Cesare Pavese celebra este 2008 su primer siglo en la historia. El poeta, novelista y editor italiano en sólo cuarenta y dos años sobre la Tierra dejó para el porvenir una obra imprescindible que explica la naturaleza y la destrucción del siglo de todas las guerras. «El oficio de vivir», los poemas de «Trabajar cansa» o de «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos», la novela «El bello verano» son sólo unas pocas señales que marcaron la transformación de una centuria que empezó siendo gótica y, cuando Pavese se quitó la vida, caminaba directamente hacia la modernidad. Uno de los pesares más gravosos de Cesare Pavese es, precisamente, su naturaleza suicida. Y todo se debe a la relación exhaustiva que él mismo hizo de su camino de perdición. Da buena cuenta de su naturaleza rota en las páginas de su obra maestra, en «El oficio de vivir», un diario que es un manual de vida que termina en muerte. «Todo esto da asco. (?) No escribiré más». Su suicidio, ya lo dijo el profesor Carrera, marcó para siempre su obra, la apreciación que logró en el tiempo existencialista que llegó después de las bombas y el «Enola Gay». Y así fue cómo Cesare Pavese, para muchos, se quedó en el suicida que también escribía cuando, en cambio, Ernest Hemingway era un novelista que, desgraciadamente, terminó suicidándose. Esta limitación, provocada por las confesiones del propio Pavese, cercenó la recepción de una obra que explica las razones de un siglo entero lleno de mudanzas. Todo triste.

Pavese, el tipo más solitario del mundo, se convirtió en el hombre más triste de Europa. Y esa tristeza la trasladó con cierta obscenidad a cada una de las páginas de su obra, la de ficción y la ensayística. Decidió ser un hombre triste con la conciencia clara de su tristeza. Y la revalidó siempre que fue capaz, como en una competición infernal. La tristeza, parecía pensar, era un barniz literario que le conducía a la literatura. Pavese, con corona egomaniaca, después de su propia muerte fue el espejo que reflejó las tristezas posatómicas. Pavese paseó su melancolía con la satisfacción de los estúpidos, una imagen desgarbada, pletórica, pero rota por el mal amor. Y ese bosquejo de una vida destruida pasó luego a todos los que le leyeron. El italiano da conformidad a los despojos de la adolescencia, a los fracasos genuinos. Le sucede, pese a todo, como al joven Werther, durante el Romanticismo. La tristeza, que es un vicio universal, es más triste si se sistematiza. Y eso es lo que hizo Pavese, que pensaba siempre con ingenuidad que sólo hablaba de sí mismo.

La actriz norteamericana Constance Dowling, su última mujer, incendió su vida entera. Pavese tenía cuarenta y dos años cuando se atrevió finalmente a quitarse la vida. Meditabundo, el 27 de agosto de 1950 alquiló una habitación en el hotel Roma de Turín y se tragó todos los somníferos. Y así conquistó el más ansiado de sus sueños: la muerte mil veces invocada, el final de la soledad y del destino sin destino. Pavese condujo su vida, desde su primera consciencia, hacia el final suicida. El italiano era todo él pura ignición, el rechazo final de Constance Dowling colmó el vaso de la tragedia más que anunciada. Aunque se mató, apuntó en su diario, «no por el amor de una mujer» sino «porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, indefensión, nada». La anotación es del 25 de marzo de 1950, cinco meses antes de la noche de los somníferos, en el tiempo de su última crisis de amor y destrucción que venía anunciando desde su juventud más preclara. «Veo demasiado bien mi sinrazón estúpida: ni siquiera puedo ya matarme», escribió el 14 de diciembre de 1926. Tenía 18 años y un delirio de excelencia tatuada en su presente.

Entre 1935 y 1950 decidió dar fe constante de cada uno de sus pasos, de cada uno de sus declives, de todas sus batallas perdidas. Y de todo esto salió «El oficio de vivir», uno de los títulos más influyentes del siglo XX, el atrio al mundo contemplativo que tenían que dar forma una década después Albert Camus o Jean-Paul Sartre. En su diario anota el proceso de escritura de su grandísimo primer libro de poemas -«Trabajar cansa»-, da cuenta de sus fracasos eróticos (infinitos), de las lecturas que va concluyendo. Y cuando llega el final de su vida se da cuenta de que necesita una mecha que encienda su deseo de huida del mundo. Porque en el fondo no se encontraba tan satisfecho de sus días completos llenos de tristeza. La primera edición completa y en español de «El oficio de vivir» es de 1992, un trabajo ímprobo del poeta Ángel Crespo que trasladó al castellano la versión definitiva del diario de Pavese, la que salió en 1990 en la editorial Einaudi, la de Pavese de toda la vida. Porque el poeta, el hombre enamorado y destruido (Diane Kurys) se ganaba la vida como editor del más grande editor italiano contemporáneo: Giulio Einaudi. La obra de Cesare Pavese pasó a todos los idiomas del planeta, como fe ciega de que los caminos más transitados son los más tristes. «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos» es el denuesto -muy cernudiano, por cierto- más terrible que un amante puede lanzar a quien es su sombra. Pavese fue capaz de trasladar a palabras el pensamiento de la derrota. Ése era Pavese, con sus primeros cien años y con la misma ingenuidad de todos sus días.