Nadie podrá acusar a Nick Cave de oportunista con la publicación de su segunda novela. Los intrincados caminos editoriales han confluido en los últimos meses en el lanzamiento de varios rockeros como autores literarios. ¿Puro marketing? ¿Búsqueda de nuevos públicos? ¿Alimentación de la vanidad de algunos hinchados egos del mundo del rock? Nada de todo esto es atribuible a Nicholas Edward Cave (Warracknabeal, Australia, 1957), quien siempre manifestó su atracción por el mito del Sur literario y musical, vía William Faulkner, Jim Thompson o el blues de Nueva Orleans. Ya en 1988 vio publicados varios textos diversos -teatro, narraciones breves- en King Ink (Black Spring Press, 1988; Fundamentos, 1990) y, posteriormente, su primera novela, Y el asno vio el ángel (Black Spring Press, 1989; Pre-Textos, 1991), además de dos discos donde recitaba diversas piezas: And the ass saw the angel (Mute, 1998) y The secret life of the love song (King Mob, 2000). Por lo tanto, no es el caso del australiano errante ni de oportunismo ni de necesidad de satisfacción de un yo desmesurado.

Si en su primera novela los cerros de Úbeda de las elevadas pretensiones le llevaban a una narración algo farragosa y, desde luego, bastante difícil de digerir, en esta historia de la caída en picado de Bunny Munro, sí logra todo lo que se había propuesto e incluirlo en ese su mundo de altos y bajos, de tragedia y de euforia. Vendedor a domicilio de productos cosméticos, Bunny Munro aprovecha cualquier resquicio para meterse en la cama de sus clientas o de cualquier cosa con faldas que se le ponga por delante. Adicto, a partes iguales, al sexo y al trabajo, su mundo se viene abajo, paradójicamente, con el suicidio de su mujer. «Siente que su amarre ha sido cercenado y flota libremente más allá de cualquier cosa que pueda evocar vagamente la realidad. No tiene ni una pista ni una idea ni la más mínima noción sobre lo que va a hacer. ¿Qué va a hacer?» (página 35). Y, en el medio de todo el drama, un niño, Bunny Junior, quien se convertirá en un elemento más para zarandearnos en esos extremos de los que tanto gusta Cave. Hay que apreciar en el australiano errante esa capacidad para recrear el universo infantil, con un pie situado en la realidad y otro en la fantasía. Característica que ya había mostrado al retratar en su primera novela al pobre Euchrid Eucrow, el niño lleno de malformaciones físicas y mudo de nacimiento, pero poseído de una sensibilidad fuera de lo común, a través del cual la realidad deja de ser tormento, caos y dolor. Tres días donde los fantasmas acosan a padre e hijo (la madre se les aparece, una hormigonera de la que sale un brazo tatuado, sueños de clientas en medio de la tormenta) conduciéndolos al límite de su propia conciencia: la autodemolición del padre, el descubrimiento de un nuevo mundo para el hijo, donde deberá arreglárselas solo y maduro. Novela consistente, de humanidad desgarrada, con una fuerza que late de cada poro y un abanico de registros que Cave maneja con solvencia y madurez.

En paralelo, hay que destacar la publicación de White lunar, recopilación de músicas para bandas sonoras diversas que han realizado Nick Cave y su compinche Warren Ellis (líder de los esenciales, magníficos Dirty Three) y donde se incluye, por supuesto, el trabajo The road, la película de John Hillcoat, autor, por cierto, de «la primera chispa» de la segunda novela de Cave, según confiesa el australiano al final del libro.

El éxito del filme protagonizado por Viggo Mortensen ha propiciado una edición aparte, con el único material de La carretera. Sensibilidad, entre inquietantes claroscuros y nubarrones, donde una puerta a la esperanza desea abrirse. Otra de las paradojas de un autor cada vez más grande.