Antonio Cordón fue militar de carrera, republicano, comunista. Durante la última etapa de la Guerra Civil ocupó la Subsecretaría del Ejército de Tierra, a las órdenes directas de Negrín. En los años sesenta, poco antes de su muerte, escribió unas memorias, publicadas póstumamente en 1971, que sólo ahora se editan en su integridad. Con buen criterio, se les ha añadido el inédito «Informe al Partido», redactado en Moscú en 1939 por deseo expreso de Stalin. El tono diarístico -abarca del 21 de enero al 6 de marzo, desde la caída de Cataluña hasta su salida definitiva de España- es distinto del resto del volumen, escrito desde la reflexión y la distancia. La confusión, el caos de aquellos días últimos queda perfectamente reflejado en estas notas: «Al llegar a las proximidades de Moncada -escribe el 26 de enero- se detuvieron los coches y se acercó al mío un chófer que me dijo que estaba allí el Presidente entre unos soldados que parecían sublevados. Me bajé del coche y conmigo el camarada Benigno y vi a Negrín que, en forma descompuesta, se dirigía a un gran número de soldados de los últimamente incorporados, llamándoles cobardes y ordenándoles que volvieran al cuartel. Los soldados explicaban cada uno una cosa en actitud bastante airada y, en conjunto, el episodio tomaba un cariz muy desagradable. Rogué al Presidente que siguiese su camino dejándome arreglar el asunto; me apoyó Benigno y el Presidente volvió a subir a su automóvil diciéndome que yo le respondía de que volverían todos a sus puestos».

Ese Negrín desbordado por los acontecimientos es el que veremos poco después en la Zona Centro, dando casi un suspiro de alivio al comprobar que la sublevación de Casado le libera de su empeño de seguir resistiendo cuando toda resistencia era ya imposible.

Pero este volumen es bastante más que otra visión bien informada y parcial de la guerra civil. Tanto interés como la segunda parte, «República y guerra», tiene la primera «La forja de un artillero». Conocemos así de primera mano lo que era la España del primer tercio de siglo, la formación de los militares profesionales, la guerra de Marruecos, la oposición a la Dictadura. Antonio Cordón, como tantos otros, se hizo republicano enfrentándose a Primo de Rivera, pero su oposición tuvo caracteres distintos, al menos en sus comienzos. El dictador había decidido modificar la escala de ascensos en los llamados «cuerpos facultativos», Artillería e Ingenieros. Hasta entonces eran «escalas cerradas», es decir, se ascendía por riguroso orden de antigüedad; a partir de entonces, se podría ascender por méritos especiales. Cuando apareció el decreto en la «Gaceta», comenzaron las protestas de los artilleros, protestas que llevaron a la suspensión de empleo y sueldo de todos los jefes y oficiales de Artillería.

Los enfrentamientos gremiales con la dictadura llevaron a Antonio Cordón a una situación bastante precaria: «Dejé de cobrar las 500 pesetas mensuales que era el sueldo de capitán. Yo tenía seis hijos. Mis padres me ayudaban algo, ciertamente, pero no siempre sin hacer alguna reflexión que me molestaba». Recuerda que una vez devolvió airadamente las cien pesetas que le había dado su padre porque al entregárselas le había dicho que «cuando se tenía una familia, antes de embarcarse uno en cualquier aventura, había que pensar en las posibles consecuencias».

De las varias vidas que hay en cualquier vida, Antonio Cordón nos cuenta en Trayectoria tres de ellas, no menos apasionantes las dos primeras, ni menos llenas de interés histórico, que la última, la que le convierte en uno de los protagonistas de la guerra civil. Pero en los treinta años que van desde el final de la guerra hasta su muerte hay lugar para otras vidas, a las que él no se refirió, pero sí Ángel Viñas en el preciso prólogo: la del general soviético que participó en la II Guerra Mundial, la del catedrático de Literatura española en la Universidad Carlos de Praga, la del disciplinado comunista que no duda en escribir un libelo contra Tito cuando éste cae en desgracia ante la Unión Soviética?

Todavía es difícil hablar de la guerra civil sin tomar partido, no ya entre los sublevados y los republicanos, sino entre las diversas tendencias republicanas, e incluso entre las corrientes de un mismo partido: Prieto, Negrín, Besteiro. Y cuesta no juzgar a los comunistas desde lo que sabemos hoy, aceptar el heroísmo ejemplar con que muchos vivieron aquellos tiempos.

Estos «Recuerdos de un artillero» merecen leerse sin prejuicios como lo que son, una de las grandes autobiografías españolas. Antonio Cordón tiene mucho que contar, y sabe contarlo. El historiador encuentra aquí datos que no encontrará en ninguna otra parte, y el lector común el retrato excepcional -lleno de los pequeños detalles exactos que tanto interesaban a Stendhal- de un hombre y una época.