La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De lo nuestro | Historias heterodoxas

La batalla de Campomanes

El enfrentamiento, en el marco de la Revolución de 1934, acabó con una docena de guardias civiles muertos al defender el cuartel lenense

La batalla de Campomanes

He defendido en otras ocasiones que la historia contemporánea de los pueblos puede conocerse por sus cementerios y hoy vamos a ver un buen ejemplo visitando el de Campomanes. En su entrada se ve un monolito señalando la existencia de una de las innumerables fosas comunes que tras la última Guerra Civil hirieron la tierra de España, de las que en el concejo de Lena se han identificado ya una treintena. Este pequeño recuerdo se inauguró en diciembre de 2014 y cuando había pasado un año y medio fue pintarrajeado con una frase injuriosa. Nada nuevo: las heridas que se cierran mal, siempre supuran.

Pero a muy pocos metros, ya en el interior, tenemos otro testimonio que nos habla de un episodio más olvidado, sucedido el 6 de octubre de 1934, en los combates que "Manolé" Grossi denominó como "la batalla de Campomanes". Es un panteón de mármol negro, también restaurado no hace mucho, en el que bajo el lema de la Guardia Civil "Honor, Lealtad y Sacrificio" reposan los restos del teniente Fernando Halcón Lucas, el sargento Tomás Escribano Ponce, el guardia primero Gregorio Fernández Pastrana y los guardias segundos Nazario Escudero Marcos, Zacarías Menéndez Gracia, Arturo Martínez González, Ricardo Tuñón Manzano, Mariano Fernández Fernández, Francisco Gancedo Lueje, Alfredo Fernández Villarino, Paz González Novalbos y Jaime Martínez Bohe.

Todos cayeron aquel día defendiendo su posición y, aunque desgraciadamente ya no quedan testigos que recuerden la jornada, podemos acercarnos a lo que pasó a través de lo que contaron y escribieron quienes sí la vivieron desde bandos enfrentados.

Un buen resumen de la versión oficial es el que expone el capitán e historiador Agustín Martín Pulido en "Las laureadas perdidas", publicado en el n.º 48 de la revista especializada "Cuadernos de la Guardia Civil". En este trabajo recoge varios casos relacionados con la revolución de octubre que merecieron un reconocimiento inicial con la incoación de un expediente contradictorio para su ingreso en la Orden de San Fernando, pero que, con la excepción del capitán Nart, que ya les contamos en esta página, no se resolvieron favorablemente por diferentes motivos y también -según el autor -"tal vez por los avatares políticos que tuvieron lugar en décadas posteriores".

Martín Pulido se basa en los documentos que se manejaron para estos expedientes, con lo que el interés de su lectura completa es evidente, pero comprenderán que el espacio me fuerza a resumirlo, intentando que ustedes puedan hacerse una idea de lo que ocurrido en Campomanes.

Según el relato oficial, cuando llegaron allí las primeras noticias de la insurrección, el comandante de puesto Tomás Escribano Ponce, al conocer que ya habían caído en poder de los mineros otros cuarteles, entre ellos los cercanos de Ujo y Pola de Lena, decidió defender su posición. Para ello se desplegó inicialmente con cuatro guardias (Juan Muñoz Salido, Antonio Liste Rodríguez, Benjamín Rodríguez Álvarez y Francisco Amigo Cotino) por los alrededores, pero al ver que tenía enfrente una marea compuesta por centenares de hombres se vio obligado a dar la orden de volver al interior y comunicar con León para pedir refuerzos. En aquella primera escaramuza Ponce resultó con una herida en la cabeza, de la que fallecería poco después, mientras el resto de los guardias fueron hechos prisioneros por los revolucionarios.

La segunda parte del informe reseña que más tarde llegaron por la carretera del puerto 35 hombres mandados por el teniente Fernando Halcón Lucas, desplegados en dos columnas, hasta que al encontrarse con los insurrectos tuvieron que buscar refugio, y mientras unos se parapetaron en la misma cuneta de la carretera, otros lo hicieron tras las paredes de una fábrica de pasta para sopa sufriendo el ataque de los rebeldes, que en un momento intentaron aproximarse empleando al guardia Benjamín Rodríguez (uno de los prisioneros en el asalto al cuartel) como escudo humano. Pero el cabo José Moreira "haciendo gala de una formidable puntería" abatió a los dos mineros que lo acompañaban y Benjamín, tras una desesperada carrera, pudo unirse a sus compañeros.

Posteriormente el cabo Moreira, con el mismo Benjamín y otro guardia decidieron salieron campo a través, y tras enviar un telegrama desde Puente Los Fierros pudieron pasar por Pajares llegando hasta Villamaría para unirse a la columna del Primer Batallón de Infantería n.º 36 que ya se dirigía a Asturias. Con ellos volvieron hasta Campomanes, donde se encontraron con diez compañeros muertos en la Fábrica y el cuerpo del teniente mutilado como consecuencia de un cartucho que le habían colocado entre las piernas.

Sin ánimo de ser quisquilloso, debo decir que en este artículo abundan los errores en los topónimos y los nombres, aunque tal vez fueron transcritos así en el expediente para la condecoración militar: Pajares es llamado Pasajes en dos ocasiones; José Moreira era el cabo de puesto de Villamanín José Moreiro Rodríguez; no sabemos si Villamaría es también Villamanín o el restaurante de este nombre en Busdongo, y el listado de muertos recogido de los Archivos de la Guardia Civil no coincide con los que figuran en la lápida del panteón de Campomanes. Pero esta pejiguera es lo de menos. Lo importante es el relato en sí y lo que nos muestra el capitán Martín Pulido no difiere de lo que describieron quienes estaban en el otro lado.

Así, Fernando Solano Palacio, mantiene el mismo hilo en su libro "Quince días de comunismo libertario en Asturias", aunque añade que durante la toma del cuartel los guardias contaron con el refuerzo de algunos vecinos que disparaban contra los revolucionarios: "algunos degenerados, parapetados en sus respectivas casas, hacían fuego contra los obreros, no obstante ser ellos también explotados" -escribió el anarquista en su estilo inflamado.

En cuanto a lo ocurrido con el teniente Fernando Halcón Lucas también coincide, pero varía la cifra de muertos: "Unos de ellos huyeron en distintas direcciones, refugiándose otros en una fábrica de fideos allí próxima. Allí se defendieron hasta que vieron el edificio amenazado con ser incendiado. Se rindieron los que estaban en la fábrica, teniendo catorce bajas que quedaron allí cadáveres".

Efectivamente, sabemos que el regimiento del Batallón de Infantería n.º 36 con base en León, mandado por el teniente coronel Recas, llegó hasta Campomanes, y poco después lo hicieron una sección de fusiles del regimiento de Infantería n.º 12, traída desde Lugo y el infortunado batallón ciclista de Palencia, sumando un total de 700 hombres. Con ellos y ante la imposibilidad de avanzar, se formó desde aquel día el llamado frente sur, cuya jefatura asumió el general Carlos Bosch.

Los revolucionarios, en mucho mayor número, centraron sus esfuerzos en cortarles el paso, aunque como es sabido la falta de munición fue un obstáculo insalvable, a pesar de que la intentaron paliar de diferentes formas: hasta allí llegó el tren blindado fabricado en Mieres, sin ningún resultado positivo; también, después de fuertes discusiones con quienes no querían alejarlos de la capital, se llevaron cañones desde Oviedo, que presentaron el mismo problema que los fusiles, ya que los obuses no tenían espoletas y se disparaban haciendo el mismo efecto que las piedras de las catapultas medievales.

Solo abundó la dinamita y, tirada a mano o con los ingeniosos lanzabombas que se fabricaron en los talleres de calderería de Fábrica de Mieres, se convirtió en el arma más mortífera y temida por las tropas del Gobierno. El área de Campomanes, con todos los terrenos que lo rodean y las aldeas y pueblos próximos fue de esta forma el verdadero campo de batalla de la Revolución de Asturias.

Por su parte, el comunista "Manolé" Grossi, tras exponer la acertada reflexión de que el gobierno ignoraba en aquel momento toda la extensión del movimiento revolucionario en Asturias, no entró en muchos detalles: "La fuerzas gubernamentales hacen contra nosotros los primeros disparos. Da comienzo la batalla. Esta dura dos horas durante las cuales perecen la mayor parte de los guardias, y algunos de los que huyen en desbandada equivocan el camino y se adentran en las filas de los mineros. No les matamos ni nos libramos sobre ellos a malos tratos. Les guardamos prisioneros en calidad de rehenes".

El único dato en el que se aprecia una gran discrepancia está en el número de guardias que acudieron desde León en un primer momento, ya que, sí como hemos visto, la guardia civil contó 35 hombres en las dos columnas que mandaba el teniente Fernando Halcón, para Grossi fueron veinte camionetas ocupadas por la guardia civil y la guardia de asalto las que llegaron a Campomanes sobre las once de la mañana del día 6, y diecinueve para Solano Palacio. Tal vez haya que buscar la explicación en un error de información de los dirigentes mineros, confundiendo la llegada de la avanzadilla con la entrada del regimiento del Batallón de Infantería n.º 36.

De cualquier manera, allí se jugó la partida más importante de la Revolución y en el panteón del cementerio de Campomanes está la prueba de que al final perdieron todos.

Compartir el artículo

stats