La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crónicas Desde La Infiesta

Eduardo Lastra y el ciervo volante

El exalcalde de Taramundi estuvo 32 años mejorando, paso a paso, su pueblo

Eduardo Lastra.

El personaje. Hoy os presento a Eduardo Lastra. Nació el 9 de diciembre de 1950 en Llan, un bonito lugar del laborioso concejo de Taramundi. Es hijo de Leopoldo, un habilidoso de la cuchillería y Elvira, una hacendosa agricultora.

Su historia. Fue igual que su padre un buen artesano, ganadero, militar, sindicalista, secretario, gerente, diputado, vice consejero y alcalde de vocación, pues 17 años sin cobrar una mensualidad, así lo atestiguan.

En aquellos tiempos su condición de sindicalista y simpatizante comunista le hacían pasar más por la vicaría que a los mismos curas, pues las reuniones y asambleas las oficiaban en la iglesia o en la casa sacerdotal en Oviedo, o en la casa de Ejercicios Espirituales en Mohías.

Corría el año 1979 y el 3 de abril se celebraban las elecciones municipales. Desde el sindicato animaban a Lalo a presentarse a la alcaldía de Taramundi, pero no estaba convencido. Sin embargo el ultimo día de plazo, bajo una gran nevada, se suceden múltiples movimientos, afiliados, vecinos, familia, le instigan y lo consiguen.

Un poco antes de las doce de la noche registra su candidatura en el Ayuntamiento. Como consecuencia de la tempestad, en los concejos de montaña tienen muchos problemas para cumplir los tramites a tiempo. Ante esta situación, Martín Villa, Ministro de Gobernación, amplió el vencimiento y permitió 24 horas más. Ese día nadie pudo pensar, y menos los mismos aspirantes, que superarían las nueve legislaturas seguidas. Desde entonces, Lalo dice que fue alcalde gracias a Martín Villa y a la nieve.

Eduardo nos cuenta que en aquellos momentos, fueran del color que fueran, los ediles de los pueblos pequeños trabajaban muchísimo, eran alcaldes 24 horas, negociaban y llegaban a acuerdos. Hacían de todo, a veces incluso de consejero matrimonial.

Ha recorrido el mundo, "siempre iba con los ojos de aprender". Por España, a contar lo que paso en Taramundi. Por Chile, Austria, Alemania, Argentina aprendiendo modelos de gestión forestal. "Se hicieron cosas bien, otras regular y otras seguro que mal", nos confiesa con honesto pudor. "Luego vinieron momentos gratos, como la puesta en marcha del hotel La Rectoral, la primera red de electrificación, las carreteras".

Lalo rezumando humildad y reconfortado por el recuerdo de las muchas satisfacciones vividas al amparo de su pasión, le sobreviene un intenso sentimiento de culpa, cuando menciona a Nélida, su esposa, a la que considera la verdadera sacrificada de su actividad política y a ella dedica este merecido homenaje.

El cuento del pequeño ciervo. El magnífico roble se erguía imponente. Majestuoso, se elevaba casi hasta el infinito, anhelando tocar el cielo. Las nubes rodeándolo le otorgaban pleitesía. El viento doblaba sus ramas más endebles aunque respetaba su imperturbable porte. Las nevadas, cuando se tornaban copiosas, a base de acumular capas, doblaban los extremos de sus ramas más flexibles y si acaso el quebranto de alguna de ellas.

El sol incidía plomizo sobre la superficie foliar y salvo escasas excepciones de inclemencia, "solo" le instaba al intercambio clorofílico. La oscuridad de la noche le proporcionaba el descanso necesario después del trabajo fotosintético. La luna escoraba la sabia atrayéndola con la gravedad hacia el satélite. Los arboles de alrededor lo abrigaban y protegían acompañándolo.

La tierra donde hundía sus raíces lo alimentaba cual ubre negra de orgánica materia. Sus hermanas las plantas tapizaban el soto y algún liquen se adhería al lado nórdico y umbrío de su tronco. Y por fin de los animales, alguna talla hendida en su corteza por la fluctuación hormonal del impetuoso verraco. Jóvenes ramas desnudas de corteza, rasgadas por las correosas cuernas de los venados. Algún orificio construido como nido familiar del paro carpintero. La hinchazón esférica de las agallas que las avispas utilizan como criadero de su prole. Y pocas e insignificantes situaciones soportables.

Hasta que un día del medio millón vividos, una de sus raíces expuesta a un leve arroyo que la erosionaba irremisible, comienza a sucumbir al inexorable hongo, a la inmísera bacteria y al implacable y minúsculo escarabeido, el ciervo volante. El anciano roble no lo sabía, pero en ese preciso momento inicio su decadencia. El escarabajo se había fijado en él y ya no lo abandonaría jamás.

Pasarían años, pero el fin estaba escrito, el pequeño coleóptero iría devorando infatigable, iría debilitando la estructura, lenta pero inexorablemente. Hasta que una leve brisa que en otros tiempos hubiera supuesto no más que una suave caricia, le hizo inclinar su ya hueco y débil tronco.

Y allí quebró, sobre el lecho de sus propias hojas muertas, sobre la yerma tierra bajo su pie, sobre el musgo que abrigo tantos años, sobre el arroyo leve que inicio su declive, sobre la ladera inclinada apuntando al sol, como anhelando acoger los últimos rayos del astro rey, respirar sus postreros átomos de oxígeno, sus últimas gotas de sabia, sus últimos fotones de luz. Cierra lentamente sus poros y por fin se pierde y descompone en materia inerte. Entre el humus del suelo que un día le vio nacer.

El animal: Ciervo volante, Lucanus cervus. Se trata del escarabajo más grande de Europa, pudiendo llegar a medir más de nueve centímetros. Su característica morfológica principal son las cuernas o mandíbulas modificadas y muy desarrolladas, que a pesar de su gran diferencia taxonómica es tan semejante al de nuestro cérvido, el venado.

Su nombre se debe a la similitud con las defensas que también utiliza el venado con el mismo propósito, para vencer en las luchas con sus contrincantes sexuales. Los machos de ciervo lo hacen en la berrea, para ganar la contienda y atraer a la hembra.

En su estado larvario, de varios años, lo pasan en los troncos de los árboles muertos, devorando gran cantidad de madera descompuesta, por lo que contribuyen a la regeneración del bosque.

Conclusión:

Humildad, dedicación y la admiración de César y sus vecinos.

Compartir el artículo

stats