Tengo predilección por dos escritores de literatura viajera. Los dos, soldados y británicos, aunque esto último, en ambos casos, no sirva más que para describir simplemente una procedencia. El primero de ellos, Patrick Leigh Fermor (Paddy), tiene también sangre irlandesa y durante años ha vivido entre olivos en la península de Mani, al sur del Peloponeso (Grecia). El segundo, Norman Lewis, que murió en 2003, aseguró, cuando apenas había transcurrido su primer año entre italianos, que, si le hubieran dado la posibilidad de nacer de nuevo, habría elegido hacerlo en Italia, dada la historia y la cultura de este país y la capacidad inventiva de quienes lo habitan.

No es de extrañar entonces que Lewis, a partir de un diario de guerra, haya escrito uno de los mejores libros, Nápoles 44, sobre la capital de la Campania. Y que también se deba a él uno de los más grandes relatos sobre la mafia siciliana, La honorable sociedad, basado en reportajes escritos para la revista The New Yorker y recopilados en un volumen en 1964, que ahora edita Alba.

A Lewis casarse con una italiana le ayudó a entender mejor el país, pero eso jamás sería suficiente para adentrarse en la piel de Sicilia y extraer las claves del fenómeno feudal que la ha caracterizado desde los tiempos de Vito Cascio Ferro, considerado el primer padrino, hasta el último capo Bernardo Provenzano. Las claves aparentes, por supuesto, ya que uno de los aspectos que mayor fascinación produce de la Cosa Nostra es precisamente cómo sus maniobras han sido envueltas en la penumbra de la incertidumbre. Tanto es así que en la época en que Lewis escribió sus reportajes, la misma existencia de la organización era puesta en duda, a veces interesadamente, y lo que se publicaba sobre ella se atribuía a la prensa sensacionalista.

De hecho, Norman Lewis cita en La honorable sociedad la novela de Leonardo Sciascia El día de la lechuza, para tratar de explicar este intento de mantener vivo el secretismo, por medio de la conversación entre un político y un oficial de los Carabinieri que se ha atrevido a detener a un ciudadano importante supuestamente implicado en actividades mafiosas. «¿Usted cree -pregunta el político- que es posible concernir la existencia de una asociación criminal tan enorme, tan bien organizada, secreta y poderosa que pueda hacer su voluntad, no sólo aquí, sino también en Estados Unidos? (...) Muy bien, digámoslo así: ¿podría decirme un solo juicio que haya aportado pruebas de la existencia de una asociación criminal llamada mafia dedicada a encargar y cometer actos criminales? ¿Se ha encontrado un solo documento, y estoy hablando de auténtica documentación escrita, algún tipo de prueba, de hecho, que relacione la criminalidad con la llamada mafia?». Evidentemente desde que esto fue escrito por Sciascia en 1961 se han aportado más que pruebas sobre las actuaciones criminales. Los políticos el tiempo que no se ha dedicado a combatir a la mafia lo han empleado en aliarse con ella.

La historia que cuenta Norman Lewis parte, sin embargo, de los frutos de la alianza del gángster Lucky Luciano, el héroe de América para los sicilianos por su contribución patriótica a la liberación de la isla, con Calogero Vizzini, Don Calò, el Rey Sol, padrino de padrinos, un personaje de singular y repugnante grandeza que recibió como alcalde de Villalba, capital mafiosa, a las tropas americanas recién desembarcadas en Sicilia. Las tropas, tras el desembarco, se había encontrado, cerca del monte Cammarata, entre Villalba y Mussomeli, con la feroz resistencia de los hombres del coronel Salemi que, sin ayuda aérea, estaba dispuesto, por un acusado y heroico sentido del deber militar, a frenar el avance aliado.

Lewis cuenta cómo Don Calò se presentó al oficial estadounidense en mangas de camisa y tirantes, de manera distraída y patosa, frente al grupo de soldados que le esperaban en un tanque, nerviosos y asombrados de lo que veían. «En aquella época tenía sesenta y seis años, estaba gordo y su expresión era inerte, pero sus ojos se movían como lagartos». Relata también la manera en que el Padrino les mostró el pañuelo amarillo con una letra «L» pintada en negro que le habían lanzado desde uno de los aviones, dando a entender el hombre más poderoso de la isla que estaba dispuesto a colaborar con la invasión aliada como ya lo había hecho antes Luciano. El caso es que a la mañana siguiente, tres cuartas partes de los hombres de Salemi habían desertado convencidos por la mafia. El propio coronel no tardó en caer víctima de una emboscada. El avance prosiguió sin necesidad de disparar un tiro.

Norman Lewis formó parte durante una etapa de los Servicios de Inteligencia británicos, para los que trabajó en Yemen y en Italia, en cuya liberación participó durante la Segunda Guerra Mundial. En una ocasión aseguró ser la única persona capaz de entrar en una habitación llena de gente y marcharse sin que nadie se percatase de que había estado allí. Es posible que estas facultades de hombre invisible le sirviesen después para escribir sus agudas observaciones de viajero.