La degollina como espectáculo de masas

Primero, durante décadas, fueron las fugaces filmaciones de ejecuciones o de soldados caídos en combate. En la década de 1970, se empezó a hablar de las «snuff movies», películas pornográficas que incluyen torturas, mutilaciones y muertes no simuladas. Aún hoy, sin embargo, son nutridas las voces que sostienen contra toda evidencia que ese tipo de filmes es una fabulación. La última entrega de La muerte como espectáculo ha llegado, vía internet, de la mano de yihadistas de todo pelaje que filman sus degollinas de rehenes y las cuelgan en la red. La italiana Michela Marzano, especialista en el estatuto contemporáneo del cuerpo, ha indagado en el fenómeno para hacer una reflexión ética sobre la indiferencia ante la barbarie.

Cambiar jadeos mercenarios por susurros de fantasmas

A su manera, La habitación azul es un relato de amor y muerte. De amor maternal y de amor mercenario. De muerte como huida y de huida en compañía de muertos. La habitación azul es la tercera novela de la holandesa de origen somalí Yasmine Allas (1967), también conocida como actriz. Una niña, Hedwig, vive en la habitación que da título a la novela y que su hermana utiliza como prostíbulo. Cuando llegan los clientes, se esconde bajo el catre de la que, en realidad, es su madre. Hasta que aprende a escaparse a un cementerio, donde, en compañía de vivos y fantasmas, pasará más ricas horas que bajo el somier.

Desventuras de un héroe entre el hastío y el arrebato

Saint-Beuve, Georges Sand, Nerval, Baudelaire o Proust son algunas de las piedras miliares que encontraron inspiración y solaz en Obermann, la gran obra del prerromanticismo francés. Su autor, Étienne Pivert de Senancour (1770-1846), plasmó en ella con mano maestra dos de las que habían de ser claves del romanticismo: la identificación con la Naturaleza y la escisión de la conciencia entre los arrebatos y el tedio. La obra, de carácter epistolar, acaba siendo un autorretrato del héroe como ser desgraciado. KRK la recupera en una bella edición basada en la traducción de Ricardo Baeza, la primera que se hizo en castellano.