Son muchos cuchillos y muy afilados. Llegan en cajas de toda España y Jorge Pereira, de 38 años, con 9 de antigüedad en Atenor, es el encargado de recibir y ordenarlas todas: "Yo no cambio este trabajo por ningún otro", explica cuando es preguntado por su labor. Tiene una minusvalía como casi todos sus compañeros. Entre el 33 y el 65 por ciento.

Aunque las cajas estén marcadas con el nombre de la empresa de origen (la práctica totalidad de las grandes cadenas españolas de alimentación y distribución envían sus cuchillos a esta empresa mierense), Jorge Pereira las coloca en función de la procedencia. Aquí Madrid, allá, Andalucía? toda España envía los cuchillos y herramientas de corte, de todo tamaño y condición, a la central del polígono de Baíña.

Luis Álvarez, 73 años, y 10 de trabajo en esta empresa, es el director técnico, asesor y formador jefe. Es el único empleado sin minusvalía. Por sí solo, su vida daría para un reportaje, un documental o una serie. Mientras cuenta sus trabajos en edad infantil o en la carretera de Cangas a Rengos, por tres duros a la semana, en los tiempos del vasín de vino a peseta, llama la atención su fuerte acento argentino: "Esto me viene de los 40 años que pasé entre Buenos Aires y Usuaia". El frío que empezó a afectar a la salud, le obligó a volver desde la ciudad habitada más al sur del planeta, pero no le quitó las ganas de vivir ni de trabajar: "Entre acá y la Argentina, llevaré cotizados 55 o 56 años, pero ni pienso en jubilarme", cuenta sin parar de revisar la pieza que está entre sus manos. Según todos los que le rodean, jefes incluidos, es el hombre que más sabe de afilados de España, capaz de discutir con cualquier ingeniero sobre el tema y ganar una y otra vez las discusiones técnicas. "No es sólo afilar, muchas veces, son trabajos muy concretos. Esta pieza, por ejemplo -añade mostrándonos un bloque de acero trabajado hasta conseguir la forma precisa al milímetro-, es de una máquina que se hizo en Inglaterra. Las piezas estaban hechas a mano y, ahora, ya no existe la fábrica que las hizo".

Atenor es un centro especial de empleo que da trabajo en Mieres a más de 60 discapacitados. Tras más de diez años de actividad, la firma se ha convertido en líder nacional dentro de su sector. Actualmente trabaja con 7.000 establecimientos, sobre todo supermercados y cadenas de alimentación. Además, se han proyectado internacionalmente. La empresa ha firmado un contrato para el mantenimiento del material quirúrgico de la organización humanitaria sin ánimo de lucro Mercy Ships. Esta ONG cristiana cuenta con el barco hospital más gran del mundo.

Todos los trabajadores destacan el ambiente humano y la colaboración entre ellos: "Aquí somos una familia grande, que nos ayudamos unos a otros", asegura Isidro Fernández, el jefe del taller. Tiene 43 años, 10 de ellos en Atenor. Y es que un día se cayó de una marquesina y se rompió los dos pies. Un sentimiento de familia que a veces es literal, como Cándida Melgar y Carlos González, madre e hijo. Ella empleada desde hace dos meses "con la esperanza de quedarme mucho más, porque yo venía de trabajar en geriatría y allí era más duro física y psicológicamente". Su hijo es ya veterano porque a los 31 años, lleva 9 en esta empresa.

Llama la atención la larga duración de los empleos: "El 85% son indefinidos y un 30% son mujeres", destaca Ramón González, el empresario, que reconoce una inversión en torno a los dos millones de euros desde que se creó la empresa. "Aunque prefiero hablar del factor humano. Del ambiente que hemos conseguido crear aquí". Tan humano que María del Mar, que trabaja en la lavadora, ya que hay una lavadora de cuchillos, comparte las jornadas laborales al lado de su marido Francisco. "Nos ponen en el mismo turno, así que 24 horas al día juntos", cuenta con cara de felicidad, contraviniendo así la teoría de la imposibilidad de aguantarse si el roce es excesivo. En Atenor todos están estos días orgullosos, aunque haya sido un pequeño equipo el que se hay desplazado a Canarias para afilar con una técnica perfeccionada por ellos mismos el equipo quirúrgico del Mercy Ships, el barco-hospital más grande del mundo, con 400 personas a bordo, perteneciente a una ONG del mismo nombre, que recorre los puertos de los países más desfavorecidos para ayudar a una población que de otra forma no podría tener ninguna clase de asistencia médica.

Todos, desde los más jóvenes, como Dany, de 22 años, o Kendy, de 27, hasta los más veteranos en la empresa como Alberto o Jesús, con 12 años a sus espaldas, comparten historias difíciles, historias de superación, como David que a los 16 años en una voltereta imposible en la playa se partió el cuello con secuelas para toda la vida. O Sofía Sánchez, que a pesar de su minusvalía debe abandonar la empresa a temporadas para poder cuidar de su madre. Abdullayé Seck, al que llaman Saúl para hacerlo más fácil, se dice senegalés a pesar de haber nacido en Francia. Está casado con una polaca con la que tiene una hija -ninguno hablaba español cuando se conocieron- y sus compañeros le animan a recordar sus tiempos en los juveniles del Lyon. Sonríe cuando se le pregunta si le gusta el trabajo: "¡Cómo no va a gustarme!". Los 65 empleados de la factoría mierense coinciden en destacar el ambiente humano, el apoyo, el sentimiento de pertenencia a un lugar en el que están a gusto, sin necesidad de que nadie les atosigue, persiga u obligue.

Y menos mal, porque no sé si ustedes se imaginarán cómo sería trabajar en un ambiente hostil rodeados de miles de cuchillos afilados, muy, muy bien afilados.