La primera vez que le gritó "zorra". Aquel día que le dijo que no valía para nada. La noche que la forzó. El bofetón que le quedó marcado para siempre.

A Patricia (nombre figurado) le cuesta poner orden en la memoria de los últimos tres años. Quizás porque han sido un bucle agobiante de escenas de maltrato. Como ejemplo, el último recuerdo en su cabeza: hace sólo unos días su expareja entró en su casa de San Martín del Rey Aurelio, la golpeó e intentó matarla. Así consta en la denuncia que ha interpuesto ante la Policía Nacional, y lo confirman las marcas que le salpican de dolor todo el cuerpo. Él está en el Centro Penitenciario de Asturias, a la espera de juicio. Ella sigue sin dormir tranquila: "Su familia me amenaza porque me culpan de mi calvario, ahora me da miedo salir de casa".

Abre la puerta de su casa con los brazos vendados. "Nunca sabes con quién te estás juntando", dice, encogiéndose de hombros, antes de narrar su historia. Conoció a su expareja en 2013, pero tardaron un tiempo en empezar a salir: "Él tenía otra pareja cuando le conocí, a mí aquella situación no me gustaba nada. Le dije que era ella o yo, que no jugara con dos mujeres".

Él la escogió a ella, y ella piensa ahora que maldita decisión. El respeto en la relación duró poco: "Me empezó diciendo que no servía para nada, que era una inútil". Luego llegaron los insultos: "Si te digo que zorra o puta era lo mínimo que me decía, te puedes imaginar". No recuerda la primera vez que le puso la mano encima, sí que la situación fue empeorando con el paso de los días: "Primero eran empujones, luego bofetones, y más tarde palizas. Palizas diarias".

Patricia intentaba taparse las marcas, pero unas mangas largas no apagan un infierno. Dice que su pareja tenía siempre los ojos llenos de rabia, y que su mirada no se suavizó cuando ella le dijo que estaba embarazada. Por contra, los golpes se hicieron más frecuentes. Asegura que la obligaba a mantener relaciones sexuales: "Me amenazaba, me ponía una navaja en el cuello para que lo hiciéramos siempre que él quería".

Él controlaba todo, ella estaba desconsolada: "Los últimos días del embarazo me dejó muerta en vida, sólo seguí adelante por el bebé". El niño nació y ella, tras unos meses, decidió presentar la primera denuncia. Él se fue a casa, pero siguió acechándola e intimidándola. Hace unos días, la visitó por última vez: "Llegó y empezó a golpearme", dice ella, con la voz aún cortada por el miedo. Sacó un cuchillo y, según la denuncia, intentó clavarlo en el pecho de Patricia. Ella consiguió zafarse, pero sufrió varios cortes: "Llevaba ropa gorda, pijama y albornoz de invierno, eso me salvó", asegura.

- ¿Y dónde estaba el niño?

Es esta la pregunta que desmorona a Patricia. "El niño está con los Servicios Sociales, me dijeron que no podía tenerlo de momento conmigo", dice, peleando por no llorar. Espera recuperarlo en las próximas semanas, porque cuenta con un informe que descarta el consumo de alcohol -que fue el problema que la separó durante un tiempo del bebé-. Además, solicitará una investigación porque cree que su expareja "pudo haberme drogado sin que yo me diera cuenta para separarme del niño. Yo siempre confié en él, como una ciega, pero ya no".

Él está en prisión, pero ella no descansa. Asegura que, desde que presentó la denuncia, la familia de su expareja la acosa: "Vienen a casa de mi madre, me amenazan. Dicen que soy una puta borracha y que todo lo que está pasando es culpa mía. Como si yo no hubiera sufrido bastante". Acompaña su desesperación de un movimiento para mostrar un moretón en la parte baja de la espalda. Un golpe reciente, de la última paliza. "Nunca sabes con quién te estás juntando", repite. Esta vez en voz baja, se lo dice a ella misma.