Aquí en la Infiesta. Llegado el invierno, los árboles, ignorantes del cambio climático, conservan su dorada librea. Sus hojas ataviadas de otoño se cubren de nieve. No siempre se produce esta escena. Lo que me alerta de que he de disfrutar de esta efímera imagen. Pues nunca se sabe ni cuán larga o corta será nuestra existencia. Ni cuántas veces más seremos premiados con tan idílica estampa. Esta climatología apenas invita a contemplar más allá del cristal. Acompañado y percibiendo los aromas más sublimes: el del buen café humeante, el de la nieve al fusionarse con la hierba y el de la madera en el fuego. Saboreando esa taza, evocando en la memoria, frente a la chimenea, mil eventos imborrables. Recuerdos que me invitan a escribir.

Introducción. Hoy os quiero traer al papel un personaje excepcional. Intachable para quien lo quiera o no juzgar, pues no hallará en él nada impropio a lo que asirse. Aun cuando nuestro sentido crítico fuera guiado por los insidiosos pasos hacia la diatriba. Provisto de humildad, lealtad y honestidad. Principios hoy escasos y ancestrales, casi en proceso de desaparición.

El personaje. Por Ramón Camblor lo conoceréis. Nace en Oviedo, el mismo día que Emilia Pardo Bazán, pero 122 años después. Pasó a vivir en Sama, en Los Siete Pisos, junto al cine Felgueroso (diseño inspiración Lloyd Wright). Allí mismo su abuelo, Placido Beltrán, que luego se "convertiría" en un colegio de Ciaño, a base de cinquillos y escobas le cambiaba valores por sosiego. Fernando y Charo le dan la vida, educación y unos genes repletos de principios. Al igual que a Nano (luchador silencioso y consejero de los más necesitados), Ana (la hermana que siempre está ahí, cuando la necesitas) y Julín (todo el mundo lo quiere), sus hermanos. Con Carballido, Santana, Arana, Joaqui y Emilín, asiste al pupitre y a mil correrías infantiles. Con Dolfi, David, Gelo, Choche, Noe y José Antonio además del instituto, mil experiencias adolescentes. Y después, al final de su etapa didáctica, con Pedro, Miguel, Quico, Tino, Michel, Julio y Eu comparte libertad, carrera y bares.

Un viejo transistor, las tardes de los domingos escuchando los partidos de Liga y la locución vehemente del ínclito José María García le incitan la pasión por el periodismo. Hizo la carrera en Vizcaya e inmediatamente inicia prácticas en Radio Vetusta. Tres años sin cobrar un duro, pero la etapa más rentable de su vida: conoce a su gran amor, Mónica. Le aporta lo más preciado de toda su vida: Paula y Beltrán. Y dos nuevos padres, Pepe y Marisa. Después trabaja en RNE en Oviedo y Ponferrada, cuna del insigne Luis del Olmo. En la Televisión Local de Gijón y desde hace quince años en TVE. Hoy es el director de Magacines.

Ramón, como todo buen asturiano, lleva inscrito el gen de la aventura y, aunque tuvo que salir fuera, su corazón, su familia y su tierra quedarán anclados para siempre bajo los designios de su origen y de su destino. Si sus logros profesionales son reseñables (millones de personas ven cada día el producto de su intervención), aún lo son más los emocionales. Ramón ha creado una familia admirable. Inculcando unos valores loables a los que aferrarse y por los que regirse. Y aunque la mayoría hace del dinero dogma de fe, con Ramón ocurre algo excepcional... no sólo no es esto lo que le motiva, sino y sobre todo los suyos, su familia y ésta, a su vez, por él.

Cuento del urogallo mareón. En la arena, esta vez de turba, grava y hierba. Los contendientes, ciegos y ebrios de multitud, preparados para la batalla, se disponen a enfrentarse a cada enemigo. Cuales gladiadores romanos, pisando el albero, impregnado de sangre, sudor y muerte, se baten hombres o urogallos, luchando por la gloria eterna o su propia supervivencia. Fuerza, ímpetu, valor y coraje despliegan los jugadores del Sporting o el toro gallo.

Según su ubicación, en el circo aquende la alta montaña entre hayedos y piornales o en el campo de fútbol allende las cumbres o allá en El Molinón. Empecinados y borrachos de adrenalina, los urogallos en la arena del cantadero se aferran a dirimir cuál está mejor cualificado, cuál cubrirá las hembras y perpetuará su propia estirpe.

Mientras, los jugadores del Sporting, en una lucha cainita, pero no por lo sangriento de la contienda, sino por el peligro de caer víctima de un tercero en discordia, un aficionado, una cámara indiscreta o un locutor insidioso.

Absorto en el fragor de la hostilidad, concentrado en conseguir su objetivo. No llegará jamás a percatarse siquiera, porque el enemigo fue abatido. Si fue un águila, un lobo, un oso, un cazador o un gol en un partido.

Y alelado cual "Mansín" en Tarna, el urogallo atolondrado y perdido fue a parar a las fauces del hombre y su amigo. El perro.