A pesar de su rubato romántico, la música de Chopin se asienta sobre pilares clásicos. Quizá por ello su adecuada interpretación es perfecta vara para medir la calidad de un intérprete determinado. Él exigía a sus alumnos un control perfecto del tiempo y su propia ejecución era pura, sin aditamentos ni libertades. Es sorprendente, pero dos siglos después Chopin ha superado todas las modas y mantiene activo buena parte de su catálogo, mientras que otros autores coetáneos lo han visto reducido a un número corto de obras o son hoy unos desconocidos para el gran público. Conserva un estilo fiel desde la juventud, sin cambios relevantes, más allá de una lógica madurez progresiva. Amaba la belleza del bel canto romántico, y eso se deja ver en buena parte de su obra, especialmente en los estudios de carácter aristocrático. Consiguió introducir en los circuitos musicales europeos las mazurcas y polonesas de su país natal, que, en cierta medida, entonces resultaban exóticas. Supo evocarlas con maestría sin perder nunca el cosmopolitismo que caracterizó su obra.

Chopin asignó siempre títulos abstractos a sus creaciones frente a otros coetáneos que optaban por opciones más descriptivas en contraste con las suyas, de carácter genérico. Su música, ya desde la juventud, tuvo un carácter elegante, desbordante en la inventiva melódica. De la combinación de recursos melódicos y armónicos surgió una riqueza musical sin precedentes. Con el paso del tiempo su música se fue haciendo más severa y concentrada. Como si el control cada vez tuviese un protagonismo más preciso. También transitó hacia armonías cromáticas de mayor audacia, influyendo en otros compositores posteriores. Su carácter enfermizo no quitó fuerza a su música ni al final de su carrera. Su método de trabajo era lento. Filtsch relata muy bien el proceso: «El otro día -marzo de 1842- escuché a Chopin improvisando en casa de George Sand. Es maravilloso oír a Chopin componer de este modo. Su inspiración es tan inmediata y completa que ejecuta sin vacilar, como si la cosa tuviese que ser así. Pero cuando llega el momento de anotarlo todo y de recapturar el pensamiento original con todos sus detalles, pasa días de tensión nerviosa y de desesperación casi temible. Modifica y retoca casi sin descanso las mismas frases, y se pasea de un lado para el otro como un loco». En su época se ganó el respeto de sus colegas y, de hecho, ser un gran pianista a lo largo del siglo XIX exigía tocar en condiciones su música. En cierta medida así continúa siendo, y su música permanece inmune a los cambios del gusto de cada período histórico. Quizá su grandeza esté precisamente en la «dificultad transparente» -tan cercano en esto también a Mozart- que su ejecución requiere. El aura romántica todo lo invadió en las bellas artes y el decadentismo posterior acentuó las contradicciones y los excesos del movimiento artístico como en un juego de espejos. ¡Qué apasionante la depuración estética de uno de sus más genuinos representantes!