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Historiador

La primera insurrección de Asturias

Las crónicas más antiguas hablan de una rebelión de "los siervos contra sus señores" durante el corto reinado de Aurelio, alrededor del año 770

La primera insurrección de Asturias

A los asturianos nos toca aparecer como protagonistas de la última revolución europea, la de octubre de 1934. Supongo que este es un hecho conocido por la mayor parte de la población, por lo menos en sus rasgos más generales ya que me consta que aún quedan muchos aspectos por aclarar; pero a la vez estoy seguro de que casi nadie sabe que muchas generaciones atrás esta tierra también fue el escenario de otra insurrección, que vivieron nuestros antepasados y que debe figurar entre la primeras de la historia que tuvieron unas características de alzamiento popular.

La de 1934 fue protagonizada por mineros y obreros industriales, esta que hoy les voy a contar -o por lo menos a señalar, dados los pocos datos de que disponemos- la iniciaron los campesinos alrededor del año 770 levantándose contra sus señores durante el reinado de Aurelio, el único monarca que pasa por haber tenido su Corte y estar enterrado en la Montaña Central.

Como ya hace más de 10 años que les hablé de la relación de este rey con el lugar que lleva su nombre, San Martín del Rey Aurelio, se la voy a resumir ahora en unos párrafos antes de contarles lo de la revuelta.

Aurelio fue el quinto rey de Asturias. El primero, Pelayo; luego, su hijo Favila, muerto a los dos años de reinado por un oso; después Alfonso, yerno de Pelayo y el cuarto, Fruela, hijo mayor de Alfonso del que se escribió que fue capaz de matar a su hermano Vimarano con sus propias manos. Fruela también acabó asesinado por los suyos en Cangas de Onís y debía heredarle Bermudo, muy niño para sentarse en el trono, por lo que los nobles decidieron nombrar por su cuenta a Aurelio, primo del difunto.

Aurelio era hijo de otro Fruela, consuegro de Pelayo, que no hay que confundir con el rey fraticida de su mismo nombre, y descendía de la segunda familia más importante del norte hispano, asentada en Cantabria. Según parece, fue coronado aún con el cadáver de su antecesor insepulto, por lo que para evitar cualquier suspicacia se buscó un lugar alejado en una capilla del valle del Nalón.

Las crónicas medievales pasan de puntillas sobre su reinado por lo que para adornar este periodo tenemos que apoyarnos a la fuerza en las leyendas y las tradiciones, con todas las precauciones que esto supone. Así que podemos decir que fue en Baraosa, a poco menos de dos kilómetros de Sotrondio, donde se inició la construcción de la residencia real, que seguramente quedó inacabada.

José García Cavite me mostró en una ocasión una casa como el punto en el que los antiguos señalaban el lugar de esta obra, aunque él prefería ubicarla en otro punto muy cercano denominado La Rotura, donde puede estar tapada por un gran argayu.

Lo cierto es que en 774, después de haber ocupado el trono 6 años y 6 meses, Aurelio falleció de muerte natural tras un reinado tranquilo en el que hubo paz con los árabes, que estaban inmersos en una lucha de clanes para dominar su conquista peninsular y fue enterrado cerca de la misma zona en un pequeño oratorio sobre el que se levanta hoy la iglesia de San Martín de Tours.

La realidad es que los restos más antiguos de este templo son unos canecillos románicos del siglo XIII, por lo tanto muy posteriores, y un sepulcro abierto en la pared, descubierto hace un siglo y en el que no había ningún hueso, pero eso no quiere decir que esta iglesia no esté sobre otra más antigua.

El padre Carballo, uno de los historiadores clásicos que se ocuparon de los avatares del Reino de Asturias, afirmaba que Aurelio antes de su muerte había tenido tiempo de fundar un monasterio en San Martín, aunque no se aventuraba a dar su ubicación, y el caso es que, de ser cierto, lo mismo debe buscarse bajo el templo actual que en el solar de la casona de los García Jove, cercana al templo y reconstruida en el siglo XIX por el banquero Policarpo Herrero, que pudo aprovechar en su origen un edificio alto medieval preparado para alojar una pequeña comunidad. Y es que consta que en el año 1603 en el interior de la iglesia de San Martín se encontraba un sepulcro que pertenecía al mismo linaje de García Jove, que tiene que ser el mismo que hoy se identifica como el de Aurelio.

Además, la "Primera Crónica General", escrita durante el reinado de Alfonso X el Sabio, sitúa su tumba en Cangas de Onís y otros historiadores indican que fue llevado junto a su padre, Fruela de Cantabria, hasta la iglesia de San Miguel de Yanguas, en la provincia de Soria, que tampoco existe ya. De modo que como supondrán, esto solo puede ponerlo en claro una excavación arqueológica.

Decía más arriba que el reinado de Aurelio fue tranquilo, pero las crónicas más antiguas del reino de Asturias -la llamada Albeldense, concluida en el 883 y la Alfonsina, un poco posterior- coinciden en señalar que en este periodo el monarca tuvo que intervenir para sofocar una rebelión de los más humildes.

La traducción de la Albeldense lo explica así: "en su reinado los siervos se rebelaron contra sus señores, pero el rey con habilidad los redujo a su anterior servidumbre" y la Alfonsina, que a su vez tiene dos versiones, casi igual: "en cuyo tiempo los libertos se alzaron ilegalmente en armas contra sus propios señores pero fueron sometidos con habilidad por el príncipe, quedando todos, como anteriormente, sujetos a la servidumbre".

No hay más datos y a partir de aquí llega el turno de los historiadores para saber quiénes y cuántos fueron estos siervos y por qué se levantaron contra sus amos, algo que Claudio Sánchez Albornoz, el hombre que más supo sobre los reyes asturianos, aunque a otros les pese, se confesaba incapaz de aclarar.

Mientras para unos los rebeldes fueron los siervos que ya acompañaban a los señores cristianos refugiados en Asturias, otros defienden que se trató de los cristianos traídos de otras partes después de las campañas militares de los primeros reyes asturianos, y tampoco faltan quienes simplemente niegan la existencia de la insurrección basándose en la poca población del momento y la falta de estructuras de servidumbre tras la caída del Imperio romano.

Está última idea se desmonta fácilmente por las citas sobre esta condición que encontramos en documentos de época, como el que da cuenta de la fundación de San Vicente de Oviedo por el presbítero Máximo, quien a mediados del siglo VIII preparó el terreno donde se iba a levantar el monasterio con ayuda de sus siervos, o la donación que Alfonso II otorgó a la Iglesia de Oviedo en 812, acompañada por un buen grupo de siervos entre los que se encuentran tanto laicos como clérigos y que como señala Javier Rodríguez Muñoz no tienen entre sus nombres ni uno solo musulmán, siendo la mayor parte de origen godo o romano.

No cabe duda de que la formación del reino de Asturias es la época más desconocida de nuestro pasado, pero poco a poco los descubrimientos arqueológicos van poniendo algo de luz en este proceso. Así, parece cada vez más claro que cuando Pelayo eligió nuestras montañas para iniciar su resistencia, aquí ya existía una sociedad de clases, con algunas familias de origen visigodo, dueñas de las vidas y las posesiones de otras muy pobres que trabajaban para ellas.

A finales de 2010 durante las obras de construcción de un depósito de agua en Argandenes (Piloña) se descubrieron unas tumbas, cuya importancia hizo que se excavasen rápidamente entre noviembre de ese año y febrero de 2011 revelando que se trataba de unos enterramientos, que las pruebas de carbono 14 dataron entre el último cuarto del siglo V y mediados de siglo VII. Una segunda campaña, entre septiembre y octubre de 2016 rescató más tumbas de las mismas características, lo que dio pie al director de la campaña Rogelio Estrada para afirmar que "en un arco cronológico muy reducido de entre 150 y 200 años se enterraron aquí una treintena de personas importantes, cuyos descendientes podrían haber desempeñado un papel destacado en la batalla de Covadonga con don Pelayo".

En este caso, acompañando a las osamentas se encontraron piezas valiosas, algunas de oro, que indican el alto nivel económico y social de los difuntos. De la misma forma que no hay humo sin fuego, tampoco hay ricos sin pobres y, al menos en esta tierra, cuando esta situación se tensa demasiado, acaba rompiendo. Fue lo que ocurrió en 1934 y también en tiempos del rey Aurelio.

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