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De lo nuestro | Historias heterodoxas

De venganza en venganza

La muerte del teniente Rafael Alonso Nart, que fue asesinado por un militar como represalia por la ejecución y tortura de un familiar suyo

De venganza en venganza

El capitán José Alonso Nart fue un héroe militar, considerando que la demostración más habitual del heroísmo consiste en cumplir el deber hasta las últimas consecuencias. Así lo entendió el Ejército español que le concedió la Cruz Laureada de San Fernando por su actuación los días 5 y 6 de octubre de 1934 con motivo de los sucesos revolucionarios de Asturias, porque su actuación había sido ejemplar y el capitán rubricó con la entrega de su vida el prestigio del que ya gozaba ante sus compañeros y superiores acostumbrados a que aceptase siempre los puestos de mayor peligro.

José Alonso Nart era langreano, nació el 28 de septiembre de 1897 e ingresó en la Academia de Infantería el 14 de octubre de 1913, para pasar siete años más tarde a la Guardia Civil cuando obtuvo la graduación de Segundo Teniente. La insurrección de los mineros lo cogió mandando la 4ª Compañía de la Guardia Civil, cuya jefatura estaba establecida en Langreo, desde donde controlaba el territorio que se convertiría en epicentro del seísmo revolucionario. Estaba entre su gente y en su puesto, pero las dos opciones eran incompatibles y no dudó a la hora de decidirse por su obligación.

Su resistencia fue la más dura y también la que más bajas costó en los dos bandos ya que -según consta en el informe que se manejó para la concesión de la medalla- organizó la defensa de la casa-cuartel serenamente e hizo todo lo posible, con un valor y arrojo excepcionales, para salvar a sus fuerzas negándose a la rendición, mientras el enemigo fuertemente atrincherado no cesaba de lanzar dinamita contra las heroicas fuerzas. Hasta que, cuando el cuartel ya era una ruina y los treinta hombres que mandaba estaban diezmados, decidió salir a la desesperada y proseguir la lucha en el exterior.

Con poca variación en los detalles y menos adjetivos patrióticos, los testigos que vivieron aquel combate desde el otro lado también lo contaron así, coincidiendo en que el capitán rechazó la salida que le ofreció por teléfono Belarmino Tomás y aguantó en el interior del cuartel treinta y tres horas de fuego y explosiones que se fueron comiendo el edificio; entonces ganó la calle con los pocos hombres que le quedaban e intentó buscar inútilmente otro refugio en los alrededores, viendo caer a sus guardias hasta que también le llegó su hora, siempre con el arma en la mano.

Una muerte honrosa que se empañó poco después por el comportamiento de su hermano, el también teniente de la Guardia Civil Rafael Alonso Nart, quien decidió convertirse en vengador y tomarse la justicia por su cuenta, aunque en este caso abusando de su poder, con carta blanca, y sin asumir el mínimo riesgo. Pero erró en su cálculo y también acabó pagando esta cobardía con su vida.

Lo contó el poeta y periodista Alfonso Camín en su libro "El valle negro", donde supo recoger con maestría una visión de los acontecimientos revolucionarios y de sus consecuencias, añadiendo algunos datos que no encontramos en otras publicaciones anteriores y que luego fueron repetidos y hasta plagiados por más autores.

Camín no vivió en directo la insurrección, pero se desplazó a Asturias como reportero y tuvo ocasión de entrevistarse en La Felguera con Rafael Alonso Nart, un personaje al que definió de esta forma: "El Gobierno lo ha destacado como a un lobo, en la cuenca. Si ahora se refocila en la sangre y los hombres van muertos, Nalón abajo, en estas noches de Sama, no será culpa de la fiera, sino de quien la suelta por estos caminos. Su hermano pide venganza y él hará que la sangre salpique las estrellas".

El párrafo es terrible y puede parecer una premonición; aunque nuestro poeta no era ningún adivino y amplió su recuerdo con algo que ya conocía, porque "El valle negro" se publicó en México en 1938, cuando Rafael Alonso Nart ya había mostrado su calaña cometiendo una de las matanzas más atroces que han tenido esta tierra por escenario.

A finales de octubre, con el eco de la dinamita todavía retumbando en la cuenca minera, obedeciendo sus órdenes, veinticuatro hombres fueron detenidos y ajusticiados de la manera más cruel en Carbayín, con un ritual inevitablemente parecido a las represalias de los nazis, que elegían un número de víctimas al azar entre los habitantes de las aldeas próximas a las acciones de la resistencia para vengar con sangre inocente la muerte de los soldados caídos en acto de guerra.

Los llamados "mártires de Carbayín" no tenían la misma militancia, entre ellos encontramos socialistas, anarquistas, comunistas, neutros, hasta un simpatizante del tribuno Melquíades Álvarez ya situado en la derecha, e incluso un afiliado a la CEDA. Sin embargo la muerte de todos fue meditada y no obedeció a un impulso momentáneo, porque desde su detención -los días 20 y 21-, hasta el momento en el que fueron sacados de sus celdas en el convento de Ciaño, el Convento de Sama, y los sótanos de la Casa del Pueblo de Sama -a las dos y media de la madrugada del día 24-, hubo suficiente tiempo para pensar y repensar su destino.

La operación la llevaron a cabo soldados y guardias civiles dirigidos personalmente por Rafael Alonso Nart, ayudado por el cabo Recio de El Entrego, quien había podido salvar su vida durante el asalto a los cuarteles, y según parece el número de los asesinados pudo haber sido mayor, pero estuvo determinado por el tamaño de la camioneta en la que los infelices fueron trasladados hasta el lugar de su muerte. Allí, lejos de miradas indiscretas, se desarrolló una orgía de sangre en la que se mezclaron las balas con las bayonetas y los golpes de machete.

Cuentan que cuando los parientes y amigos localizaron los cadáveres se encontraron un muestrario de barbaridades que incluía cuerpos con mutilaciones salvajes, heridas que dejaban en evidencia un ensañamiento ciego e incluso evidencias de que algunos habían sido enterrados cuando aún conservaban la vida.

Tanto el episodio del capitán José Alonso Nart como la trágica historia de los mártires de Carbayín, protagonizada por su hermano Rafael, ya han sido contadas muchas veces, pero mucho menos conocido es el final que este asesino tuvo poco después a manos de otro militar que también quiso hacer justicia a su manera y volvió a invocar a la venganza.

Este es el párrafo que escribió Alfonso Camín en su libro, concluyéndolo con una reflexión que seguramente tenía un destinatario concreto: "uno de aquellos hombres machacados era pariente de cierto capitán del Ejército. Cuando este supo la tragedia, pidió licencia, se plantó en África, se enfrentó con Nart: "Defiéndete. Vengo a matarte". Se defendió Nart. Pero cayó muerto con cinco tiros. El gobierno solo permitió la publicación de una nota, diciendo que había sido un accidente lamentabilísimo al disparársele al teniente Nart la pistola. Todo tiene su sanción en la vida, sépanlo los gansos líricos, petimetres de la arenga banal, que viajan desde América a Barcelona a costa de la sangre de España, cotorritas parleras sobre la cuerda floja del Atlántico".

En efecto, la prensa evitó dar cualquier detalle sobre el asunto y siempre lo trató como un accidente, notificado a los lectores en una pequeña reseña que se publicó en las páginas interiores.

Sirva como ejemplo lo que pudo leerse en el diario Ahora el 18 de mayo de 1935: "Víctima de un accidente fallece en zoco El Arbaa el teniente don Rafael Alonso Nart. Ceuta, 16. Procedente del zoco El Arbaa, donde falleció víctima de un desgraciado accidente, llegó el cadáver del teniente de la Benemérita don Rafael Alonso Nart, el cual seguidamente fue embarcado para Algeciras, desde donde irá a Asturias para recibir sepultura en el panteón de familia. Acompañan al cadáver la madre y hermanas del finado. Al embarcadero acudieron las autoridades civiles y militares, representaciones de entidades y numeroso público, que testimoniaron a la familia su pésame".

Con todos los testigos ya muertos, es casi imposible conocer exactamente lo que ocurrió en el Zoco-el-Arbaa de Beni Hassan, salvo que algún descendiente de los protagonistas quisiese aportar su testimonio a los historiadores, pero Alfonso Camín, aunque -como todos- cometió errores menores en sus crónicas, siempre fue riguroso en sus informaciones y por eso debemos dar por buena esta historia que nunca fue refutada y que confirma el viejo aforismo de que la venganza llama a la venganza.

Rafael Alonso Nart fue enterrado en Gijón y con la primera palada de tierra que cayó sobre su ataúd se cerró este círculo de sangre que enlutó a muchas familias. Para su propia vergüenza y desprestigio, hay quien ha escrito recientemente que los muertos en la represión posterior a la revolución de octubre pueden contarse con los dedos de una mano. Pero, aunque los mártires de Carbayín no tengan voz, nosotros sí.

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