Un diario, cuando lo es de verdad, gana siempre valor con el paso del tiempo. No importa demasiado -aunque nunca esté de más- su mérito artístico, su primor literario. Como las fotografías sobre las que el tiempo se pone amarillo, el paso de los años aumenta su interés, convierte la anotación al paso en insustituible documento.

Carlos Morla Lynch Federico García Lorca Hace medio siglo que , diplomático chileno, publicó las páginas de su diario que se referían a la relación con , de quien fue amigo íntimo, quizá su más cercano confidente. Ya entonces hablaban esas anotaciones no sólo de un personaje mítico, también de una época a la que el hachazo brutal de la guerra había convertido igualmente en mítica.

Se reedita ahora ese libro con dos importantes añadidos: las páginas del diario que hablan de los últimos meses en París, antes de ser destinado a España, y un apéndice documental que incluye cartas de Lorca (una de ellas inédita), partituras con la música que Morla Lynch compuso para los poemas de sus amigos y curiosas y desconocidas fotografías.

Bebé Vicuña La residencia de los Morla, Carlos y su mujer , en la calle Alfonso XII, frente al Retiro, se convirtió pronto en uno de los principales centros de la vida social y literaria madrileña. No sólo Lorca, que la visitaba casi cada noche, también los otros poetas del 27 encontraron en ella su propia casa. ¿Todos ellos? Carlos Morla Lynch quiere ser amigo de todos, pero no todos quieren ser amigos suyos. Como dicen de Lorca las memorias de Moreno Villa, «algunos adivinaban su defecto y se alejaban».

Serafín Ferro Cernuda Rafael Rodríguez Rapún Luis Segivela ¿Cuál era ese «defecto»? El diplomático Carlos Morla Lynch se cuida mucho de explicitar las propias preferencias eróticas y las de sus amigos, pero a la vez las deja bien a las claras para el que quiera entender. Por estas páginas cruzan , el poeta gallego que inspiró a los desolados versos de «Donde habite el olvido», «chispeante, simpático y agraciado», y , «un chico de ideología socialista que frecuenta la casa del pueblo, hijo de un obrero», protagonista de los lorquianos «sonetos del amor oscuro». Y se cuentan, con sospechosa candidez, anécdotas tan divertidas como la del «marinerito de Tortosa» -«de una ingenuidad asombrosa, extraordinariamente inocente»», al que él y Lorca se encuentran una tarde en la Puerta del Sol y luego se lo llevan a casa «para darle clases de todo». Cuando visita los baños turcos no puede dejar de describir el panorama: tal torero, «magnífico de hechuras», tales otros, «verdaderas estatuas de bronce», el barítono , «alto y guapo, con algo dulce en todo su ser».

Lo que no se podía decir no se dice, pero se descubre a la vez que se encubre, al menos a nuestros maliciados ojos de hoy. No es ése, sin embargo, el único ni el mayor aliciente del libro. La intrahistoria de unos años cruciales en la historia de España se trasluce en estas páginas con una intensidad y una verdad poco frecuentes. Están escritas -como el propio autor indica- en el «presente estricto» que caracteriza a los verdaderos diarios, a los que no han sido manipulados en el tiempo -a veces muy posterior- de su publicación. El aire jubiloso, la despreocupación política de las primeras anotaciones, se va enrareciendo poco a poco. Vemos los hechos, y juzgamos acontecimientos y personajes como los vieron los contemporáneos.

Pero un diario, aunque sea verdad, no es nunca toda la verdad. Carlos Morla Lynch se calla muchas cosas. Sólo insinúa, como al paso, la tragedia ocurrida poco antes de su llegada a Madrid, la que puso fin a sus días dichosos en París. Las páginas añadidas por sus nietas -actuales propietarias del diario- nos permiten valorar mejor su bonhomía y su esforzada vocación de felicidad.

Sergio Macías Un diarista dice y calla, se censura cuando escribe y cuando publica lo que escribe. Con menos derecho, esa censura se sigue ejerciendo después. Como nos indica en el prólogo, «lo que nos aporta la nieta del diplomático chileno -transcriptora de los diarios originales- no es la totalidad de la obra, por ciertas consideraciones suyas hacia personas que pudieran sentirse dolidas con el diario de su abuelo».

Pero por mucho que calle, un diarista dice siempre mucho más de lo que dice. Y no hace falta para ello ser experto en leer entre líneas.

Neruda «Su presencia era mágica y morena y traía la felicidad», escribió de García Lorca. Algo de la magia de esa presencia queda en estas páginas, pero hay también en ellas mucho más: la vida social de un Madrid que ya no es el absurdo y brillante de la bohemia de principios de siglo; infinitos personajes, conocidos y desconocidos, como en una minuciosa «comedia humana», y el autorretrato de un hombre que sólo quiso ser cronista y figura del coro, Carlos Morla Lynch, con su sigiloso melodrama por debajo de la máscara de diplomacia y cortesía.