Norberto del Prado, escribió en su día Leopoldo Eulogio Palacios, «ha ejercido un influjo excepcional sobre los pensadores católicos de otros países. [?] Profesor un día en la Universidad suiza de Friburgo, Del Prado fue un maestro que volcó una doctrina tomista pura y rigurosa en dos obras insignes: "De gratia et libero arbitrio", monumento de ciencia teológica, publicado en tres gruesos volúmenes el año de 1907, y "De veritate fundamentali philosophiae christianae", publicada en dilatado tomo el año 1911».

Con estas palabras, en las que resume la trascendencia de su visión de la filosofía tomista, de la que fue un restaurador, como en su día fray Zeferino González, abría cauce Palacios a la influencia de fray Norberto del Prado en la filosofía europea de su época: «En ambas obras -agrega-, Norberto del Prado tuvo como uno de sus grandes méritos la elevación y excelsitud con que supo traer al primer plano de la discusión doctrinal ciertos temas, que volvieron a retoñar pujantes con el calor de una vida nueva en el terreno de la especulación filosófica y teológica. Inspirados en distintos aspectos de la obra del célebre tomista español sobre la verdad fundamental de la filosofía, o al menos en estrecha vinculación con ella, surgieron en Europa durante los treinta últimos años multitud de libros, entre los que basta destacar por su importancia la obra de Garrigou-Lagrange sobre la filosofía del ser, el espléndido libro de Penido sobre «El papel de la Analogía en la Teología dogmática» y la gran obra en alemán, de Manser, sobre «La esencia del tomismo».

Fray Norberto del Prado había nacido en Lorío el 4 de junio de 1852. Hijo de padres labradores, Francisco del Prado y Umbelina Fernández, ambos de la parroquia de Lorío, donde el propio Norberto cursó los primeros estudios primarios y de latinidad, con gran aprovechamiento, por lo que fue tempranamente cooptado para ingresar en el convento de misioneros dominicos de Ocaña, como en su día lo hubieran sido los otros dominicos de los que hemos hablado ya en esta serie, fray José María Morán, fray Zeferino y el obispo Martínez Vigil. También como ellos, tras cursar los primeros estudios en este convento, donde tomó el hábito en 1868, sería destinado a Manila, tras haber hecho la profesión solemne de votos el 11 de diciembre de 1872.

En 1873, ya en Manila, donde concluyó sus estudios eclesiásticos, se le impusieron las órdenes de subdiácono, siendo investido de diácono al año siguiente. En 1875, con veintidós años, fue ordenado de presbítero.

Concluyó sus estudios superiores en la Universidad de Manila, doctorándose en Filosofía y Teología. Fue profesor de segunda enseñanza en el colegio de san Juan de Letrán y, entre otras obligaciones, catedrático de Teología en la Facultad de Filosofía, compatibilizando estas actividades académicas y docentes con una gran actividad como predicador y con sus primeras muestras de escritor, que le granjearon una muy dilatada fama en Manila y en España, a donde a través de la prensa de la época llegaban los ecos de sus laureles oratorios y editoriales. Así, por ejemplo el diario católico «El Siglo Futuro» se hacía eco, a 19 de abril de 1882, de una noticia del «Diario de Manila», en la que se daba cuenta de una velada científico-literaria en honor de Tomás de Aquino en la que uno de los platos fuertes fue la intervención de fray Norberto: «El Padre Norberto del Prado, catedrático de filosofía, sube a la tribuna levantada junto al escenario y lee con magnífica y correcta entonación uno de los más brillantes discursos que han salido de su elocuente pluma. El tema, Estilo de Santo Tomás, fue desarrollado con poesía y sentimental verdad. Hizo una antítesis verdaderamente admirable entre el poeta, el orador y el sabio, sembrando su discurso con las hermosas flores brotadas como por encanto de su frase elocuente y galana, esforzándose en mostrar que Santo Tomás fue superior, como sabio profundo, al orador y al poeta. Lo que el Dante es en la poesía y Bossuet en la oratoria, es Santo Tomás en la filosofía y en los sublimes arcanos de la ciencia, llegando a decir que Santo Tomás era el sabio mayor del mundo, sabio y sin rival, y quien como el primer hombre supo dar el nombre adecuado a todas las cosas».

Pero el clima tropical y, según otros autores, también el exceso de trabajo, acabaron debilitando su salud, por lo que fue repatriado en 1890 y estuvo durante un año en el convento de Santo Domingo de Cádiz, donde recuperó la salud.

Aquel mismo año se había creado en la Universidad de Friburgo, Suiza, fundada en 1889, una facultad de Teología que venía a añadirse a las dos facultades de Derecho y de Letras con que había sido inaugurada esta universidad de carácter internacional que refleja la situación del cantón de Friburgo en la frontera de las culturas francesa y alemana. El Gobierno suizo solicitó del Papa León XIII la designación de un catedrático solvente para la Teología católica y éste, ante los visos de cierto clima de renovación intelectual y de regreso a Santo Tomás de Aquino que había adquirido la fundación de dicha facultad, confió a la Orden Dominicana su nombramiento, y el general de la Orden, fray José María Larroca, uno de los fundadores del convento de Corias, en Cangas del Narcea, y que había seguido de cerca la carrera y cualidades del padre Norberto, lo destinó a tal responsabilidad en 1891.

En esta Universidad Católica de Friburgo, fray Norberto del Prado desempeñó la cátedra de Teología durante veintisiete años, en los que su fama traspasó las fronteras de aulas y claustros y se forjó fama de sabio en los círculos intelectuales europeos que recibieron sus obras teológicas, en especial las que ahondaban en la filosofía tomista, como un signo de renovación, de modo que su influencia fue grande, como se ha señalado al principio, recordando un conocido texto de Leopoldo Eulogio Palacios.

Fray Norberto del Prado murió el 14 de julio de 1918 y «se rindieron a su cadáver honores oficiales y populares», mientras la prensa europea se hacía eco de su óbito y le dedicaba sentidas necrológicas, acordes con la fama que había ido adquiriendo desde su cátedra de Friburgo.

Ya ha quedado reflejado, al hablar de José María Morán, cómo el pintor gijonés afincado en Oviedo Dionisio Muñoz de la Espada se había dirigido al Ayuntamiento el 20 de octubre de 1928, ofreciendo sus retratos al óleo tanto del padre Morán como de fray Norberto del Prado en un plazo de tres meses y a un precio razonable para las arcas municipales, que asumieron el gasto de acuerdo a los méritos de este teólogo al que, tras la Guerra Civil, le dedicó la calle que todavía hoy conserva su nombre.