La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De lo nuestro | Historias heterodoxas

Un millón de euros y la cama

El debate sobre la implantación del grado de Deporte en Mieres o Gijón y el contexto histórico de la Universidad en torno a los valles mineros

Un millón de euros y la cama

José Vitos Natal aprendió a nadar en el remanso de un pequeño río en Turón que los guajes acondicionaban cada verano acumulando piedras, hasta que una tarde pudo conocer por fin la antigua piscina cubierta de Mieres, donde ante el asombro de todos estuvo dos horas haciendo largos sin notar ningún cansancio.

Pronto fue campeón de Asturias y al poco tiempo también de España, y un día le propusieron nadar desde la playa de San Lorenzo en Gijón hasta el puerto de El Musel, y aceptó, pero como le había sabido a poco, decidió hacer el viaje de vuelta de la misma forma que el de ida. Así le cogió el gusto a las travesías y el 9 de octubre de 1957 cruzó el estrecho de Gibraltar con tanto éxito que el ministro José Solís Ruiz quiso verlo en Madrid. Como el mago de la lámpara maravillosa, le concedió los dos deseos que le pidió el atleta: apoyo para cruzar el canal de La Mancha y que los Campeonatos de España de Natación se celebrasen en Mieres.

El 28 de agosto de 1958 -ahora se cumplen 50 años- Vitos llegó a nado desde Francia hasta Gran Bretaña en 15 horas y 11 minutos, batiendo el récord de braza de la travesía, y una semana más tarde, convertido en un héroe nacional, hizo una entrada triunfal en su pueblo, aclamado por más de 20.000 personas en la que fue la mayor celebración deportiva en la historia de la Montaña Central. El segundo deseo se cumplió los días 22, 23 y 24 de octubre de 1959, cuando Mieres albergó los XIX Campeonatos Sindicales Nacionales de Natación.

Ahora, si Vitos pudiese, estaría dispuesto a volver al agua para conseguir el Grado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte para Mieres, pero las cosas han cambiado y ya no es tiempo de héroes sino de negociadores. Este asunto se está resolviendo en un despacho, lo cual es más lógico y acertado, aunque todavía hay quien se empeñe en intentar forzar la decisión dando un espectáculo más anacrónico que la voluntad todopoderosa del ministro franquista.

Gijón disputa con Mieres la ubicación de este Grado. Gijón tiene siete veces los habitantes de Mieres y existe la misma relación entre los presupuestos de ambos ayuntamientos, de manera que su alcaldesa puede ofrecer sin despeinarse un millón de euros a la Universidad para apoyar su demanda. Es lo que le faltaba a la sufrida institución: cuando en Madrid están intentando superar con el menor daño posible el escándalo de la Cifuentes, ahora se pretende que en Oviedo se acepte dinero a cambio de favores.

La villa marinera, respetada y querida por muchos mierenses, puede poner sobre la mesa la calidad de sus infraestructuras, los éxitos de sus equipos en varias disciplinas, albergar varios campeonatos deportivos de prestigio, o las ventajas que ofrece su ubicación junto al mar, y nadie se lo va a poner en duda. Como tampoco ningún gijonés le puede negar a Mieres la excelente ratio entre instalaciones y usuarios, el contar con un campus moderno y en el que sobra espacio para albergar el Grado con una comodidad que envidiaría cualquier provincia, sus buenas comunicaciones o las posibilidades que se abren para el deporte en la montaña y la nieve.

Sin embargo, la autoridad municipal de la ciudad más grande de Asturias, cuya obligación lógica es defender lo suyo, seguramente ha sido mal aconsejada y hace esta propuesta amacarrada, que sonroja a muchos de sus vecinos y pone en un compromiso a los responsables educativos.

En cambio, nosotros solo ofrecemos razones: contra lo que pueda parecer a primera vista, la propuesta de Mieres huye del localismo e interesa a toda la región porque contribuye a regenerar una comarca deprimida reforzando esa ligazón entre territorios que es cada vez más necesaria para volver a colocar a la Comunidad en el mapa nacional.

Se puede decir que este es un criterio político, y no hay complejo en admitirlo, porque las instituciones las pagamos entre todos, y de la misma forma que sus funciones específicas son intocables, también es necesario recordar que ya no existen las torres de marfil y el servicio a la sociedad debe ser una norma en todas ellas. Lo que resulta obsceno es interpretar una llamada a la sensatez y a la búsqueda del bien común como un ataque a la autonomía universitaria.

Solo podría obviarse este argumento para una elección acertada si entrase en contradicción con los criterios pedagógicos, pero muy al contrario, los refuerza, y como esta es una página de historia, voy a remontarme a un tiempo tan lejano como octubre de 1902 para buscar un ejemplo.

Entonces se celebró la Asamblea Universitaria de Valencia, con la presencia de catedráticos de toda España que sentaron las bases en las que debía sustentarse la reforma de las enseñanzas contemporáneas, con unos parámetros que no varían mucho de los que se siguen empleando actualmente en los países avanzados.

Allí estuvieron en representación de la Universidad de Oviedo Melquiades Álvarez y Aniceto Sela, participando en reuniones de trabajo que se prolongaban desde las 9 de la mañana hasta las 7 de la tarde, para presentar finalmente sus propuestas sobre la renovación de los programas, las condiciones de los profesores o, vean ustedes por dónde, la autonomía de las Universidades.

Entre las conclusiones aprobadas por aquellos profesores nos encontramos con esta reflexión, sabia y atinada: "Que se saquen las Universidades de los grandes centros de población y se establezcan en ciudades de vida tranquila, donde puedan escolares y maestros vivir dedicados al cultivo de la ciencia exclusivamente". El párrafo, que pertenece a las actas de la cuarta sesión, fue ampliado por el propio Aniceto Sela, quien intervino en el debate añadiendo "que no existe razón alguna para que la Escuela de Minas se halle establecida en Madrid, donde no hay minas, y la de Artillería en Segovia, donde no se fabrican fusiles ni cañones".

Don Aniceto tenía presente en aquel momento lo sucedido con el traslado de la Escuela de Capataces de Mieres a Oviedo en 1869, que retornó a su ubicación original en la Montaña Central cinco años más tarde, ante la evidencia de que, si bien era cierto que los cuellos blancos de los profesores necesitaban menos lavados, en cambio resultaba muy difícil hacer prácticas de minería en la calle Uría. Esta es otra historia, pero demuestra que la relación de Mieres con los estudios superiores viene de muy antiguo.

Pocas veces se equivocaba Aniceto Sela, quien junto con Adolfo Posada y Adolfo Álvarez-Buylla -todos profesores de la Universidad de Oviedo-, fue invitado por el barón de Coubertin en junio de 1894 a la llamada "Conferencia de París", donde se aprobó la restauración de los Juegos Olímpicos y su celebración en Atenas. Un viaje que combinó deporte y educación, ya que lo aprovecharon para visitar a los pedagogos más prestigiosos de Francia y don Aniceto pudo conocer las experiencias educativas que iba a poner en práctica cuando años más tarde fue nombrado rector de la Universidad de Oviedo y director general de Enseñanza Primaria.

Aniceto Sela y sus compañeros, a los que hay que sumar otros como Leopoldo Alas "Clarín" o Rafael Altamira, estaban comprometidos con el movimiento de renovación pedagógica y defendían la función social de la Universidad, por ello fundaron la Extensión Universitaria, que funcionó entre 1898 y 1910 impartiendo conferencias allí donde fueron llamados; organizando cursos dirigidos a los alumnos de mayor nivel académico; abriendo colonias escolares y llevando la Universidad Popular a las zonas mineras y campesinas, con festivales y excursiones que hermanaban a catedráticos y obreros.

Estas actividades que dignificaron a sus protagonistas tampoco fueron comprendidas por todos: la memoria de la Universidad Popular de 1909 advertía de "ciertos trabajos de zapa con que siempre tienen que luchar estas empresas, hasta que aun los más preocupados se convencen de que no hay tras ellas absolutamente nada más que el deseo de contribuir, cada cual con lo que puede, a la difusión de la cultura y a la prosperidad del país". Ya ven que siempre es lo mismo, aunque no nos cabe la menor duda de la decisión que hubiese tomado Aniceto Sela si hubiese tenido la oportunidad de decidir dónde ubicar el Grado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte.

De cualquier forma, los asturianos sabemos que la implantación de estos estudios no va a solucionar los problemas de Gijón ni de Mieres pero, dando por supuesto que su labor formativa puede desarrollarse con éxito en ambas ciudades, a nadie se le escapa que su valor es distinto en los dos lugares, porque la misma cantidad de nutrientes que sirve para regenerar un pequeño huerto pierde su valor cuando se reparte sobre una extensión de tierra siete veces mayor.

Compartir el artículo

stats