximo responsable minero de CC OO, Antonio Hevia. "De no ser por la capacidad de diálogo y el talante conciliador de Tonín (Hevia) no hubiera sido posible todo aquello". Varios miembros del SOMA reconocen así el importante papel que jugó el líder de CC OO. Organizar una acción conjunta entre los dos sindicatos no era tarea sencilla hace veinticinco años: "En los pozos la gente sentía que peligraban sus trabajos y había mucha crispación. En ocasiones los sindicatos íbamos a rebufo de lo que se decidía en las asambleas, nos pasaban por delante. Los enfrentamientos entre ambas centrales eran constantes, con insultos, amenazas y descalificaciones", recuerda el morciniego José Manuel Suárez, por entonces secretario de Acción Sindical del SOMA: " Cogimos miedo con lo que había pasado en Inglaterra con Thatcher y nos concienciamos de que no podíamos andar todo el tiempo a hostias. Por suerte apareció Antonio Hevia, que no era tan radical como otros dirigentes de CC OO y propició un entendimiento".

Antonio Hevia logró convencer a José Ángel Fernández Villa, que actualmente está expulsado de su sindicato y enfrascado en un proceso judicial por un presunto enriquecimiento ilícito. El todopoderoso secretario general del SOMA unía en 1991, a su condición de dirigente sindical, su pertenencia a la ejecutiva nacional del PSOE, partido que estaba a su vez en el Gobierno. Ciertamente su posición no era sencilla. "Esta circunstancia generaba una lógica desconfianza, ya que al estar Villa en aquella ejecutiva podría esperarse que intentase impedir las contestaciones contra su partido", explica Antonio Hevia, que finalmente logró convencer a Villa: "Es cierto que el encierro de Barredo se me ocurre a mí. Lo hablé con compañeros muy cercanos, no más de tres, y me tacharon de loco, pero hacía falta una medida contundente. Hablé con Villa en la sede de Hunosa, ya que estábamos estancados. Me dijo que era demasiado fuerte, pero que no descartaba nada. Al día siguiente me confirmó que estaba dispuesto a estudiar una movilización de este tipo, pero que entrañaba muchos riesgos".

La organización del encierro se llevó en total secreto y sólo tres miembros de cada ejecutiva conocían los detalles. Raúl Casasola (SOMA) hizo los preparativos en Barredo, donde trabajaba, con gran sigilo: "Preguntaba por todo, pero intentando no levantar sospechas". Así, muchos de los dirigentes sindicales, sobre todo los del SOMA, fueron citados el mismo 22 de diciembre de 1991 sin tener conocimiento de lo que iba a suceder aquella noche: "Nos dijeron que lleváramos ropa de abrigo y que la acción podía durar más de un día, nada más", recuerdan. Tras semanas de preparativos, se eligió la fecha del 22 de diciembre, un domingo. "El gran temor que teníamos los días previos era que la policía desarticulara el operativo para acceder a la mina, lo que nos hubiera hecho hacer un ridículo espantoso. Tomamos todas las precauciones posibles", reconoce Hevia. A las seis de la tarde se comenzó a llamar a los integrantes de sus ejecutivas, en total 36 sindicalistas del SOMA y CC OO, contando a sus dos cabecillas. A las diez de la noche se citaron en el local del pasivo de Hunosa, en la calle Numa Guilhou. Fue en ese momento y no antes cuando Villa y Hevia hicieron públicos sus planes. En menos de una hora se encerrarían en la cuarta planta de Barredo. Minutos después se subieron a una comitiva de coches y, saltándose semáforos, salieron en fila india hacia la vieja explotación. "Cuando llegamos a Barredo corrimos todos hacia la jaula y un compañero tuvo que interceptar en el último momento al capataz".

Tras un año de movilizaciones, extenuantes conversaciones y una interminable lista de reuniones oficiales con el Ministerio de Industria y con los responsables económicos del Gobierno de Felipe González, capitaneados por Carlos Solchaga, los principales líderes de los sindicatos mineros se habían atrincherado bajo tierra, donde permanecerían doce largos y agitados días. El encierro fue una impagable campaña de "marketing". La coincidencia con las fiestas de navideñas no fue una casualidad. Así, en Nochebuena, a las nueve de la noche comenzó el telediario y, tras una breve referencia a los discursos navideños del Rey y del Papa, el protagonismo fue para los mineros asturianos encerrados bajo tierra en defensa de sus puestos de trabajo: "En ese momento supimos que habíamos logrado abrir brecha. Las muestras de simpatía fueron una constante, llegando miles de telegramas de apoyo desde toda España", destaca Antonio Hevia. A esas alturas el SOMA y CC OO ya se había hecho con el control total del pozo Barredo, que se convirtió en el "búnker" desde el que Villa y Hevia dirigieron las virulentas protestas que había en el exterior, sobre todo en Mieres. Durante dos semanas la ciudad se convirtió en un campo de batalla, con constantes enfrentamientos entre mineros y antidisturbios. "Dentro estábamos muy preocupados por lo que pasaba fuera, ya que por mucha información que nos llagara teníamos una terrible sensación de aislamiento".

El 3 de enero los sindicalistas pusieron fin a su largo encierro y fueron recibidos en el exterior por una multitud que les arropó con tratamiento de héroes. "Dentro no teníamos muy claro qué tipo de recibimiento nos esperaba", reconoce Joaquín Uría. "Poco antes de salir habían llenado el pozo de folletines descalificándonos". Desde ambos sindicatos se vincula esta acción con un grupo de dirigentes de IU. Ya en el exterior, a Villa y Hevia, según este último, les esperaba otro encierro, esta vez en los despachos del Ministerio de Industria, con alguna reunión secreta en la sede del PSOE, en Ferraz. Si el espíritu combativo de CC OO había resultado determinante para desencadenar el encierro de Barredo, a su término fue la capacidad estratégica del SOMA y su ADN negociador lo que impulsó la reivindicación minera. Dos meses después, el propio Consejo de Ministros, un hecho ya de por si insólito, daba luz verde al plan de Hunosa 1991-1993, el primero que conllevaba el cierre de explotaciones, pero con compensaciones nunca antes recogidas dentro del marco del carbón. Además, fue el embrión del Plan General de Minería firmado en 1996, que trajo la llegada de los fondos mineros, miles de prejubilaciones y el inicio de un ambicioso proceso de transformación social e industrial, que con el paso de los años ha quedado incompleto.

En 1991 la fuerza de la minería asturiana, con unos 20.000 trabajadores sólo en Hunosa, se concentró en Barredo, con un triunfo del movimiento obrero de unas dimensiones que no se han vuelto a ver en España. Sin embargo, aquellos históricos doce días enmarcados en plenas navidades han quedado parcialmente sepultados en el olvido. En Barredo no hay ni una placa que recuerde el encierro. Las instituciones nunca han promovido ningún acto conmemorativo. No lo han hecho ni los propios sindicatos. Un cuarto de siglo después de que Barredo se convirtiera en la última trinchera de la minería, la vieja mina convive ahora con una tranquila melancolía.

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