José Manuel González y Fernández-Valles fue el padre de la arqueología moderna en Asturias. De sus enseñanzas bebieron los maestros que luego desarrollaron esta disciplina en las últimas décadas del siglo XX y se convirtieron a su vez en formadores de las promociones más jóvenes. Sus publicaciones de los años 70 siguen manteniendo su carácter de referencia indispensable para estos estudios, aunque lógicamente, los descubrimientos de nuevos yacimientos y los avances tecnológicos que él no llegó a conocer han forzado a actualizar o revisar alguna de sus tesis.

Había nacido en Paladín, un lugar de la parroquia de Valduno, en Las Regueras, en 1907, y curiosamente sus estudios no se dirigieron a la historia, sino al magisterio y la filología. Se licenció en Salamanca en 1944, fue director del Colegio de Grao y responsable desde 1952 de una cátedra de Fundamentos de Filosofía en la Universidad de Oviedo, donde se doctoró en 1959 con la tesis "Toponimia de una parroquia asturiana". Luego, cuando se creó en 1965 la sección de Historia en la misma Universidad, se dedicó a recorrer a pie la mayor parte de nuestros concejos para buscar y reconocer sobre el terreno cientos de lugares susceptibles de interés arqueológico.

Sin embargo, su vocación por esta disciplina no llegó en ese momento. Según contó Miguel Ángel de Blas Cortina, uno de sus discípulos más queridos y dignísimo continuador de sus investigaciones, fue en agosto de 1947 cuando observó junto al muro de una huerta colindante con la iglesia parroquial de Valduno una piedra de más de 1,20 metros de alto que le llamó la atención. Mandó voltearla y se encontró con la estela funeraria de Sestius Munigálicus, datada en el siglo I de nuestra era, que donó al Museo Arqueológico de Oviedo; este hallazgo animó un interés por las prospecciones y la historia que ya no abandonó nunca.

Basado en este incesante trabajo de campo publicó numerosos artículos en revistas especializadas. Relacionarlos en esta página es imposible, pero hay uno que por su importancia es preciso citar: la "Catalogación de castros asturianos", que vio la luz en 1966 dando validez científica a un periodo de nuestro pasado que hasta entonces solo podía suponerse.

Esta recopilación de yacimientos se completó en 1973 con "Castros del sector lucense y otros no catalogados" y un "Recuento de los túmulos sepulcrales megalíticos de Asturias", fruto asimismo de innumerables recorridos por las montañas regionales, dándose la circunstancia de que en aquellos años de efervescencia política sus descubrimientos trascendieron lo meramente histórico para convertirse sin quererlo en una de las referencias que alimentaron el nacionalismo asturiano, entonces en gestación.

José Manuel González también estudió y clasificó yacimientos del Paleolítico Inferior y Medio, villas romanas, castillos medievales y piezas de todo tipo, sin abandonar los estudios de toponimia, lingüística o etnografía, compaginando la enseñanza universitaria y la vida académica con sus travesías por la montaña; así mismo fue miembro de número de la Real Academia de la Historia, del Instituto de Estudios Asturianos y de la Asociación Española de Etnología y Folclore.

Pero ahora queremos detenernos en una de sus publicaciones, que incluyó en un volumen de la revista Archivum en 1975 con el título "Estaciones rupestres de la Edad del Bronce en Asturias". Se trata del resumen de cinco años de rastreo por los concejos de Asturias buscando las estaciones rupestres de la Edad del Bronce. Fundamentalmente grabados sobre roca; arte mueble, esto es el realizado sobre objetos sueltos y también pinturas, aunque estas, como pueden ustedes suponer, son mucho más escasas por que las inclemencias de nuestro clima y el propio paso del tiempo las han hecho desaparecer más fácilmente.

En pocas páginas José Manuel González fue describiendo sus hallazgos, aportando las fechas de los descubrimientos, el nombre de sus acompañantes, algunos datos sobre las propias rutas y también las fotografías de los lugares más destacados. Así sabemos con relación a la Montaña Central, que el 25 de abril de 1971 encontró un cruciforme en un peñascal de las inmediaciones del Picaxu, en la sierra de Fayeu, que parte términos entre Oviedo y Langreo, y en otras dos ocasiones, ya en 1974, en la misma zona, primero otra roca con dos orificios y luego una más con otro cruciforme, algún canal y una cazoleta.

Los cruciformes, como habrán deducido por la misma palabra, son grabados en forma de cruz y las cazoletas pequeños receptáculos hechos por el hombre sobre la roca presentando diferentes tamaños, formas y profundidades, que muchas veces aparecen enlazados por pequeños canales, también de distinta anchura y calado.

José Manuel González no aventuró ninguna teoría sobre la finalidad de estos orificios y actualmente los investigadores tampoco se ponen de acuerdo para resolver esta cuestión, dejando abiertas todas las posibilidades, ya que mientras algunos parecen servir para recibir algún líquido e incluso sustentar algún mástil, la escasa profundidad de otros lo hace imposible.

Igualmente, el 16 de noviembre de 1973 localizó la estación dolménica de Los Cuetos cercano a la campera del Españal, al norte de Blimea, y el 19 de mayo de 1974, acompañado por el lavianés Alejandro González Onís, en Peña Corián, en el alto del cordal que separa Villoria y la Pola de Laviana, más insculturas que calificó como muy notorias, repartidas en tres rocas, una de ella con 66 cazoletas.

Ya en Mieres, el 25 de junio de 1974, en lo alto del cordal de Ablaña pudo ver una gran losa suelta con cazoletas profundas y algunos canales y un mes más tarde, en el Sierru Les Muries, en la ladera occidental del picu Polio, otra estación dolménica con más grabados y 200 metros al suroeste de estos restos un peñasco también cubierto de insculturas en la Peña El Rebullusu. Junto a estos descubrimientos anotó en la frontera astur-leonesa limítrofe del concejo de Lena unas figuras muy pequeñas realizadas con trazo fino y difíciles de distinguir a primera vista.

Pero en este listado de hallazgos hay uno que lleva décadas trayendo de cabeza a muchos mierenses, entre los que me incluyo, porque a pesar de que lo hemos buscado de todas las formas posibles y en repetidas ocasiones, no hemos podido localizarlo. Se trata de un antropomorfo, esto es un grabado que recuerda la figura humana, del que solo conocemos una fotografía y la reseña que sigue:

"En una travesía por el cordal de Llongalengo, que separa los valles de Aller y de Turón, realizada el 4 de julio de 1974, localizamos en lo alto de un estrato de arenisca cerca del Pico Navaliego tres piedras con cazoletas que en total suman 11, de las que la más honda, abierta de arriba abajo ocupa el punto más alto del crestón.

Finalmente en otra travesía complementaria de la que se acaba de indicar, partiendo del término de Pandoto en el propio cordal de Llongalendo, llevada a cabo el 12 de septiembre de 1974, localizamos sucesivamente marchando de Oriente a Occidente, varias cazoletas en rocas espaciadas, un antropomorfo y algún otro elemento en unas rocas situadas sobre el lugar de Grameo, en el concejo de Mieres, y otra estación con recipientes cuadrados y otros motivos en el Pico El Salguero, del concejo de Mieres".

El trabajo de la revista Archivum que hoy estamos comentando añade más datos de aquella subida a Llongalendo como la forma, profundidad y disposición de las cazoletas encontradas y el nombre de quien estuvo aquel día junto a José Manuel González -Alejandro G. García, uno de sus acompañantes habituales-, pero nada más sobre el pequeño ídolo de Grameo, cuya imagen se ha convertido poco a poco en un símbolo local, motivo de pegatinas y cabecera de panfletos asturianistas en los años 80, repetido en chalecos de grupos de baile y hasta emblema del polideportivo de Santa Cruz. Ya supondrán la importancia que puede tener cualquier noticia que alguno de ustedes pueda aportar sobre este grabado.

El padre de la arqueología asturiana falleció el 20 de julio de 1977. Según recuerda Miguel Ángel de Blas era un hombre infatigable, que cuando caminaba sólo se detenía para consultar sus mapas entelados o para comer sus frugales bocadillos de tortilla francesa, fruta o dar un trago de la cantimplora.

Él lo había acompañado el 2 de marzo de 1977 en la que fue su última excursión, precisamente por los montes de Zureda, en Lena, visitando el castro de Las Coronas y los túmulos del Resechu y El Pando en el cordal Lena-Quirós, "En una jornada de sol que apuntaba la primavera, fue, después de tantas correrías durante decenios, la marcha más lenta y fatigosa de José Manuel. Hacía alto con progresiva frecuencia, llegando a tenderse algunos minutos sobre el anorak. Su organismo, entonces no lo sabíamos, estaba ya minado por un implacable cáncer de esófago".

La muerte pudo con él, pero no con su obra que sigue alimentando nuestra historia.