«Me pregunto si alguien pudo encontrar la fuerza para oponerse a la voluntad del Estado, personificada en estas figuras de hierro, por la sola razón de que su alma gemía de humillación. En un tiempo récord el miedo se apoderó de nosotros». Vesko Branev regresa a Sofía en el año 2000 con la intención de abrir el expediente que la Seguridad del Estado fue redactando sobre su vida. Se encuentra con un documento de más de 800 páginas en las que descubre la vigilancia a la que fue sometido, con micrófonos ocultos y visitas secretas a su vivienda. A partir de este momento Branev comienza a reconstruir no ya su propia biografía, sino la intrahistoria de todo un pueblo: la Bulgaria que va desde 1940 hasta la caída del Muro. Todorov, prologuista del libro, destaca el logro de Branev al conseguir transmitir el impacto psicológico que el régimen totalitario produce en el individuo.

El acierto de esta autobiografía testimonial radica en mostrarnos la vida cotidiana de Sofía en un ambiente intelectual, sin caer en el maniqueísmo de quien vive actualmente en Occidente, concretamente en Quebec. El autor de El hombre vigilado intentó ganarse la vida como escritor y guionista cinematográfico. A medida que va leyendo sus propios archivos descubre nombres, delatores y vigilantes policiales que se hacían pasar por sus amigos, sus colegas profesionales e incluso eran miembros de su familia, como su propio cuñado. Los problemas para «el despreocupado», uno de los varios sobrenombres con que la Seguridad del Estado le designa, comienzan a partir de su viaje a Berlín. En 1957 Branev tiene 25 años y acude a la capital alemana para estudiar dirección cinematográfica. Sin saber cómo, el KGB aparece en su casa y le pide que colabore con ellos. El autor búlgaro se niega y por miedo a las represalias decide emigrar. Pasa a vivir al Berlín occidental, donde descubre que fue su mejor amigo berlinés quien dio su nombre a la Policía soviética. En ese momento entra en contacto con la Embajada de Bulgaria en Berlín y se entera de que pronto habrá elecciones para el Tribunal Supremo, en el que su padre es magistrado. Las consecuencias de haber escapado perjudicarían a su familia. El embajador búlgaro le da su palabra de que si vuelve su huida no tendrá consecuencias y podrá proseguir sus estudios. Branev decide aceptar; pocos días después es detenido y conducido a una de las cárceles de la RDA. Desde allí, tras varios interrogatorios, será trasladado a Sofía, donde seguirá preso hasta que la Stasi decide dejarlo en libertad. Desde entonces será objetivo de la Seguridad del Estado. Branev, en un afán de transmitirnos lo ocurrido, llega incluso a copiar textualmente algunos de sus informes más relevantes.

En El hombre vigilado no se producen actos de violencia extrema; sin embargo, el autor nos habla de esa marca indeleble que deja el totalitarismo, de las pesadillas que le acompañan aún hoy cada noche, y por si alguno de los privilegiados del régimen duda de sus palabras, añade: «Si los hombres de la sombra no quieren creerme, tendrán que creer la historia, que ha enterrado su objeto de devoción, la sociedad totalitaria comunista. Y si siguen dudando de su carácter criminal, que recuerden que el partido único privó a los búlgaros de Parlamento y de prensa independiente, que les confiscó todos los derechos políticos e interrumpió el proceso democrático del Estado durante casi medio siglo».