La vida no se lo ha puesto fácil a Nicolás Pérez. Nació afectado por la talidomina, nunca pudo contar con sus piernas. Pero compensó la falta de movilidad con un optimismo que parece incansable: "Yo tengo mucha minusvalía y nunca me dejaron trabajar, cada día aprendo a disfrutar mejor de las cosas". Una de esas cosas que disfruta son los viajes en tren para ver a su hermana, desde Blimea hasta Gijón. Pero una barrera arquitectónica convierte ese trayecto tranquilo en una auténtica odisea. El andén de Blimea es muy bajo y, para alcanzar los trenes, hay que salvar un escalón de más de cuarenta centímetros: "Cuando el coche no lleva rampa, ni siquiera puedo subir. A veces quedo en tierra". Y en los viajes de vuelta, si el convoy no está adaptado, tiene que alargar su viaje hasta otra parada "más accesible".

Hace sol, es un día de verano, y Nicolás Pérez ha decidido visitar a su hermana. Nació en Sotrondio, pero se mudó a Blimea, a un piso que está completamente adaptado y en el que lleva una vida sin limitaciones: "Tengo cincuenta años, estoy acostumbrado a mi situación y me arreglo muy bien", afirma. Cada vez que surge una barrera, él busca una solución.

Desde la ventana del salón ve pasar los trenes. "Como no es la primera vez que me quedo sin poder subir porque no hay rampa, lo que hago es intentar distinguir si el tren está adaptado desde la ventana de mi casa. Lo hago cuando va en sentido Gijón-Laviana, en vistas a luego hacer el viaje hacia casa de mi hermana", explica. Pero hay días en los que no puede elegir, tiene que hacer un viaje por obligación en un horario concreto. Y esos días, afirma Pérez, su destino queda en manos de "la buena voluntad" de los viajeros.

Otra vez el optimismo: "Hay muy buena gente en el mundo, la mayoría siempre ayudan", afirma. Raro es el viaje en el que no aparece algún joven para ayudarlo a subir. Pero no ocurrió hace dos semanas: "Quizás no hubiera gente en el tren con la suficiente fuerza o quizás no quisieran o no pudieran ayudarme, el caso es que no es su obligación", señala. Ese día no pudo ir a Gijón.

Llegó a casa y escribió "por enésima vez" una reclamación a la empresa ferroviaria: "Jamás he recibido respuesta". Además, decidió que tenía que hacer público su caso "porque sé que hay mucha gente que lo pasa mal por estas barreras que nos ponen". "La vida no es fácil para nadie, pero es que no sé si no se dan cuenta de lo que supone este escalón para nosotros", añade.

Autobuses sin rampa

Treinta centímetros que miden su libertad: "Hay veces que te sientes preso, como si no pudieras tomar tus propias decisiones. Y todo porque ni siquiera te dejan decidir cuándo quieres viajar", afirma Pérez, que ha pasado ya de molesto a enfadado. Los autobuses no son una solución. En la línea de San Martín "muchos no tienen rampa" y subirse es "una lotería": "Hay chóferes majos, que te ayudan porque se dan cuenta de tu situación. Los hay que no, que simplemente te dicen 'no puedes pasar' y te dejan ahí plantado, en la acera", denuncia.

La última vez que le pasó tenía una cita médica en Villa. No llegó. "Historias así tengo muchas", señala. Como todas las veces que ha tenido que permanecer en el tren porque en Blimea no puede bajarse solo. Va hasta la estación del tanatorio de San Martín, la más "accesible" del concejo. Luego recorre con su silla, vestido con chubasquero si llueve, algo más de tres kilómetros.