Viaje de invierno, titula Federico Granell (Cangas del Narcea, 1974) esta nueva exposición en la galería Gema Llamazares, que ya acogiera su muestra Momentos pictóricos de 2007, en la que también el viaje fuera una referencia muy determinada, bien en la serie «Turista en Londres» o bien con el tema recurrente de la figura aislada en el contexto arquitectónico de una terminal de aeropuerto. En las dos ocasiones toma el viaje protagonismo en la personal opción figurativa de este artista asturiano cuya obra que ha traído a la memoria el título de una exposición de Dis Berlín en 1991 en el Museo de Teruel: El viajero inmóvil. Porque en la poética plástica de Federico Granell el viaje parece plantearse como un concepto interiorizado por parte de sus personajes, como si el lugar al que ese viaje los ha llevado, sea un aeropuerto o una lejana llanura nevada, no fuera más que la consecuencia de un sueño, un tránsito de la memoria, inmovilizados en el curso de tan incierta travesía.

Puede que se nos antoje así porque en los actuales paisajes de Granell el espacio pictórico asume un significado alegórico, un componente ajeno y fugaz, escenario de incertidumbres en el que los personajes permanecen aislados, encerrados en sí mismos, errantes. En cierto modo, se parecen a los árboles, con los que a menudo comparten la escena, y es curioso que sean la monotonía, el anonimato y la calculada ausencia de expresividad de esas superficies compartidas lo que paradójicamente les preste su intensidad dramática. Nada anima o se interfiere en estas atmósferas congeladas, ningún movimiento perturba la sólida quietud de estas imágenes, ni hay hojas en los árboles que pudieran ser movidas por el viento, todo está determinado en este lugar enigmático en el que las figuras deambulan uniendo viaje y memoria en el mismo latido que el paisaje. Estas nuevas pinturas de Federico Granell, su viaje de invierno, tienen la particularidad de enfrentarnos con un realismo sin anécdota, no hay en ellas narración, aunque, según me han dicho, tenga su inspiración en un hilo narrativo, sea literario o musical. De cualquier manera, su contenido no depende de la representación, sino que emana de los elementos plásticos, de las sensaciones que son capaces de evocar la contenida extrañeza y la desolada soledad de las composiciones, la sostenida matización de blancos, grises azulados y otras notas de color, ocasionalmente empalidecidas como en antiguas iluminaciones de fotografías, todo lo que envuelve a las figuras y contribuye a inmovilizarlas en su atemporal situación, de tintes surreales. Ahora sí -no tanto en anteriores ocasiones- que estas pinturas se pueden emparentar con una suma de dos tradiciones, la del realismo americano encabezado por Hopper y el realismo metafísico, por De Chirico. Hay detrás de estas imágenes una historia, aunque no nos cuenten esa historia.