Alicante fue la última ciudad de la II República, el puerto por donde quisieron escapar quienes defendieron la legalidad española hasta el punto final de la guerra civil. Unos lo lograron y otros fueron detenidos en su intento, convirtiendo al lugar en una enorme prisión. Cuando la cárcel fue incapaz de albergar a ningún preso más, una multitud de detenidos tuvo que ser recogida en otros lugares habilitados en el Campo de los Almendros, el castillo de Santa Bárbara, la plaza de toros, el reformatorio local, o el pueblo de Albatera.

Poco antes de aquel doloroso final, en el mes de febrero, el presidente Negrín había nombrado a la desesperada a Etelvino Vega Martínez gobernador militar de la provincia, junto a Francisco Galán, como jefe de la base naval de Cartagena, con el objeto de que ambos evitasen la previsible deserción de los marineros republicanos. Galán fue detenido por los franquistas cuando acudió a hacerse cargo del mando, pero en medio de la confusión del momento logró abandonar España. Mientras tanto, ante la inminencia del desastre se produjo la sublevación del coronel Segismundo Casado, quien quiso firmar una paz honrosa con los franquistas y Juan Negrín también dejó el país junto a sus íntimos desde el aeródromo de Monovar.

Entonces todo se vino abajo: Etelvino Vega fue destituido el día 6 de marzo, y el mismo Casado también tiró la toalla para marcharse el 28 de marzo en un buque inglés que partió de Gandía. Llegó el "sálvese quien pueda" y Etelvino estuvo entre los que no pudieron. Lo llevaron al Campo de los Almendros, pero era un personaje popular en todo el país por los cargos militares que había desempeñado en la contienda y allí lo reconoció un oficial enemigo, desplazado desde Irún para identificar a los republicanos vascos que habían huido hasta a la ciudad levantina. Tras ser identificado, pasó el día 14 de abril a la cárcel de Orihuela y después al reformatorio de Alicante para esperar el cumplimiento de la última pena.

Su hora llegó el 15 de noviembre de 1939. A partir de testimonios de otros reclusos que pudieron salvarse, el escritor ya fallecido Enrique Cerdán Tato recogió lo ocurrido aquella noche en su libro "La lucha por la democracia en Alicante": "Etelvino Vega, que había sido comandante militar de la plaza y dirigente del PCE, dio una vez más ejemplo de su recio carácter y de su irrenunciable conducta. Ya en capilla, arengó a cuantos, con él, iban a cumplir, poco después, el último destino. Y toda la natural depresión de aquellos postreros instantes se evaporó frente a la lumbre de sus palabras y de sus principios".

Cuando lo llamaron, abandonó la celda para dirigirse por el largo pasillo hasta el exterior del recinto, pero después de los primeros pasos, quiso volver atrás y recoger una prenda de abrigo. Los soldados que lo acompañaban dudaron un instante y finalmente accedieron. Entonces Etelvino antes de poner su chaquetón sobre los hombros, sacó disimuladamente un pañuelo de su bolsillo y se lo entregó a su compañero Justo López Megías, rogándole que lo hiciese llegar a su mujer. Después, los 27 hombres que estaban en la lista de aquel día subieron cantando "La Internacional" al camión que habría de conducirlos hasta el campo de ejecuciones, donde el pelotón de fusilamiento hizo su trabajo.

Etelvino Vega había nacido en Mieres en 1906, En su juventud fue un sencillo chapista y estuvo entre los fundadores del Partido Comunista de España junto a José Bullejos, Gabriel León Trilla y Manuel Adame, siendo secretario de sus juventudes en Asturias entre 1924 y 1925, antes de trasladarse a Madrid para asumir diferentes cargos de la máxima responsabilidad en la nueva organización. Su hermano Carlos, carpintero, también tuvo cargos de primer línea en el PCE asturiano y participó en la revolución de octubre, pero su vida se truncó en los primeros momentos de la guerra civil.

Con la proclamación de la II República, Etelvino dirigió el periódico Juventud Roja, que sería el órgano oficial de las Juventudes Comunistas, y se involucró activamente en la polémica desatada en su partido entre los partidarios de la colaboración con el nuevo régimen y quienes se oponían un pacto con otras fuerzas no obreras, trasladándose a Moscú junto a sus compañeros para intentar inútilmente reconducir la situación.

Cinco meses más tarde, la Komintern decidió purgar a los antiguos dirigentes españoles y relevar en la secretaría general a Bullejos por José Díaz. Entonces los españoles regresaron a su país, mientras Etelvino siguió retenido en la URSS como garantía de que los perdedores iban a respetar la decisión de la Internacional.

A su vuelta siguió la lucha política, pero ya bajo la bandera de las Juventudes Socialistas; fue encarcelado en la Cárcel Modelo de Madrid, por su participación en la insurrección de 1934, hasta febrero de 1936 y cuando estalló la guerra civil estuvo entre los organizadores del mítico Quinto Regimiento, del que fueron saliendo diferentes batallones de prestigio.

Él asumió el mando del "Octubre 1" y combatió primero en la sierra de Guadarrama y más tarde en la defensa de Madrid, donde tuvo tiempo para casarse con una de sus milicianas, Isabel Vicente, hija de Eduardo Vicente, otro histórico comunista, con la que tuvo a su hijo Carlos.

Etelvino Vega intervino en las batallas de Brunete y Belchite, mandando la 34º División integrada en el XVIII Cuerpo de Ejército, también en la conquista de Teruel, y ya como teniente coronel, en la batalla del Ebro dirigiendo el XII Cuerpo de Ejército. Por fin, al caer Barcelona, pasó a Francia el 8 de enero de 1939 con su mujer y su hijo, hasta que regresó cuando fue llamado por Negrín, como ya dijimos, para asumir el gobierno militar de Alicante.

Tras el fusilamiento de Etelvino, Isabel Vicente y su hijo Carlos rehicieron su vida en la Unión Soviética, y ya no pudieron volver a España hasta después de la muerte de Franco.

El 1 de febrero de 1999 el periodista especializado en tribunales Julio M. Lázaro contó en el diario El País la odisea legal que sufrió Isabel desde que en 1984 había pedido una certificación de matrimonio en el Registro Civil de Buenavista, necesaria para poder cobrar su pensión como viuda de un militar de la República. La inscripción se le había denegado todo este tiempo por entender que el matrimonio no existía, hasta que un funcionario pudo encontrar el acta que lo acreditaba, firmada por el teniente de la unidad que celebró aquella ceremonia civil en el Madrid cercado y tres testigos de los "camaradas contrayentes".

En efecto, el enlace había tenido lugar en noviembre de 1936 en la Comandancia del Batallón "Octubre número 1", ubicado en la calle Fortuny, número 47, de Madrid entre el comandante del batallón "Octubre 1", Etelvino Vega Martínez, de 30 años, natural de Mieres (Asturias) e Isabel Vicente Esteban, de 19 años, natural de Madrid, enrolada en el mismo batallón "constituyendo desde este momento un hogar proletario".

La mujer pudo recibir su paga, pero además el destino le trajo otra sorpresa inesperada que el mismo periodista de El País volvió a recoger con satisfacción el día 15 de marzo. Al parecer en la localidad de Jaca, Victoria López Zaborras, hija de Justo López Megías, el compañero de celda del teniente coronel Vega, leyó la noticia e inmediatamente escribió al diario buscando la dirección de la viuda de Etelvino Vega para entregarle el pañuelo que su padre había guardado durante 60 años.

En aquel momento Isabel Vicente, que ya contaba 81 años, residía en una localidad cercana a Madrid y seguía trabajando como traductora de ruso en una agencia de prensa, especialidad por la que había obtenido un premio nacional; también había pasado el tiempo para su hijo Carlos, de 62 años, pero en uno de esos bucles sentimentales que tanto nos gusta contar en esta página, la historia volvió a unir a las dos familias.

Durante décadas, Justo López Megías lo había intentado todo para dar con la mujer de su amigo; incluso poniendo en riesgo su seguridad: preguntó en el partido comunista, escribió cartas a Rusia y se dirigió contando su caso a Dolores Ibárruri. Todo en vano, hasta su fallecimiento en 1997, solo dos años antes de aquella noticia. Fue su viuda, Ascensión Zaborras, de 90 años, quien pudo cumplir el encargo que su marido había recibido furtivamente aquella siniestra madrugada.

Por fin, Isabel Vicente -escribió el periodista- recogió el pañuelo en una caja de madera mandada hacer especialmente para la ocasión, en la que se incluía un sobre manuscrito junto al pañuelo que se pudo conservar tantos años.

Los restos de Etelvino Vega reposan hoy en una fosa común del cementerio de Alicante, junto a la mayoría de los fusilados aquella madrugada del 15 de noviembre de 1939.