Es el último de La Soterraña. Jesús "Chuchu" Suárez Fernández tiene ochenta y cinco años. Trabajó en la mina de mercurio de La Soterraña (Valle de Muñón, Lena) durante dos décadas. No quedan apenas voces de su edad que hablen de lo que pasaba en esas galerías: "Tragábamos mucho, la gente moría joven". "Tragaban" mercurio y arsénico, contaminantes presentes en cada rincón de la explotación. Ahora un proyecto pionero europeo limpiará la zona. Borrará la huella del veneno que acabó matando a centenares de mineros. Chuchu Suárez resistió, pero reconoce que el trabajo en La Soterraña le marcó para siempre: "Yo libré, pero la mina me quitó mucho".

Es mediodía y hace mucho calor. Chuchu Suárez pasea, como cada día, por el entorno de La Soterraña. Es un hombre menudo y sonriente. Camina desde La Maerá, su pueblo natal, hasta las instalaciones: "Es lo mismo que hacía de joven, venía andando hasta aquí a trabajar", recuerda. Sombrero para resguardarse del sol y un bastón para andar firme, se fatiga un poco en la cuesta: "No es asma ni nada, es por la edad, a mí no me quedó ninguna secuela del mercurio". Se detiene frente a a la puerta de hierro, cerrada desde hace más de cuatro décadas: "Esta mina era muy mala".

Profunda, oscura, dura, asfixiante. "Dicen los topógrafos que la última planta está al nivel de La Barraca (a 7 kilómetros de La Soterraña). Era muy oscura, toda de interior", recuerda el antiguo minero. En La Soterraña tenía que estrenar botas cada pocas semanas: "Andábamos muchísimo, una hora y cuarto a la ida y lo mismo a la vuelta". Primero hacia la oscuridad, y luego buscando el aire. "Era cuesta arriba, teníamos que sentarnos varias veces a descansar". Se ahogaban cada día más, castigo de los contaminantes que respiraban durante la jornada.

Vómitos de sangre y desmayos. Eran los primeros síntomas, según Chuchu Suárez, de que un minero estaba "poniéndose malo". Ocurría en los vestuarios o en las galerías, la muerte siempre rondaba La Soterraña: "Algunos de los que se ponían así, luego sanaban. Pero la mayoría morían, la verdad". Perdían mucho peso, hasta que se consumían. Los casos de cáncer se contaban por decenas.

Era una ruleta rusa. Todos los mineros que trabajaban en la explotación podían acabar enfermando por culpa de los contaminantes. Pero algunos, afirma Chuchu Suárez, estaban más expuestos. Él trabajaba con los vagones, "ahí no respirabas tanto malo". Pero su cuñado, y centenares de mineros más, estaban en contacto permanente con los contaminantes. Trabajaban en el horno, donde peor respiraban y donde "mejor ganaban". Aunque la diferencia no era mucha: en los sesenta, un vagonero ingresaba mensualmente algo menos de 3.000 pesetas, frente a las 4.000 que cobraban los mineros del horno.

La época más dura

"Yo siempre pensé que aquello no merecía la pena, yo prefería vivir y tener una familia", reflexiona, con la vista puesta en lo que queda de las instalaciones. Los últimos años en la explotación fueron los más duros. "Tuve un accidente muy grave, aunque afortunadamente salvamos la vida", rememora. Ocurrió cuando le pusieron en el turno con un compañero, de nombre Salvador "el maño", que sufría epilepsia por el contacto con los contaminantes. Estaban preparando unos barrenos, algunos ya estaban encendidos, cuando Salvador cayó al suelo. "No sé cómo pude con él, era muy alto. Pero hice una escalera con unos tablones y acabamos saliendo por una ventana de ventilación".

Chuchu Suárez estaba casado y tenía tres hijos cuando la explotación de mercurio de La Soterraña cerró. Centenares de trabajadores fueron al paro, la mayoría con una cuantiosa indemnización. Él termino su vida laboral la vivió como celador en silicosis, sin restos de contaminantes en el cuerpo. Sus análisis, tras veinte años en la explotación, eran un milagro. Pero cuando él ya no caminaba por las galerías, la mina le dio el peor golpe: su hijo mayor, recién licenciado en ingeniería, quedó sepultado en una explotación de carbón. Tardaron unos días en recuperar su cuerpo, y Chuchu Suárez iba cada noche a La Soterraña: "Miraba la tierra y rogaba por cambiarme con él, por ser yo el que se había quedado allí abajo".