- ¿Vienes de la huerta?

-Sí, voy a desayunar y vuelvo ahora.

La que volverá es Josefa González. Elisa Álvarez y Fina Bayón la esperarán sentadas al fresco. Son las tres vecinas del pueblo de El Quempu, en el corazón del parque natural de las Ubiñas. La localidad, que alcanzó los 92 habitantes (en los años treinta del siglo pasado), se está quedando vacía. Pero ellas tres resisten, no quieren marchar. Sus hijos van y vienen varias veces al día para asegurarse de que todo va bien. "Estar aquí es del nacer", afirma Josefa González. "Del nacer", esa expresión tan lenense -especialmente en el valle de Tuiza- que quiere decir que algo sale del alma, de las entrañas, que no se puede evitar. Entrañables para algunos, heroínas para todos. Luchadoras para frenar la desolación de la zona rural: las Cuencas suman ya 693 pueblos abandonados, 36 más que en 2015, según el Instituto Nacional de Estadística.

Josefa González entra en la cocina de su casa. Café con leche y pan en una mesa grande, con sitio para más de diez comensales. "En las fiestas esto se llena, la última vez tuve veintisiete a comer. Tengo seis nietos y cinco bisnietos", explica. La figura menuda dando vueltas sin parar por la cocina, poniendo y quitando platos, haciendo la comida. Es pura energía. Tiene ochenta años, lleva treinta y cuatro viuda: "Yo soy de aquí de siempre, él era de Riospaso. Nos conocimos en la fiesta y lo traje para aquí a vivir, de aquí yo no marchaba", ríe, ya sentada a la mesa.

Fuera están sus vecinas y amigas, casi hermanas: "A estas las llevaba yo a la fiesta, porque soy mayor. Venían conmigo a las fiestas de Tuiza", explica, señalando a la puerta. Elisa Álvarez, con 67 años, perdió a su marido hace unos meses: "Mi hija quería que me quedara en la Pola, pero yo quise volver aquí con ellas". "Yo, si no están ellas, aquí no estoy", interviene Fina Bayón. Actualmente en las Cuencas hay 1.264 aldeas con menos de cuatro habitantes.

Ya están las tres sentadas a la puerta de la casa de Josefa, el sitio más fresco para los días de calor. Empieza la tertulia de antes de comer.

- ¿Funciona hoy el teléfono?

-Escúchase fatal.

Mejor hablar de lo suyo que del ictus de María Teresa Campos, el tema que copa la televisión que está de fondo. "¿Sabes que no vemos la TPA desde hace meses?", preguntan siempre que alguien llega al pueblo: "Echamos en falta las noticias y el tiempo". Un problema con el concesionario de la señal ha dejado al valle de Tuiza sin televisión regional. Contactar con ellas es difícil, no tienen teléfono móvil: "Yo sí lo tengo, pero no funciona", bromea Elisa Álvarez. Hasta El Quempu no llega la cobertura, tampoco internet.

"Yo creo que no hacen todo lo que se puede hacer para que la gente viva en el pueblo", afirma Fina Bayón. El arreglo de la carretera y la mejora en las comunicaciones son reivindicaciones gastadas sin respuesta. En el invierno de 2015, el pueblo estuvo mes y medio incomunicado: "Nos llamaba la jefa de la Policía Local todos los días. Luego quedamos sin línea, y mandaron al helicóptero. Llegó hasta aquí y, sin bajarse, preguntaron si estábamos todas bien. Dijimos que sí y marchó", explica Josefa González con desparpajo, mientras llena un balde de ropa para ir al lavadero.

Juntas otra vez, van hacia la fuente: "En ese prau caí yo el año pasado y vino el helicóptero a buscarme", dice Bayón. Desplazamiento de una vértebra y viaje por los aires hasta el HUCA: "Tardaron veinte minutos o menos, a mí me gustó, aunque tenía dolores". En El Quempu siempre se respira optimismo, aliento que sólo empaña cuando recuerdan otros tiempos. Como cuando Josefa era joven y se juntaban más de veinte mozas para ir al baile. O cuando los niños iban a la escuela con transporte: "Si ahora hubiera nenos, también vendrían a buscarlos". La escuela más próxima es la de Campomanes (a 20 kilómetros).

Refriegan la ropa. Esperan al verano, cuando se ocupan todas las casas: "Cuando hace bueno, no hay cosa mejor que estar aquí". Si hace malo, se juntan en una casa y amasan para preparar rosquillas, suspiros y casadiellas. "Porque siempre tenemos alguna visita", afirma Álvarez. Como sus hijos, que van cada día aunque viven en la Pola "para estar cerca del trabajo". O los visitantes "de fuera", que no aguantan más de quince días. "Si no eres de aquí, cuesta quedarse", dice Josefa González, de vuelta en casa y lista para comer. Ella sola, en una mesa grande. Sin teléfono, sin móvil, sin una buena carretera, sin internet. Quedarse en El Quempu es cosa "del nacer".