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De lo nuestro | Historias heterodoxas

Don Luciano y el "covadonguismo"

El sacerdote lavianés Luciano López García-Jove y sus estudios sobre la batalla de Covadonga, que llegaron a conclusiones novedosas en su día

Don Luciano y el "covadonguismo"

El presbítero Luciano López García-Jove fue en su tiempo el cura más anciano del mundo. Falleció en 1992 después de haber cumplido 107 años. Unas primas de mi padre, que tenían una relojería en Sahagún de Campos, fueron amigas de una de sus sobrinas, llamada Caridad, farmacéutica en Langreo, y se encontraban a menudo, por lo que alguna vez tuve la suerte de coincidir con él.

Don Luciano fue un hombre de su tiempo, nacido en 1885, lo que sitúa sus mejores años en las primeras décadas del siglo XX. Vino al mundo en Pola de Laviana en el seno de una familia culta donde destacaba su tío el médico Eladio García-Jove, fundador del semanario "El Porvenir" y la revista "Laviana", conocido por su labor humanitaria y benéfica entre los humildes de su concejo y en el de San Martín del Rey Aurelio, donde trabajó muchos años. Los vecinos se lo agradecieron costeando para él la concesión de la Cruz de Beneficencia, que le entregaron en un homenaje celebrado en 1924.

En este ambiente, el joven Luciano conoció a Palacio Valdés y se aficionó a la literatura, pero prefirió la carrera eclesiástica. Hizo el Bachillerato en el Seminario de Valdediós para ordenarse sacerdote en el de Oviedo en 1909. Luego fue profesor en ambos y desde 1939 impartió la asignatura de Religión en el Instituto Enseñanza Media Femenino de Oviedo. También se licenció en Derecho, y entre sus aficiones unos lo recuerdan como buen jugador de ajedrez y otros, entre los que me encuentro, porque a pesar de su avanzada edad, seguía de cerca todo lo relacionado con la parapsicología y aquellos avistamientos de ovnis que en los años ochenta reseñaba cada día la prensa.

Seguramente muchos no han olvidado sus paseos por Oviedo vestido con sotana, manteo y sombrero de teja con copa semiesférica, ignorando que el Concilio Vaticano II había modernizado la ropa de los curas. Pasó sus últimos años viviendo en la casa sacerdotal y la ciudad lo hizo hijo adoptivo en 1989, cuando ya se había convertido en un personaje que formaba parte de su paisaje urbano.

Tuvo la suerte don Luciano de que en el año de su muerte los regidores de la capital aún no se habían aficionado a salpicar las calles con figuritas de bronce, porque si no, ahora veríamos su efigie entorpeciendo el paso en una esquina del Corte Inglés o plantado en alguna de las travesías del Parque de San Francisco.

El caso es que el sacerdote lavianés ha vuelto a la actualidad, no por su longevidad, ni por su aspecto decimonónico, sino por sus estudios históricos sobre el santuario de Covadonga, que en este 2018 celebra, como saben, un triple centenario: el primero de la Coronación de la Virgen, también el primero de la declaración del Parque Nacional de la Montaña y el decimotercero de la batalla y la proclamación de Pelayo como rey.

Todo un acontecimiento para profundizar en lo que se ha llamado "covadonguismo", esto es la idea que propugna la concepción de Asturias como cuna de España, aplaudida por aquellos asturianos que se sienten los más españoles y denigrada por los otros que defienden un nacionalismo casero y la consideran una rémora porque Asturias pierde en ella su propia identidad.

El asunto de Covadonga interesó especialmente a nuestro presbítero, quien firmó varios textos sobre la historia de los reyes de la monarquía asturiana, don Pelayo y las cuestiones artísticas e históricas de esta montaña sagrada. De todas ellas, hoy nos interesa especialmente su libro "La Batalla de Covadonga e historia del Santuario", una obra relativamente temprana, que se publicó en 1918, por lo que también cumple ahora un siglo. Desde entonces tuvo varias ediciones y constituye un manual que investigadores serios y escritores de diferente pelaje siguen utilizando como guía en el desarrollo de sus propias tesis.

Y es que para fundamentar este trabajo, el cura de Laviana, según dijo uno de los críticos de su obra "estudió (que no es igual que leerlos) todas las crónicas, cronicones, centones y tumbos que pueden ofrecer un rayo de luz a la verdad histórica". Y la verdad es que su relación de fuentes sobre la batalla, tanto cristianas sobre árabes, fue completa y le permitió llegar a unas conclusiones novedosas para su tiempo, que todavía pueden mantenerse en algún aspecto: según él, la batalla de Covadonga sí se dio realmente en la cercanías del monte Auseva, aunque con un número de combatientes reducido y menos bajas de las que se venían considerando hasta entonces.

Una característica del libro de don Luciano es que con cada edición fue engrosando sus contenidos, y así nos sirve para ver seguir la posición de la Iglesia asturiana ante los principales acontecimientos de nuestro siglo. Por ejemplo, en 1918 escribió que "En Covadonga se cavaron los cimientos y comenzaron a colocarse los sillares de aquel portentoso edificio que, apoyándose en dos robustos pilares, la Religión y la Patria, había de ser llevado a feliz término por los Reyes Católicos", razonando después como a partir de este momento, España pudo llegar a su apogeo. Y en la reimpresión de 1952 no dudó en añadir que cuando las cosas cambiaron "Dios suscitó un nuevo Pelayo, el Generalísimo Franco", quien "con la Cruz por divisa y la Virgen por protectora libertó a España del yugo con que estaba siendo aherrojada".

El longevo presbítero no se olvidó tampoco de narrar una historia pormenorizada de las obras y construcciones realizadas en el santuario hasta darle el aspecto que ahora conocemos; y tampoco dejó en el tintero la reseña de los principales acontecimientos que lo tuvieron como escenario en el siglo XX, sin olvidar lo ocurrido durante la última guerra civil, cuando su tesoro fue saqueado y la Virgen llevada hasta Francia por combatientes republicanos.

Ya les conté en otra ocasión estos hechos siguiendo la versión de otro sacerdote ilustre, el mierense Silverio Cerra, quien investigó su peripecia desde que el comandante republicano Manuel Sánchez Noriega "el Coritu" pudo salvar la imagen y el anarcosindicalista Eleuterio Quintanilla recibió el encargó de sacarla de la región, hasta que acabó en la embajada española de París. De paso también pude narrarles entonces como se produjo su regreso triunfal, llevada en procesión desde lo alto del puerto de Pajares hasta su hornacina en Covadonga, a partir de las informaciones que fue publicando la prensa de la época.

Don Luciano también dejó escrito su testimonio de aquellos días, a partir del momento en que un joven comunista empleado en la embajada "tocado en su corazón de cristiano y asturiano" le contó a un fraile español de la orden que tenía a su cargo la Misión Española en París, la presencia de la "Santina" en la capital gala, y siguiendo su consejo, procedió a esconderla hasta la llegada del nuevo embajador franquista. Poco después se nombró una Junta encabezada por el obispo y se responsabilizó al general Jordana del traslado, señalando el 11 de junio para su llegada a Irún, donde iba a recibir el primer homenaje nacional.

En su libro narró como desde allí, la trasladaron en automóvil hasta Asturias, después de hacer noche en León, y por fin, a las cinco de la tarde del día 13 la Virgen fue recibida en Valgrande por una multitud que se había desplazado en trenes especiales y vehículos de todo tipo para venerarla en un pequeño altar enmarcado por un arco de flores que señalaba el punto de partida en la carretera, justo en el límite de provincia. Luego la colocaron en unas andas de bronce dorado, fabricadas para la ocasión, e inició su descenso escoltada por requetés y carabineros hasta el pueblo de Pajares, donde pernoctó.

Al día siguiente la procesión fue deteniéndose en Puente los Fierros, La Frecha, Campomanes y Vega del Rey para hacer noche en Pola de Lena. El día 15 pasó por Ujo y Santullano antes de llegar a Mieres al atardecer, y el 16, doscientos mineros con sus lámparas encendidas la acompañaron por Santo Emiliano hasta Sama, donde la iglesia aún no había sido reconstruida tras los daños sufridos en la guerra, por lo que la imagen fue velada en una cueva artificial imitando la de Covadonga que se levantó en el parque. Allí la velaron toda la noche tanto los langreanos como gentes venidas desde San Martín del Rey Aurelio, Laviana y Caso. Finalmente, el 17, después de cruzar La Felguera y Riaño, la comitiva dejó las cuencas mineras y siguió su camino hasta Oviedo.

Don Luciano también recogió otra segunda visita de la Virgen, esta vez dentro de la gira que hizo por toda Asturias, acompañada por cuatro canónigos y escoltada por la Guardia Civil entre mayo y julio de 1951. Ya no queda espacio para contarla hoy, pero seguro que alguien lo hará a lo largo de este año.

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