A mí me parece que con cuadros como «Sumpal», que podemos ver en esta exposición, Luis Fega puede entrar en una nueva dimensión de la pintura, de «su» pintura, pero también de la gran pintura. Claro que nadie podrá dudar de la brillante trayectoria artística del pintor de Piantón hasta el momento, bien conocida por aficionados y coleccionistas y puesta de manifiesto por buena parte de los mejores críticos del país. Conocemos bien su característica manera, inconfundible y hasta espectacular, esa sugestiva coreografía plástica que puede llegar al deslumbramiento sin que la entrega al gesto fluyente y automático deje de ser equilibrado por la voluntad y la sabiduría pictórica. Y así esa efusión gestual muy marcada en la pintura de un artista tan implicado mental y corporalmente en lo instintivo que llega a considerar su actuación como «un sensor del espíritu», se ve plásticamente compensada con la introducción de la geometría como medida o racionalidad estructural. Toda la crítica ha subrayado esa «tensión entre lo ordenado y lo azaroso» en la obra de este pintor, para quien el cuadro es tanto una pintura como un acontecimiento (y no sólo esto último, como decía Harold Rosenberg, el predicador americano de la pintura de acción), y no pretendió nunca que el cuadro fuera menos importante que los gestos que lo producen, como por ejemplo afirmaban los japoneses del movimiento Gutai.

Pero dicho lo anterior, que resulta revelador a la hora de reflexionar sobre su última pintura, hay que señalar que nos encontramos en ella con la evidencia de unas nuevas hasta ahora inéditas relaciones entre las formas planas más o menos rectangulares, aquel elemento «racionalizador», y las ahora no tanto grafías gestuales (tiene algo que ver el título de la exposición, «Grafías del olvido»), que se ven reconvertidas en configuraciones de mayor densidad formal y personalidad morfológica y con una evidente vocación de contribuir a sedimentar y estructurar la arquitectura y la espacialidad compositiva del cuadro, que se enriquece con establecimiento de un territorio de nuevas y más sólidas conexiones, una profundización en la propia obra que problematizando la sintaxis compositiva la convierte en una pintura que sin perder su encanto estético gana en estabilidad, madurez y enjundia plástica. La evolución en la obra de Luis Fega llega así, o eso creo, a una etapa de mayor significación y entidad, en la que la energía primaria del gesto se ve impelida a trabajar en la armonización de la superficie pictórica concebida como campo totalizador y analizada zona por zona en un nuevo marco de relaciones. Si Braque decía (y algo de Braque y algo de Matisse se me ocurre viendo esta nueva pintura) aquello de «viva la emoción que corrige la regla y la regla que corrige la emoción», pienso que en la nueva obra de Luis Fega emoción y regla trabajan juntas para crear una pintura quizá menos fulgurante pero incomparablemente más rica pictóricamente.