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Los últimos de Los Torneros

Teresa García y sus hijos son ya los únicos vecinos de este pueblo de Aller, que queda aislado con frecuencia por los temporales y los malos accesos

Los últimos de Los Torneros

En Los Torneros, un pequeño pueblo que se asoma al Corredor del Aller, por encima de Oyanco, llegaron a residir más de 60 personas. Ahora sólo quedan tres: Teresa García, de 93 años, y sus dos hijos, Juan Luis y José Manuel Fueyo. Con frecuencia reciben la visita de antiguos vecinos, como Elena y Armando, que hace unos años rehabilitaron una vieja casa familiar para disponer de un rincón donde disfrutar de los días soleados de jubilación. En el pueblo nunca han sido amigos de la queja fácil. La aldea tiene más de 200 años y ha soportado inviernos fríos y veranos secos, ventisca de nieve y también de fuego, con nevadas e incendios de los que devastan cosechas y arrasan viviendas. Los vecinos todo lo han soportado con buen ánimo. Pero ahora piden, si no auxilio, sí al menos amparo. Sienten que están al borde del abismo, a un paso de quedar aislados de un mundo que les tiene abandonados a su suerte.

Hasta finales del pasado siglo a Los Torneros únicamente se podía acceder a pie a través de un camino que caía casi vertical por la ladera del monte: "Bajábamos al río a lavar la ropa y a comprar, subiendo cargadas de bolsas", recuerda Elena Fernández, nacida en el pueblo pero ahora asentada en Oviedo. La senda está ahora impracticable: "Está llena de maleza y con muchos árboles caídos", explica Juan Luis Fueyo, que lleva algo más de dos décadas subiendo y bajando en todoterreno. Y es que a principios de los noventa el Ayuntamiento habilitó una pista de algo más de un kilómetro para llegar a la aldea. Más de la mitad del trayecto está asfaltado y, el resto, transcurre por una caja de poco más de dos metros de ancho llena de baches y barro. Con nieve o hielo el avance se hace imposible. "El paso está muy malo incluso con todoterreno. Cada poco nos quedamos incomunicados y, en 2009, tras ceder una escollera, estuvimos una semana aislados", recuerda Fueyo.

Los vecinos piden varias cosas. Para empezar que se arregle el firme del puente de Tartiere, paso obligado de acceso. "Cualquier día se viene abajo", remarca el concejal del PP Juan Antonio del Peño, que habitualmente pasa por Los Torneros, de camino al monte, y que apoya la reivindicación local. También se reclama que se fije la escollera situada al inicio de la ascensión al pueblo. De igual modo, los vecinos ven necesario podar los árboles que se encuentran junto a la calzada, asfaltarla y poner quitamiedos en algunas zonas. Al barro, la nieve y el hielo se suma pendientes que superan ampliamente el 20 por ciento de desnivel en muchos tramos.

Los últimos habitantes de Los Torneros no exigen por capricho. Siempre se han adaptado a la condiciones del terreno y del clima, pero ahora, se sienten cada vez más pequeños y más alejados. Se han llenado de razones para poder reclamar la mejora del acceso: "Mi padre, que padecía del corazón, falleció a mi lado, en el asiento del acompañante del coche, mientras lo bajábamos a Coyanzo al no estar ese día disponible ninguna ambulancia todoterreno", lamenta con resignación Juan Luis Fueyo. Armando García también sabe lo que es hacer viajes luctuosos: "Hace unos años tuvimos que bajar a una vecina fallecida debido a que la funeraria no podía subir hasta aquí. Logramos meter el féretro el cuatro por cuatro, con el maletero abierto, y poco a poco logramos llegar".

Los Torneros percibe que el fondo del valle está cada vez más lejos. El pueblo se hace pequeño y la huella de dos siglos de historia se borra de forma inexorable.

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