Manuel llega todos los días un poco más tarde de la una y media. Camisa impoluta, pelo blanco y sonrisa. Alegría pura que sólo cojea en unos ojos azules que están un poco apagados: "A ver qué tenemos hoy de menú, pero ya sabéis que yo como muy poco", sonríe a las dos trabajadoras que están en la cocina.

Todas lo conocen, es un habitual, pero esa mesa a la que se sienta no es la de un restaurante. Manuel es uno de los beneficiarios que acuden a diario al comedor social de Langreo. El centro está gestionado desde el área de Servicios Sociales del Ayuntamiento, aunque el servicio de catering está adjudicado a una empresa. También hay lavandería. Está abierto de lunes a domingo porque, las cifras macroeconómicas que digan lo que quieran, la pobreza en la calle no descansa: sirven casi 11.000 menús al año. Manuel tiene una casa heredada, 430 euros de subsidio y un menú caliente al día: "Si no fuera por esto, yo no podría comer", reconoce.

Lleva dos años sentándose en la misma mesa. "No imaginé nunca que acabaría aquí, eso nadie lo ve venir", afirma. Y en su palique se notan los retazos de un Manuel que fue camarero. También del Manuel que fue peón, el chaval alegre que siempre "encontraba algo de trabajo, de lo que fuera". Llegó la crisis y esa seguridad económica que estaba siempre en la cuerda floja, perdió todo el equilibrio. Su madre enfermó, él tenía que cuidarla: "Entonces vivíamos de su pensión. Yo seguía desempleado y buscando, pero tenía que estar pendiente de ella también".

Responde al perfil de la mayoría de los beneficiarios del comedor social de Langreo: hombre, español, soltero y sin cargas familiares. Pero esas paredes de la sala están pintadas de amarillo para dar un poco de luz a una realidad que asusta. Durante los conflictos laborales que machacaron a la comarca, como la huelga de Hunosa en 2012 o la crisis de Alas Aluminium, acudían al centro familias enteras. Padre, madre e hijos menores que sólo comían bien una vez al día.

Los trámites

Paella de primero. Manuel picotea del plato, pero le tiembla un poco el tenedor cuando recuerda la muerte de su madre. Él se quedó solo, con más de sesenta años y sin trabajo. "Tuve que solicitar el subsidio para mayores de 55 años, e intenté hacer malabarismos para que me llegara para todo", explica Manuel. Pero las cuentas no salían. Así que, en 2016, acudió a la oficina de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Langreo y expuso su caso: "Me veía perdido, no sé cómo hubiera podido salir adelante sin esta ayuda".

El área municipal elabora el informe para la inclusión de los beneficiarios en el comedor. Todos los días, en la conserjería, tienen que firmar su asistencia. "Hay treinta plazas. Veinticinco son para vecinos de Langreo y cinco para transeúntes, no tenemos ninguna libre", afirma el concejal de Servicios Sociales del Ayuntamiento, Antonio Giganto (IU). Hace unos meses, el Consistorio buscó la colaboración del movimiento asociativo para ofrecer el servicio. Hasta ahora, no han alcanzado ningún acuerdo: "Entendemos que es una responsabilidad grande y que las entidades no puedan asumir ningún compromiso en este momento", destacó ayer el edil de Servicios Sociales. Ahora estudia acudir al Principado para recibir ayuda porque "estamos supliendo la carencia de otras administraciones", deja claro el concejal.

Albóndigas con patatas de segundo. Mientras espera a que se enfríen, Manuel tamborilea con sus dedos en la mesa: "¿Sabes cuál es el problema? Que para la gente como yo, que tengo 63 años, ya no hay salida". En ese momento, hay otras cuatro personas en el comedor. Tres se apartan del encuadre para no salir en la foto. El cuarto se pone de espaldas.

Es otro habitual del comedor social de Langreo, no sabe cuánto tiempo lleva acudiendo al centro: "Empecé a venir hace muchos años". Sí recuerda con claridad el día que le entregaron la última carta de despido. Fue en octubre de 2010, en la obra en la que estaba trabajando: "Busqué mucho, pero no he encontrado nada". El "todavía" se queda flotando en el aire, parece que ya no hay esperanza.

El postre es un yogur, y Manuel retira la tapa con calma. Le damos las gracias por contar su historia y acceder a ser la cara de un drama social. Se despide con una broma: "Pero me tendréis que pagar, que a Julio Iglesias le pagan". A la puerta están los tres hombres que se apartaron de la foto: "Lo siento -dice uno-, pero es que mi familia no sabe que tengo que venir aquí".