Martín Kohan ha elegido la perspectiva de una preceptora, auxiliar y vigilante de pasillo del elitista Colegio Nacional, conocido como Colegio de Ciencias Morales, para reproducir a escala la Argentina de los ochenta. María Teresa llevará su obsesión por el escrupuloso cumplimiento del reglamento a tales extremos que surgirán ante ella dos fantasmas que desmoronan su realidad. Así, por una parte, su persecución de alumnos fumadores en el centro le llevará a coquetear con un erotismo que raya en lo escatológico, como cuando decide sincronizar sus micciones con las de los púberes alumnos. Ese erotismo, reprimido y desviado, es una de las características esenciales del relato: «Se mezclan en esas imágenes la pierna de Baragli y la nuca de Valenzuela»; «no puede evitar, mientras Baragli pasa, fijarse en el aroma que con ese paso despide. En cierto modo espera confirmar aquel consabido olor a tabaco negro, el de su recuerdo, el de su padre tras la cena durante las noches de la infancia. Pero encuentra algo distinto, que la sorprende sin defraudarla, y es que Baragli huele fuertemente a colonia de varón». Ante la falta de libertad, ante la negación de sus propias pulsiones, todo se vuelve estímulo, desde la loza de los urinarios a los gastados jabones. Y si los servicios de un centro escolar, por muy cuidados que estén, para cualquiera serían la antítesis de la hospitalidad, para la protagonista el hecho de poder aislarse del mundo, ajena a todo, invisible y vigilante, supone un ámbito de libertad del que carece en su vida. Y si al principio se guía por el minucioso cumplimiento del deber, poco a poco se deja arrastrar por la tentación de la depravación, liberando esas represiones en un entorno controlado: «En esos casos aumenta en María Teresa la sensación de que el baño de varones es algo así como un refugio. Y el cubículo que elige cada vez para encerrarse, dentro del baño, es a su vez un refugio que hay adentro del otro refugio».

Pero, por otro lado, la persecución de los infractores es una manifestación extrema de su comportamiento maniaco-obsesivo. Nada puede quedar fuera de control, nada debe escapar a las normas, y si así ocurre su mundo se desmorona: «Ni por un instante se le pasa por la cabeza la posibilidad de que la acción irregular de los alumnos fumando en el baño pueda haberse verificado en el lapso en el que ella cejó en su vigilancia (...), no hay chance alguna de que se pueda violar el reglamento si no está presente ella, que encarna su representación». Porque, en definitiva, esta novela no trata apenas de una ridícula infracción estudiantil, sino que ese suceso es claro reflejo del patético pulso de la agonizante dictadura contra la potencia militar británica. En ambos casos importa poco el conflicto, lo realmente importante es la fisura en la norma, la termita que socava los cimientos: «Lo que la intimida de los túneles (es) su existencia misma: no lo que puede haber acontecido en ellos, sino el hecho mismo de que, por debajo de lo conocido, por debajo de lo visible, haya pasadizos que pertenecen a lo que no se conoce ni se ve».

Esas dos perspectivas de su indagatoria labor se resuelven simultánea e imbricadamente: si su comportamiento cuando menos irregular en los baños da pie a su superior, el señor Biasutto, a vejarla por medio de unos abusos sexuales que reflejan al mismo tiempo impotencia y enfermizos deseos de dominación, la derrota en las Malvinas provocará una serie de transformaciones sociales que si por una parte destruyen la cotidianidad de María Teresa, le devuelven a su hermano y le proporcionan un futuro alejado de tales abusos: «El jueves cada cual se encuentra con las nuevas autoridades, que ya están en funciones. Quienes los precedieron en esos mismos lugares sencillamente no están más. No están más, no vienen más, no se los verá nunca más por el colegio».

Ciencias morales aúna fondo y forma, y si su lectura puede resultar en un principio árida, a pesar de su corta extensión, resulta el cauce más adecuado para sumergirnos en tan opresivo entorno, para denunciar el silencio de una sociedad que parecía mirar siempre hacia otro lado.

Guillermo Rendueles Olmedo -residente en Gijón-, que es también doctor en Medicina y psiquiatra, autor de varios ensayos de pensamiento y psiquiatría.

Mística y delirio se aborda de un modo directo la naturaleza de los fenómenos místicos desde la perspectiva de la psicología y su comparación con los trastornos psicopatológicos, delirantes, alucinatorios, que pueden presentar similitud. Parte del estudio biográfico de sor Ana María de la Concepción, una monja asturiana del siglo XVII con fama de santidad y que tuvo fenómenos místicos extraordinarios; para extender el análisis a otros ejemplos de místicos cristianos, de iluminados heterodoxos y de casos psicopatológicos, hacer un diagnóstico diferencial psiquiátrico y reflexionar sobre la realidad de estos fenómenos religiosos y místicos.

Acaba apuntando que el hecho visionario es común, sus mecanismos psicológicos quizás obedecen a las mismas leyes, pero se diferencia en sus causas y sus efectos, dando valor a lo trascendente del hecho religioso. Resalta también, tanto a lo largo del breve ensayo como del erudito prólogo del doctor Rendueles, las cuestiones relativas al difícil tema de la relación entre mente y cerebro, así como al valor de la fenomenología en el quehacer psiquiátrico, empobrecido progresivamente por las tendencias prácticas neopositivistas del posmodernismo.