Un libro de poemas es algo más que una recopilación de poemas dispersos, pero su unidad puede manifestarse de las más diversas maneras. La más evidente -la unidad temática- no suele resultar la más recomendable. Los poemas corren el riesgo de convertirse en meros ejercicios, en variaciones sobre un tema dado, en partes de un todo sin valor por sí mismos y sin añadir valor al conjunto.

En La nostalgia del caníbal -tercero de sus libros, pero el primero que llega a las librerías-, Natalia Menéndez nos ofrece una notable muestra de ingenio. El índice se configura como la carta de un restaurante: tras un «Preámbulo para hacer boca», vienen unos «Entrantes», siguen los primeros y segundos platos para terminar con «Postres». Se añade una «Carta de vinos y licores» y un «Epílogo para hacer la digestión».

Las citas que preceden a cada parte -en algún caso un poema completo- constituyen una breve, pero bien seleccionada antología sobre las metáforas gastronómicas en la poesía de amor: «Aquí sentada así / compartiendo tu mesa. / Bebemos vino frío / y pelamos nuestras pieles / como frutas / aturdidas de sol».

El ingenio de Natalia Menéndez sigue manifestándose en los títulos de los poemas. En todos ellos aparece una de las partes del cuerpo (labios, ojos, huesos, dedos, nalgas, corazón?) como integrante principal de uno de los platos del peculiar menú: «Labios sellados con limón exprimido», «Ojos de mirada esquiva en salsa de trufa», «Tartaleta de huesos quebrados con salsa de mar». La excesiva insistencia en el procedimiento le acaba restando eficacia y convirtiéndolo en algo mecánico.

Toda esta envoltura no es gratuita. Los poemas juegan con la relación entre amor y devoración. El resultado podía haber sido un libro de macabro realismo, pero nada tienen que ver estos poemas con Aníbal Lexter ni con los casos de canibalismo que de vez en cuando aparecen en los periódicos. Natalia Menéndez gusta del lenguaje convencionalmente poético, en su festines no hay sangre ni vísceras, todo está adecuadamente aliñado, como en sus «Delicias de corazón distanciado en salsa de hinojo», donde las palabras «nacen ahora al pasar / esta página / y confluyen deliciosas / en mi plato. / Se cubren de hinojo / y aroma de menta, / te adivinan, te piensan, te escriben».

Con sus tres libros, Natalia Menéndez ha ganado otros tantos premios asturianos. Por ganar premios no se es mejor poeta; tampoco, ciertamente, se debería ser peor. Son sólo una anécdota y, en los poetas jóvenes, casi la única manera de comenzar a publicar. Pero constituyen también un riesgo, y quizá Natalia Menéndez pueda servir para ejemplificar ese riesgo, aunque en ella todavía se manifiesta de la más benigna manera.

El poeta escribe poemas; el concursante profesional, libros de poemas. La obra literaria es el poema, que viene cuando quiere, que ha de ser necesario por sí mismo, que ha de bastarse a sí mismo. Luego, cada cierto tiempo, que suele contarse por años o incluso décadas, los poemas se agrupan y la unidad del conjunto suele darla la personalidad de autor y la época de su vida en que han sido escritos. Así ocurre en la mayoría de los casos que vale la pena leer y seguir leyendo, de Antonio Machado a Ángel González, de Luis Cernuda a Francisco Brines, por no citar a Garcilaso o Espronceda.

El concursante profesional escribe libros unitarios, que son los que gustan a los jurados, y muy marcadamente poéticos o antipoéticos (nada más banal que la presunta novedad de ciertas originalidades). Algunos aprenden bien el oficio, lo ejercitan con brillantez y son adecuadamente recompensados: no hay galardón que lleve convocándose cierto tiempo que no cuente con un libro de Joaquín Márquez, de Ramírez Lozano, de Enrique Gracia. Uno de los más veteranos y exitosos concursantes, Pedro Rodríguez Pacheco, imprimió una tarjeta promocional en la que afirmaba que su poesía había sido avalada por Pablo García Baena, José Hierro, Claudio Rodríguez y todos los grandes poetas y críticos de los últimos tiempos (todos ellos habían formado parte de los jurados que premiaron alguno de sus libros), pero tantos prestigiosos avales no han logrado librarle del descrédito, la desatención, el olvido. Los profesionales de los premios forman un escalafón aparte: se asoman con frecuencia a las páginas de los periódicos, pero no logran hacer pie en las antologías ni en la memoria de los lectores.

Natalia Menéndez conoce unas cuantas recetas, y las aplica bien (aunque a veces un tanto mecánicamente). Como exitosa concursante tiene, sin duda, un gran porvenir. Como poeta, no diré que le falta todavía un hervor, pero sí que ha de aprender a prescindir de salsas y edulcorantes. Y no olvidar que ser poeta nada tiene que ver son ser un aplicado profesional.