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El racismo aumenta en las Cuencas con la crisis

Los inmigrantes que residen en los concejos mineros denuncian un incremento de las agresiones y los comentarios xenófobos en los últimos años: "Nos dicen que venimos a quitarles el trabajo"

El racismo aumenta en las Cuencas con la crisis FERNANDO RODRÍGUEZ

Estaba en su puesto ambulante. Tranquilo, colocaba unos jerséis en las perchas. Un hombre que caminaba por la calle se le acercó: "Vuelve a tu país, aquí venís a quitarnos el trabajo", le espetó. "Me cogió por sorpresa y me callé. Yo sólo estaba trabajando en mi puesto", explica Darwin Fuentes, ecuatoriano de gesto amable, cuando recuerda el episodio. Es uno de los 3.264 extranjeros que viven en las Cuencas. Según los colectivos pro inmigrantes en las Cuencas, las agresiones racistas se han incrementado "de forma alarmante" en los últimos años. No sólo ataques físicos (que también se han registrado), sino un goteo de comentarios que dañan la sensibilidad de los que llegaron buscando una vida mejor.

"Estáis robando el trabajo a nuestros hijos". "Si no estás contenta, vuelve a tu país". "Os lleváis todas las ayudas". Son algunas de las "perlas" que soportan a diario los que acuden a pedir ayuda a la Asociación Pro Inmigrantes "Intervalo". El presidente, Benjamín Braga, afirma que "desde que empezó la crisis, estos mensajes han calado profundamente en la sociedad". "Hay vecinos que se vuelcan, que se vuelven más solidarios, pero otros hablan con odio de los inmigrantes", añade. La entidad celebra este mes las jornadas "Noviembre por la Integración": un programa de actividades que busca estrechar lazos entre los vecinos, sin importar origen ni color. Y falta hace porque, según Braga, estas situaciones son tan comunes que algunos vecinos extranjeros ya los soportan "con resignación" y los perciben como "mensajes normales".

Quizás por eso, Darwin Fuentes se encoge de hombros cuando narra la anécdota que ocurrió en su puesto. "Si los que dicen esas cosas conocieran nuestra historia, nos mirarían con otros ojos. Además, hace unas décadas eran los españoles los que venían a América Latina y no creo que nadie les dijera nada", señala. El viaje de Darwin hacia una vida mejor empezó hace más de veinte años, cuando él era un joven con una vida muy dura en Ecuador: "Mi país estaba en una crisis profunda. Llegué a Sama en 2001, no tenía nada", afirma. Entonces, vivían en las Cuencas 1.145 extranjeros.

Todo mejoró. Conoció a Wilson Zambrano, casado con Blanca Burgar. Ellos le presentaron a la hermana de la segunda, que ahora es su mujer: "Somos una gran familia", sonríe. Pero, aunque había encontrado el amor y ya tenía una red de apoyo, aún tendría que afrontar una dura prueba. Durante un lustro, vivió de forma irregular en Sama. Llegó a pesar sobre él una orden de expulsión, a pesar de que estaba tramitando los papeles. "Los policías me perseguían como a un delincuente, día y noche, era muy fuerte para mí", lamenta. En 2006, regularizó su situación.

Trabajo

Muchos no aguantaron. Gladys Nieves, presidenta del colectivo de mujeres inmigrantes "Las Golondrinas" de Mieres, afirma que "llegamos a ser cientos de socias. Ahora apenas llegamos a las cien". Las estadísticas le dan la razón: en Mieres, durante la crisis (entre 2008 y 2016), el número de extranjeros se redujo de 1.128 a 944. De 3.695 a 3.264 en las Cuencas. Según explica Gladys Nieves, "la mayoría de los que ya no están aquí volvieron a su país de origen por falta de oportunidades o porque se sintieron presionados por el racismo". Otros se mudaron a otras zonas del país. De vuelta a la casilla de inicio, a empezar otra vez.

Mujeres y hombres viven de forma distinta la inmigración. Nieves explica que "nosotras soportamos más comentarios hirientes, más exclusión. Pero también es cierto que hay más oportunidades laborales". Blanca Burgar confirma esta afirmación: "Nosotras hemos tenido más oportunidades bien en el cuidado de mayores o bien en el servicio doméstico".

La situación, matiza Darwin Fuentes, llegó a ser límite. "Estuvimos con las maletas hechas para volver a Ecuador", reconoce. Vivían al día, ganando lo justo para comer. Si cambio de idea fue porque sus vecinos, los que de verdad le conocen, "son fantásticos". Además, su situación personal y económica ha mejorado. Le queda una espina clavada, no haber respondido al hombre que se acercó a su puesto: "Le hubiera dicho que nosotros no robamos. Que sólo tenemos dos manos, que nos sirven para trabajar".

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