Convertir la vida en algo más verdadero (y más duradero) que la vida: ésa es la función de la poesía, al menos de cierta poesía de raíz autobiográfica y realista. Son pocos los poemas de José Luis Piquero tras los que no hay una anécdota concreta, unos protagonistas con nombres y apellidos. Casi todos tienen una clave privada que él no se cuida mucho de ocultar. Más bien al contrario: en las lecturas públicas acostumbra referirse a ella con extemporánea minuciosidad. Y sin embargo sus poemas sólo valen como poemas cuando trascienden ese origen, cuando van más allá de las intenciones del autor.

Su último libro, El fin de semana perdido, escrito a lo largo de doce años, comienza con «Mensaje a los adolescentes», un poema ya bien conocido de los aficionados. «Acostaos, bebed», les aconseja. «Probad todo lo que os hace daño». Con cierta ingenuidad, el poeta adopta desde el principio la postura del moralista, aunque la facilona moral que él predica -la moral del botellón, diría un moralista a la antigua- no necesite predicarse demasiado para tener éxito.

El autor de «Mensaje a los adolescentes», y de buena parte de los poemas del libro, sigue siendo un adolescente, un adolescente que busca un absoluto en el amor, en la amistad, y al que la realidad constantemente defrauda. Podría citar a Espronceda: «Palpé la realidad y odié la vida, / solo en la paz de los sepulcros creo». Sus héroes son Judas o Caín, quienes traicionan, quienes hacen daño, los que se niegan a ser útiles y sensatos, a encontrar un lugar en el mundo. La única verdad: «que estamos siempre solos y no somos felices».

Los poemas le sirven a José Luis Piquero -lo indica en la nota final- para explicarse las cosas que le ocurren, para averiguar el verdadero alcance de las emociones, para darle sentido a una vida que parece no tener ninguno. También para vengarse de quienes le han hecho daño o simplemente le han defraudado: pocos poemas tan crueles e impiadosos como los que dedica a dos antiguas y un tiempo muy queridas amigas, jugando incluso a aludir a sus nombres en el título.

Pero es de todas esas limitaciones precisamente de donde saca la poesía de José Luis Piquero su fuerza, lo que la hace inconfundible, lo que nos da la impresión de que no es literatura, sino algo tan real como una piedra, un puñetazo o una tormenta en descampado.

A El fin de semana perdido le sobran algunos de sus poco más de treinta poemas -y todas las explicaciones del autor-, pero le quedan los suficientes para hacerse un sitio, no ya en la historia de la literatura, sino, lo que es más importante, en la memoria de los lectores. La «Oración de Caín», por ejemplo, que quizá no hubiera desdeñado firmar Byron. Otro tono, menos satánico, es el que encontramos en «Nova». En este poema, o en «Abrigo azul», la ambigüedad de los sentimientos -hacia su víctima y verdugo, hacia él mismo como víctima y verdugo- queda reflejada en toda su complejidad.

El versolibrismo monologante, divagatorio, habitual en los poemas de Piquero se cambia en «Cuatro» por la concisión rimada y la sugerencia de una canción de cabaret. Algo hay de Jaime Gil de Biedma en estos versos sobre el goce promiscuo y plural de los cuerpos cuando forman «un círculo perfecto», sin complicaciones sentimentales. Incluso incluidos en Las personas del verbo destacarían: «Sobre este cuarto ha descendido el mundo, / la luz intacta de la vida breve / envolviéndonos juntos / mientras la noche afuera dura y llueve. / No volveré a estar solo. / Después de haber amado así, la muerte / no me tendrá del todo».

Una experiencia no muy distinta a la de «Cuatro» es la que da origen a «Alicia ya no vive aquí», pero la intensidad lírica del anterior poema se transforma en costumbrismo y surrealismo, en un onírico tono de farsa no exento de cómplice ternura.

Poesía de circunstancias, y a veces muy menores circunstancias, la de José Luis Piquero; poesía escrita a menudo a partir de vagas ideas adolescentes, no exenta de masoquista moralina, de falsa rebeldía y, sin embargo, de pronto, gran poesía: lúcida, desoladora, memorablemente inconfundible.