Escribía Lucy R. Lippard que el collage cubista sembró las semillas del pop, aunque hubieron de pasar cincuenta años para que fructificasen. A cambio, fue su influencia duradera y ahora, pasados otros cincuenta años, una joven artista asturiana, Helena Toraño (Llanes, 1984) nos trae una exposición que desde el título, «Pop», para que no quepan dudas, pero también en citas y referencias, reivindica para sí su militancia en la tendencia.

Aun considerando su explícito deseo, y que estamos en tiempos en que los artistas tiran mucho de los «neos», uno cree modestamente que su pintura no necesita etiquetas y que cuando no se necesitan tampoco convienen. Por otra parte, más bien parece relacionarse con el «pop art» únicamente por aproximación y decisión personal, y eso teniendo en cuenta que se trata de un movimiento que se convirtió en un amplio cajón de sastre propiciando debates sin fin y malos entendidos sobre lo que es y lo que deja de ser «pop», y en eso incidía Lawrence Alloway, máxima autoridad sobre el «pop art» inglés (precisamente del que más cerca se siente Helena Toraño), el cual ofrece aspectos muy distintos tanto conceptual como formalmente, según los distintos países y los artistas a quienes, a veces a la fuerza, se incluye en la tendencia, que pueden ir desde la figuración hiperrealista a la abstracción.

Sí hay una afinidad de origen, porque también el collage -en su caso el «collage pintado», como Helena puntualiza oportunamente- fertilizó su obra, y su concepto tiene bastante que decir en la construcción de la obra. A partir de ahí, poco tiene que ver, por ejemplo, con los cánones del pop neoyorquino, pese a las apelaciones a Warhol, con el énfasis figurativo realista, el rigor en la glorificación de la «pop culture», industrial y consumista, el aprovechamiento de los emblemas comerciales y los medios de comunicación y su escaso sentido del humor. En cuanto al inglés, con el que más se identifica, Hamilton, Phillips, Blake, del Royal College Art, o el norteamericano asimilado Kitaj, que son de la última y más variada generación, puede hablarse de tics o alusiones compartidas, el gusto por lo paradójico, por la manipulación pictórica, el componente imaginativo y, en general, la diversidad en la problematización de la imagen, pero todo ello más bien por buscar el quinto pie del gato.

Porque el mayor atractivo de la obra de Helena Toraño -¿qué tendrá que la hace tan original y refrescante?, por parafrasear el título del famoso collage de Hamilton- está en la aportación de un personal y sugestivo código iconográfico y, por otra parte, quizá heredero del collage pintado en este caso, también espacial. Su estética tiene una vertiente paródica pero al mismo tiempo nostálgica, con una peculiar sensibilidad expresionista en la figuración que tanto puede recordar a los personajes de Jordi Labanda como a la pintura naif entendida como actitud consciente, distorsionados de lo figurativo que resultan imaginativos, algo anárquicos y extravagantemente sofisticados. Es una pintura que pertenece a la tradición iconoclasta -lo contrario del pop-, a lo que se llamó «figuración excéntrica». Lejos de lo convencional, visualmente gratificante, es una divertida manera de enfrentarse a los estereotipos, que, por su parte, son muy pop. Es de interés fijarse en la positiva evolución en la obra comparando los pocos cuadros de hace un par de años con la obra última.