El chileno José Miguel Varas (Santiago, 1928) es una de las figuras más respetadas de la cultura de su país, y uno de sus testigos más autorizados. Autor de decenas de libros, amigo personal de Pablo Neruda, a quien dedicó ensayos biográficos; narrador, periodista, militante comunista exiliado, Varas fue la voz chilena de la célebre Radio Mosca, la Radio Moscú de tantas sigilosas veladas en la Sudamérica de las dictaduras. Su última novela, Milico, que viene de ganar el premio «Altazor» en su país, desembarca aquí de la mano de la joven editorial Alfaqueque.

Milico cuenta la historia de Jaime Román, periodista simpatizante del allendismo, desde las vísperas del golpe de Estado chileno de 1973. El protagonista es hijo de un militar que antes de morir presiente la formación de la tempestad. En el velatorio del coronel, durante la noche previa al Golpe, Jaime confirma los temores de su padre ante la larvada radicalización de un Ejército al que había creído pertenecer como el de la democracia más antigua del mundo hispánico. El resto de la novela transcurre como un diálogo interior con el padre. En su lucha clandestina y en el exilio, Jaime irá completando la conversación interrumpida por la brutalidad de los tiempos y por el orgullo filial.

Sin duda, la novela de Varas es de lo mejor que se ha escrito sobre el infausto 11 de septiembre de 1973 en Chile. En lo inmediatamente artesanal, estamos ante una novela muy bien argumentada, ya que llegado el momento deberá defender un tono y un registro acordes con una bestialidad que a los propios chilenos pareció nacida de la nada: tiene escenas muy crudas de torturas, que hay que saber contar para convertirlas en literatura, ya que el efecto en el lector está asegurado de antemano. En líneas generales, Varas ensaya una memoria colectiva donde se enjuicia a los individuos y se salva a las instituciones, es decir, a los militares de la vieja escuela liberal que no se pusieron la camisa de la barbarie, o a los de la nueva escuela -entrenada en Centroamérica, instruida en el neoliberalismo de los Chicago Boys- que tampoco pasaron por el aro o salieron de él con traumas sinceros. Aquí, las observaciones del autor sobre el fenómeno de la confesión arrepentida recuerdan casos reales, como Luz Arce o la Flaca Alejandra, colaboradoras en las torturas de la DINA que trataron así de resolver su conciencia en público.

Milico hace su juicio particular de la clandestinidad y del exilio (Moscú, en este caso), desidealizándolo pero sin hacer leña de árboles caídos, sino desde una madurez vital que no dejamos de agradecer en cada página, en cada adjetivo detrás de cuya elección se adivina un carácter. El eje temático mejor conseguido se apunta en el título, y es la reflexión sobre el significado de toda militancia: milico o militante, Jaime se reconcilia con la memoria de su padre en el descubrimiento de que cualquier gregarismo impone mutilaciones. La posición del individuo frente a la Historia incluye aquí las renuncias que éste debe hacer ante su misma lucha: «Fuerzas ajenas, incontrolables, cambiaban su vida cuando apenas estaba iniciando un proyecto de ¿felicidad? ¿Y el deber? Con el Partido, con el pueblo. Miró a su mujer: ¿cómo explicarle todo eso?» (pág. 260).

Milico ha sido la mejor noticia para la narrativa última chilena; y no ha necesitado escribirla un novelista joven. Éste es un tema que aún tiene que dar muchas obras, pero no es aventurado pensar que estamos ante la gran novela del Golpe. Pocos casos, además, como el de ésta, a la que se nota que eso le importa más bien nada. Milico no ha sido escrita para la historia de la literatura, sino para nosotros.