En 1935, los detenidos en la Cárcel de Oviedo publicaron el folleto titulado "Los presos de Asturias acusamos" con el informe que habían dirigido al Fiscal general de la República para denunciar ante la opinión pública la represión posterior al octubre revolucionario. En sus páginas recogían los casos más destacados de torturas a que habían sido sometidos muchos de ellos en la misma prisión, en diferentes cuarteles de Guardia Civil o de Asalto, o en edificios habilitados como calabozos provisionales en el convento de Sama, las cárceles de Moreda o Trubia, el colegio de monjas de La Oscura, las Adoratrices de Oviedo y el colegio de los frailes de Mieres, por ejemplo. El documento es terrible y se acompañó de la descripción de los suplicios más empleados, que en muchos casos concluyeron con la muerte, la locura o secuelas permanentes en el cuerpo de las víctimas.

Después de estudiar este texto, pensaba que ya no había nada que pudiese sorprenderme sobre aquellos horrores. Me equivocaba. La otra tarde "Quilino" el de Polio me pasó la fotocopia de una carta dirigida por el anarquista Segundo González Viesca a su compañero Fernando Solano Palacio en enero de 1936, que narra con detalle su propia experiencia en aquellas siniestras sesiones. El escrito fue hecho para que Solano la incluyese en el libro que estaba preparando sobre la revolución y a la vez recoge datos muy interesantes sobre lo ocurrido en Cenera, que ahora quiero contar. Pero antes les advierto sobre su dureza, de modo que si hoy no tienen cuerpo para leer estas cosas, no deben seguir adelante.

Los hechos se iniciaron el 28 de noviembre de 1934, cuando una compañía de la guardia civil y otra de asalto mandadas por el siniestro capitán Reparaz se personaron en el valle de Cuna para perseguir a los vecinos que habían tenido un papel destacado en la insurrección. Segundo González fue detenido, acusado de haber presidido el Comité revolucionario y allí mismo recibió la primera tanda de puñetazos y golpes de fusil, iniciada por el propio capitán cuando no pudo dar información sobre un supuesto arsenal de armas escondidas

Al concluir la lluvia de golpes tenía la boca y la nariz partidas y varias costillas y dientes rotos; la sangre era tanta que hubo que echarle encima un cubo de agua para poder seguir el interrogatorio, esta vez mediante el conocido método del "trimotor": suspendido en el aire con los brazos atrás y las muñecas atadas por una cuerda que se pasaba por una viga del techo. En esa posición inverosímil volvió a ser molido a culatazos en los riñones y los testículos al tiempo que le pedían que gritase "Viva Cristo rey" y que se ensuciase en las madres de los líderes de la revolución.

Cuando lo bajaron tenía los brazos tan insensibles que apenas pudo sentir el dolor que se buscó con el siguiente suplicio, introduciendo unos palos entre los dedos que luego retorcieron con una cuerda.

Según la carta de Segundo González, tras él fueron subidos al "trimotor" el alcalde de barrio Nicolás Fernández Palacios, Luis Moro, Rufino Martínez, Arsenio García y Vicente Fernández, en presencia del maestro de Cenera, quién también fue amenazado, mientras la mayor parte de los vecinos escuchaban los gritos de dolor, obligados a formar frente a la Casa del Pueblo en tanto se registraban sus viviendas.

Al llegar la noche, todos fueron subidos a un camión y trasladados hasta Mieres, acompañados por una muchacha, cuyo nombre desconocemos, quien también fue detenida, injuriada y golpeada por haber llamado asesinos a los uniformados.

En el trayecto la comitiva hizo una parada en Valdecuna donde los guardias desvalijaron el Centro Obrero y quemaron los enseres y los libros en medio de la plaza, como habían hecho antes de salir de Cenera y ya en el colegio de los frailes, siguieron las palizas. Esta vez tan fuertes que los guardias creyeron que habían matado a Rufino Martínez cuando este perdió el conocimiento. Para comprobar si aún estaba con vida, uno de ellos le mordió un dedo con tanta saña que le seccionó la uña y la yema. Lo mismo le sucedió a Segundo, quien volvió a subir al "trimotor" y también quedó inconsciente, pero en este caso se buscó despertarlo a base de patadas en sus genitales que acabaron desollándole el pene.

La cosa no quedó ahí, pero les ahorro la relación de horrores que se sucedieron aquella noche hasta que al amanecer fueron llevados a otro departamento, junto a 30 presos más. Cuando llegaron, su estado era tan lamentable que al verlos el médico militar ordenó su traslado al Hospital. Rufino Martínez quedó paralítico y Segundo Gutiérrez estuvo un mes encamado hasta que desde allí se le condujo ante el juez militar. Ocho meses después su causa fue sobreseída por falta de pruebas y se le puso en libertad.

Una prueba de la veracidad de lo expuesto está en que Félix Gordón Ordás, ex ministro de la República y diputado en Cortes por León, recogió su caso en el informe que llevó al Parlamento sobre la represión de la Revolución de Octubre, aunque con una pequeña discrepancia en las fechas, ya que señaló su entrada "el 27 de noviembre con una costilla fracturada y con el cuerpo renegrido", pero también confirmó que hubo necesidad de sondarle y que para apalearlo le habían suspendido "en el aparato que utilizan con este fin", fechando el alta el 19 de diciembre.

También es curioso reseñar la anécdota que siguió a este asunto. Y es que cuando en Mieres se conoció el tormento sufrido por el de Cenera, corrió el rumor de que la tortura lo había dejado impotente. Por eso en cuanto tuvo ocasión se empeñó en desmentirlo. El momento llegó con al visita que hizo a los obreros del Caudal Federica Montseny en la Semana Santa de 1936. Hasta ella llegó el hombre, acompañado por Solano Palacio para pedir un desmentido público anunciando que aún estaba en buenas facultades y así se hizo en La Revista Blanca:

"Solano me trajo a Segundo Gutiérrez, el autor de la carta, narrando los martirios sufridos, que se publica en La Revolución de octubre. Quedé impresionada por su tipo de bandido calabrés, como yo decía riendo. Es un hombre hercúleo, recio, moreno, de ojos ardientes Y terribles, o que me parecieron terribles, quizá porque me miraban con algún encono. Aún río pensando en su cólera, tan española y tan extraordinaria, en un hombre físicamente aniquilado por los tormentos. -¡Flaco servicio me has hecho con tu "corolario"! En él dices que estoy con la virilidad echada a perder, y ahora las mujeres no me quieren.

-¿Y por qué? -exclamé yo, sin acabar de comprenderle.

-Porque dicen que estoy "capao". Y esto no es verdad, que yo soy tan macho como antes.

-¡Hombre, si quieres que publique una rectificación en ese sentido, dispuesta estoy a hacerlo!

-No, mujer. Con que les digas que hagan la prueba, basta -decía otro compañero, riendo a carcajadas. Pasado el rato de hilaridad, provocado por la indignación de Gutiérrez, empecé a hacerle preguntas sobre lo ocurrido. Me mostró las costillas rotas, que le forman un bulto en el pecho y que ya deben haberle extraído, pues le imposibilitaban para todo trabajo físico, doliéndole horriblemente, cada vez que se inclinaba. Mientras hablaba, narrando los horrorosos tormentos que en su carta describe, yo le contemplaba.

Es una naturaleza de hierro, un hombre de una pieza, de carácter y de energía sobrehumanos. Sólo así pudo resistir en silencio martirios espantosos; sólo así pudo resistirlos sin perecer.

-Este tiene siete vidas como los gatos. No acaba de morirse nunca -decían los verdugos, rabiosos. Los ojos -ojos terribles, repito-, de Segundo, brillaban como carbunclos al narrar una vez más lo pasado. Los demás inclinaban las cabezas, callando, rumiando el dolor y la rabia impotentes. El dolor y la rabia que es el dolor y la rabia, la sed frenética de venganza de todo Asturias. Yo estaba pálida de emoción, sacudidos los nervios, todo mi ser en tensión. -¡Oh, si otra revolución estalla en Asturias, por muchos que sean sus horrores, por espantosa que sea la venganza del pueblo, yo la comprenderé y la justificaré plenamente!-, decía con exaltación.

-Vaya. Para cuando llegue, que quizá no tardará mucho, ya te guardaré un fusil -me dijo Gutiérrez, riendo.

Ya lo han visto. Este fue uno entre muchos casos, pero su protagonista tuvo el valor de ponerlo por escrito. Lo que no sabía es que el paso del tiempo iba a convertir su denuncia en un documento histórico.