El encanto no tiene que ver con la perfección. ¿Es un gran poeta Lorenzo Gomis? Probablemente, no. Sí fue una figura ejemplar: periodista, maestro de periodistas, fundador y director de «El Ciervo» -esa revista que ha cumplido medio siglo sin una arruga-, memorialista? Y todo ello lo fue sin estridencias, dejando que otros se adelantaran a ocupar la primera, pero no sin educadas ironías ni sin inteligencia.

Como poeta, fue uno de los primeros de su generación en ganar el «Adonais», premio que obtuvo con El caballo en 1951. En sus libros siguientes, escritos en castellano y en catalán, unió religiosidad y humor, fantasía y cotidianidad. Tras el versolibrismo de sus primeros poemas, se aficionó a la rima consonante. Le gustaba lo que tenía de juego y no le importaba incurrir de vez en cuando en el ripio. En el Libro de Adán y Eva se atrevió con la cansina cuaderna vía de Berceo: «Ver tanta confusión es un gran privilegio. / Pondré nombre a las cosas. Será un oficio regio. / Superaré del ángel el inicial arpegio. / Yo seré el primer sabio que no ha ido al colegio».

«La rima rema» ha declarado alguna vez. En el prólogo a Fanfarria escribe: «La rima es un remo que acompasa la barca y la hace penetrar en aguas desconocidas». La rima lleva de la mano al poeta y le hace decir lo que no quería decir o lo que no sabía que quería decir.

En 2002 Lorenzo Gomis publicó su Poesía completa. Estaba a punto de cumplir 80 años, parecía que su obra completa estaba verdaderamente completa. Pero no: «Un mes de septiembre, volviendo de Bretaña con unos amigos, hicimos noche en un hotel de carretera -lugar de aventuras fantasmagóricas- y a la mañana siguiente, de la manera más inesperada, me salió un poema. Fue en el cuarto de baño». Es el juego algo infantil de la rima el que genera ese poema: «Toda la noche oyendo los camiones / que salen del infierno a tropezones». No falta la referencia escatológica, un eco de Borges y de Botas: «Fosca materia fulminante y poca / escapa, resto de una cena loca».

A algún lector, ante ese poema y ante otros «impromptus» -así se titula una de las secciones- del libro, se le podría ocurrir responder de radical manera a la pregunta que Gomis se formula en el prólogo: «¿Qué se hace con un poema nuevo después de publicar las obras completas?». Tirarlo a la papelera no es una opción que suelan contemplar los poetas de cualquier edad.

Todos los poetas escriben demasiado, incluso los que escriben poco. Raro es el poeta que no deja de ser poeta mucho antes de dejar de publicar poemas. ¿Es Lorenzo Gomis uno de esos casos? Comenzamos a leer «Fanfarria» con cierto escepticismo. Y en seguida nos dejamos llevar por su música, a ratos destartalada, por su humor y por su contenida emoción.

Un poeta de 80 años no puede dejar de pensar en la muerte, pero Gomis lo hace sin patetismos: «Morir es hacer sitio a los que quedan, / es invitar los nietos a la vida, / llamarles a crecer para que puedan / jugar el ajedrez de su partida».

Fantasía, antojo y humor hay en las series de poemas que componen esta fanfarria (el título está muy bien elegido: sugiere música ruidosa, vitalidad, claros clarines). Nada tienen de parnasianos los sonetos de «Pinacoteca», dedicados a sus cuadros favoritos, comenzando por los frescos de Fray Angélico en San Marcos: «Corren los ayudantes por las salas, / los pasillos y celdas del convento / y pintan con los labios y las alas / el evangelio al fresco en un momento». Destacan los dedicados a Vermeer, donde la luz se detiene para contemplar la hora «que será siempre ahora por la magia del arte», y a Pisarro: «El mundo está en la niebla y en la nieve, / el mundo está en las lluvias y los vientos. / El mundo cuando nieva y cuando llueve / revela sus ocultos sentimientos».

El humor costumbrista aparece en «Homenaje a la rueda», mientras que las referencias al «arrabal de senectud» en que se encuentra el poeta se dispersan por todo el libro: «Es natural que el viejo sea feo / y no entienda muy bien lo que le dicen / y confiese el letrero no lo veo / y en el barro los pies se le deslicen».

«El despertar» se titula uno de los poemas, glosa de un verso de Fray Luis de León («Un día puro, alegre, libre quiero») que algo recuerda también al Jorge Guillén de Cántico: «¿Qué puedo yo poner en el concierto / del silencio que flota en el espacio? / La sorpresa tal vez de no estar muerto, / el gozo humilde de vivir despacio». También en «El otoño» encontramos «un mundo nuevo al despertar el día».

Lorenzo Gomis es un poeta que nunca ha pretendido ser sublime sin interrupción. Se deja llevar por la rima, no distingue entre temas mayores y menores, no corrige las ocurrencias menos afortunadas. Y es precisamente gracias a ello que consigue un libro vivo, conmovedor y sabio. Que nos hace sonreír, que nos pone una lágrima en los ojos, que releemos con gusto.

¿Gran poesía? No sé. Verdadera, insustituible, personal poesía: de eso estoy seguro.