Podríamos comenzar con la frase que cierra el capítulo inicial: «Querido amigo, siéntate, la historia es larga y triste». Larga y triste es la historia que unió a la poeta norteamericana Elizabeth Bishop, desvalida, apática y alcohólica, y a Lota de Macedo Soares, una brasileña toda inteligencia y energía, sin título académico ninguno, pero capaz de poner firmes a arquitectos, ingenieros, burócratas y políticos.

La historia que Carmen L. Oliveira nos narra con arte de novelista es verdadera y conmovedoramente ejemplar. Cita a Tito Livio: «Se escribe para contar, no para probar». Y lo que ella nos cuenta tiene tanto de cuento de hadas como de historia de terror. Comienza con una mujer de cuarenta años que ha publicado con cierto éxito un libro de poemas -North & South (1946)-- y que se siente incapaz de volver a escribir y de encontrar un sitio en el mundo: «No sabiendo qué hacer consigo misma, decidió coger un barco y simplemente dejarse ir mar adentro, sin destino cierto. Nada más. Ya que nada más tenía». Llega a Brasil y allí unas norteamericanas que había conocido en Nueva York la ponen en contacto con alguien que era todo lo contrario de lo que ella era. Y la vida de esas dos mujeres cambia para siempre.

Hoy en día de Elizabeth Bishop sabemos muchas cosas. Octavio Paz fue el primero en traducir algunos de sus poemas al español. Son poemas los suyos nada solemnes, descriptivos y elusivos, poemas que rara vez entusiasman en una primera lectura. El titulado «Un arte» habla de un arte que no es difícil de aprender, «the art of losing», el arte de la pérdida. Un arte del que supo mucho desde la infancia. Su padre murió cuando ella tenía ocho meses; tenía cinco años cuando a su madre la recluyeron en un sanatorio y no la volvió a ver (nunca olvidaría la crisis final, el grito que cuelga «inaudible en la memoria»).

A Lota de Macedo Soares, en cambio, fuera de Brasil se la conoce poco. Pertenecía a una de las grandes familias del país, pero no quiso limitarse al papel de mecenas para el que parecía destinada. Carecía de títulos académicos -entonces las mujeres de su clase no iban a la Universidad--, pero era una apasionada de la arquitectura y el urbanismo y sus conocimientos en la materia admitían la comparación con los del más destacado especialista. Cuando Lota conoció a Elizabeth se estaba construyendo una casa en Samambaia, al norte de Sao Paulo, y sus soluciones arquitectónicas eran de una simplicidad, modernidad y originalidad sorprendentes.

Lota tenía todo lo que le faltaba a Elizabeth, especialmente la energía y la sabiduría necesarias para hacer realidad cualquier sueño.

¿Y qué tenía Elizabeth para interesar a Lota? Nada, salvo su desvalimiento. Las amigas de Lota nunca simpatizaron con aquella descolorida norteamericana, tímida y sin gracia, que compensaba con el alcohol su incapacidad para relacionarse adecuadamente con el mundo. Siempre creyeron que lo peor que le pudo ocurrir a Lota fue haberla conocido.

Pero no fue eso lo peor. Lo peor fue que sobrevaloró sus fuerzas y, cuando un amigo obtuvo el cargo de gobernador del Estado, le pidió que le dejara convertir en un parque modelo una inmensa escombrera, el Solar, que afeaba el desarrollo urbanístico de Río de Janeiro. Lota era ese tipo de mujer, segura de sí misma, toda voluntad, que no sentía ningún respeto por las jerarquías habituales. Durante años, saltándose cualquier norma, consiguió lo que quería, pero finalmente todos los mediocres que había ofendido y humillado se unieron contra ella. Y lograron derribarla.

Carmen L. Oliveira no quiere juzgar. La mujer desvalida triunfó finalmente sobre la mujer fuerte. Elizabeth pasó los últimos años cada vez más reconocida literariamente, dando cursos en diversas universidades, acompañada de un amor sin sobresaltos. La mujer fuerte, cuando el proyecto al que lo había sacrificado todo se vino abajo, quiso apoyarse en quien tanto había apoyado y encontró el vacío.

Elizabeth Bishop vivía entonces en Nueva York. Lota, enferma, fue a reunirse con ella. Llegó exhausta, pero Elizabeth quiso que conociera a sus vecinos y luego la llevó a cenar fuera de casa. Al regreso, charlaron un rato, se dieron un abrazo y se fueron a dormir. Carmen L. Oliveira nos cuenta lo que ocurrió después: «Bishop durmió pesadamente. Cerca del amanecer la despertó un ruido confuso. Encendió la luz, se levantó y se topó con Lota en la puerta de la cocina. Cuando se acercó, vio que tenía un frasco en la mano. Sin una palabra, pero con una mirada terrible, Lota se desplomó. Bishop se lanzó sobre el cuerpo inerte. Un grito se elevó sobre Greenwich Village, como otro grito se había elevado sobre una niña aterrada».

Una historia larga y triste, ciertamente. La historia de dos mujeres y parte de la historia de un país, la década del cincuenta, años de golpes y contragolpes, de histeria anticomunista, de fascinante vitalidad.

Una historia larga y triste, que no podemos dejar de leer, que nos enseña que quizá el paraíso no sea sino otros de los nombres del infierno y el amor, cualquier amor, la forma más hiriente de la soledad.