Sólo los tontos creen en el amor. Quien avisa no se traiciona. Un apellido de lo más sugerente: Babia. Ideal para una mujer que nada en la abundancia en cuanto a imaginación se refiere. Protege su inseguridad con una coraza de ironía y es un buen ejemplo de mujer hecha a sí misma en un mundo lleno de desechos y oropeles. Periodista: ojo al dato. Es de pueblo y eso marca: viajar es casi una obsesión. Trabaja en televisión: menuda travesía en el desierto. Y su vida está instalada en un torbellino que exprime, oprime y reprime. La fauna que la rodea es propia de un zoo ilógico: jefa con la cabeza a pajarracos y pegada a los celos, hermanito adicto a las histerias de amor, amiga despampanante, colega homosexual que aconseja como nadie, padres que se tiran los platos rotos, un aspirante a encuadrarla con su cámara y... y... Marcelo, locuaz guionista argentino que se pone primero en la lista de recados sentimentales.

Con esos ingredientes, Marta del Riego Anta debuta como novelista (es redactora jefe en la estupenda «Vanity fair»), y lo hace con la soltura propia de quien está acostumbrada a lidiar con palabras precisas y cargadas de postas, bien pertrechada en información de primera mano a la hora de escribir sobre el mundo de la moda. Su novela, de armazón flexible y resistente, conjura los miedos de la escritora primeriza con una soltura y saber estar que se suele amasar en el periodismo. Es decir, que prensa sus materiales para no dejar hilos sueltos ni cabos desatados y narra con la destreza de quien destila en una frase todo lo que quiere decir y lo que quiere dar a intuir. Bajo la apariencia de una crónica bulliciosa y crujiente de amoríos y desvaríos se descorre un retrato punzante y mordaz (que no cínico, ésta es una novela que no renuncia a comer perdices) sobre una generación que sobrevive en la treintena en un mundo donde la precariedad y las falsedades se convierten en moneda de curso legal.

Con sentido del humor (sin descafeinar) y sensibilidad (sin edulcorantes artificiales) manejados con la convicción de quien cree en su historia y sus personajes (qué bien «suenan» los padres de la protagonista en una novela muy bien dialogada), Del Riego cartografía sin tapujos paisajes profesionales poco o nada tratados por los narradores españoles, y de paso radiografía el estado de la emoción amorosa en unos tiempos donde las apariencias empañan la vista.