La literatura, que es anterior al libro, seguirá existiendo cuando el libro -ese prodigio de tinta y de papel- haya desaparecido. Pero contra lo que piensan los agoreros, no parece que vaya a ocurrir de inmediato.

¿A qué comprar periódicos si podemos ojearlos instantáneamente, sin salir de casa, en la pantalla del ordenador? ¿Qué sentido tiene publicar diarios si todo el que quiera puede dar salida diariamente a sus ocurrencias, sin coste, sin censura, sin intermediarios, en su blog particular?

No falta quien piensa que periódicos y libros durarán lo que dure la última generación que en la infancia se acostumbró a leer en papel, no en pantalla. Yo creo más bien que durante algunos siglos seguiremos leyendo en pantalla y en papel. Y que ordenadores y libros electrónicos se irán haciendo viejos y siendo progresivamente sustituidos por otros artilugios antes de que al libro tradicional le hayan surgido siquiera algunas arrugas.

Viene todo esto a cuento de que no hay blog de alguna fortuna que no aspire a convertirse en libro. Acaba de ocurrirle a Rayos y truenos, el blog de Enrique García-Máiquez, y el resultado sigue siendo una inagotable maravilla, pero lo mismo se lee de otra manera y se convierte en una obra nueva.

Enrique García-Máiquez, andaluz que este año ha cumplido 40 años, presume de tener muchos y buenos maestros, pero los principales, o los que más a menudo me vienen a la memoria (él prefiere citar a otros, especialmente a Mario Quintana), me parece a mí que son dos: Eugenio d'Ors y José María Pemán. Del primero ha heredado la curiosidad intelectual y el gusto por la prosa epigramática; del segundo, esa salada claridad que Manuel Machado atribuyó a Cádiz.

Si a esos dos maestros les añadimos el borgiano Chesterton y el cercano Miguel d'Ors, no nos resultará difícil determinar las afinidades ideológicas de García-Máiquez. Pero su ortodoxia católica no condesciende con la predicación ni con la intransigencia. Sólo alguna rara vez hace uso del razonamiento sofístico, como cuando contrapone un malsonante desahogo del actor Pepe Rubianes con unas palabras del Papa («Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba») que eran cita de no sé qué emperador bizantino y pide para el segundo el apoyo de los intelectuales a la libertad de expresión como para el primero. No tiene igual importancia una reprobable muestra de mala educación que un ofensivo discurso hacia millones de creyentes de quien es jefe de Estado, además de líder espiritual y sabio teólogo.

Pero Lo que ha llovido no es un libro para la polémica, para la discrepancia ideológica, sino para la admiración y la sonrisa. Apenas hay página en que no nos sorprenda un prodigio. Ya las primeras líneas nos avisan de que las ramonianas greguerías van a ser uno de los modelos: «Desde dentro del coche, qué romántico el mar cuando hay tormenta. Se levanta en cuanto nos ve llegar y nos saluda con descuidada ortografía -ola, ola, ola- agitando en su mano (oh, anticuado caballero) cientos de pañuelitos blancos».

Otro modelo es el haiku, y como una espléndida antología de haikus (propios y ajenos) puede también considerarse el volumen. De la relación entre ambos se ocupa una de las anotaciones: «Cuando el haiku desembarca en el español, la greguería está recién nacida. Como entre compañeros de colegio, se pegaron las viruelas y se imitaron algunos gestos y juegos y temas y tonos. Pero han crecido, la vida y los genes les separaron, como no podía ser de otro modo, porque uno es prosa y el otro es verso, y ahora apenas se ven una vez al año, por la cena de antiguos alumnos: la greguería, un poco loca, divertida, con una risa que no oculta un fondo trágico; el haiku, mucho más serio, íntimo, alegre sin alharacas». La biblioteca liliputiense que luego descubre en las greguerías de Gómez de la Serna es un prodigio de observación y gracia; encuentra en ellas tratados morales, poemas, estudios de psicología, novelas de Jane Austen, folletines picantes, comedias de Willy Wilder y hasta novelas de Josep Conrad: «Al agonizar el viejo marino pidió que le acercaran un espejo para ver el mar por última vez».

Antologo la selección de haikus que nos regala García-Máiquez: «Para el aroma / nocturno del jazmín / no hay alambradas» (Miguel d'Ors), «Dos ojos negros, / intensos, penetrantes, / de calavera» (José Cereijo), «Tras el deshielo / el pueblo se ha inundado / todo de niños» (Issa), «La alondra caída / esconde su ala rota / avergonzada» (Herme G. Donis), «Arte: / una letra de amor / y tres de muerte» (Aurora Luque), «Desperté y te vi. / Por si estabas soñando conmigo / te dejé dormir» (Francisco Molina), «Tienda de especias. / Me llevo sin pagar / todo el aroma» (Susana Benet).

Libro lleno de citas este Lo que ha llovido (todas tan personales como la más personal de las ocurrencias: la selección es un acto de creación) que a su vez se convierte en un prodigioso arsenal de citas: «Soy un ratón de biblioteca al que usan como rata de laboratorio», «El buen poeta evita lo poético», «Las patinadoras son la imagen exacta de la juventud: parecen mucho más altas, altivas, y pasan, pasan rápido y deslizándose suavemente», «Plagiar requiere mucha lectura, mucha memoria; hay que saber dónde están las cosas. Ahora todo el mundo es original porque no sabe nada de nada», «En un poema el resumen ocupa siempre más que el original».

«Rayos y truenos» en internet está al alcance de cualquiera desde cualquier lugar del mundo; su versión impresa, Lo que ha llovido, apenas se distribuirá en unas pocas librerías y sólo llegará a quinientos privilegiados. Conozcan o no conozcan el blog, procuren ser uno de ellos. No hay mejor inversión. Libros así duran toda la vida y se pueden dejar en herencia: los nietos de nuestros nietos nos lo agradecerán.