Hasta la lectura de Mi traidor, la primera novela de Sorj Chalandon que se traduce en España, el trinomio Irlanda-violencia-traición tenía para mí dos referentes. Uno, la película El delator, de John Ford, basada en la novela de Liam O'Flaherty ambientada en la guerra civil irlandesa de 1922-1923; otro, el relato «Tema del traidor y el héroe», uno de los mejores textos que Borges escribió, inspirador por cierto de una no menos excelente película, La estrategia de la araña, del hoy eclipsado Bernardo Bertolucci.

Si en la novela/película de O'Flaherty/Ford, el traidor, Gypo Nolan, lo es por dinero y por el amor de una prostituta, en el relato/película de Borges/Bertolucci, el traidor, Kilpatrick, acaba convirtiendo su defección, por medio de un abracadabrante mecanismo que sólo el talento de Borges es capaz de hacer creíble, en piedra maestra sobre la que erigir la salvación de su causa. En la novela de Chalandon, las razones del traidor, Tyrone Meehan, basado en la persona de Denis Donaldson, el «topo» que el MI5 mantuvo durante años en el corazón del movimiento nacionalista católico irlandés, no se desvelan, aunque el personaje de Meehan, en su último encuentro con el narrador, le sugiere que todo hombre, lo acepte o no, lleva en su corazón un Gypo Nolan.

El gran hallazgo de Mi traidor reside en el personaje del narrador. A menudo nadie mejor que un extraño para arrojar luz sobre una realidad tan compleja como en este caso puede ser la norirlandesa. El narrador de Mi traidor, Antoine, no es un isleño, sino un francés de Los Vosgos, y tiene una profesión tan poco ligada al ambiente cotidiano de Belfast como la de luthier. Las páginas en que Chalandon nos transmite el trabajo casi de orfebrería de Antoine generan un contraste muy bello y significativo con la situación política y el clima opresivo de la realidad norirlandesa. Mientras el luthier trabaja en París, la prosa es bella, musical, prolongada; cuando el luthier se embosca en la realidad de los Seis Condados, la prosa es como un chasquido, como un latigazo, como un ladrillo contra el muro.

Chalandon no esconde la mano, y en su libro toma partido. En Mi traidor se respira un aire de afecto y comprensión hacia la causa republicana y el heroísmo cotidiano de madres, padres, hijos, hermanos y hermanas de gente que pone bombas, muere tras salvajes huelgas de hambre y ha hecho de su vida una cruzada contra lo que consideran opresión colonialista. Como el personaje del traidor proclama en un momento especialmente dramático de la novela, el odio a los ingleses no procede de las afrentas que infligen, sino de la maldad que siembran en el corazón de los norirlandeses. Pocas veces, y con tanto acierto, se habrá definido el carácter esencialmente perverso que encierran los procesos de dominación y las respuestas de los dominados como en esta novela magníficamente escrita, conmovedora en sus matices y resuelta con un happy end que, por una vez, confiamos en que la vida haga suyo.