Se puede hacer filosofía a costa del doctor House, haciendo que pague la cuenta Homer Simpson, chantajeando a Tony Soprano o estrellándose en la isla de la serie «Perdidos». El filósofo italiano Simone Regazzoni embarca a los lectores de Perdidos. La filosofía en el vuelo filosófico 815 de Oceanic Airlines y, 131 páginas después, nos abandona con un puñadito de respuestas y varios puñadotes de preguntas. El punto de partida de Regazzoni es impecable: la filosofía debe ocuparse de las series televisivas, al igual que se ocupa del cine y del arte contemporáneo. Es más, las aventuras de Jack Bauer en la serie «24», el cerebro de House y las vueltas de tuerca de «Perdidos» son filosóficamente más interesantes que el dichoso tiburón en formol de Damien Hirst. Sin embargo, Perdidos. La filosofía no es una guía para no perderse en la isla, y al final no aparece Hércules Poirot explicando con detalle quién es quién y qué es qué. No hay explicaciones simples para la complejidad, ni siquiera para un Poirot filosófico. Y «Perdidos» es una serie compleja.

El librito de Regazzoni tampoco es un intento de hablar de filosofía usando «Perdidos», sino una manera de hacer filosofía de manera rigurosa, pero no académica, a través de «Perdidos». Filosofía pop. Aunque entre los protagonistas de «Perdidos» no hay filósofos en el sentido técnico de la palabra, sí hay sujetos portadores de lo que Gramsci llamaba «filosofía espontánea», es decir, nos encontramos con tipos como Jack, Sawyer, Kate, Sayid o Locke que tienen una determinada concepción de la isla y, por lo tanto, del mundo. Perdidos. La filosofía no se agota, como advierte el autor, en el juego de los nombres de filósofos que aparecen en la serie: uno de los protagonistas se apellida Locke, que se encuentra con una mujer cuyo apellido es Rousseau, y también con un tal Hume, y el mismo Locke, cuando abandona la isla, utiliza el nombre de Jeremy Bentham. ¿Qué hacer, entonces, con estos nombres de filósofos? Nada. En la isla nadie advierte que los nombres de Hume, Locke o Rousseau son nombres de filósofos, y el hecho de que un supervisor regional de una empresa que fabrica cajas se llame John Locke sólo significa que cualquiera puede llevar el nombre de un filósofo, o sea, que cada ser humano es, a su manera, filósofo. Regazzoni concluye que la normalidad con que los nombres de los filósofos circulan por la isla indica que la filosofía no es prerrogativa de los filósofos profesionales. Una idea interesante. Sin embargo, Regazzoni también dice que hay que resistir la tentación pedante de buscar nexos y conexiones entre «Perdidos» y los protagonistas de la historia de la filosofía. Con la pedantería de la antipedantería hemos topado, amigos.

La postura antipedante de Regazzoni es profundamente pedante y, además, contradictoria. Veamos, el filósofo italiano relaciona los saltos temporales en la narración de «Perdidos» con el «todo fluye» de Heráclito y el «todo avanza y retrocede» de Platón en el diálogo Cratilo, y explica que en «Perdidos» el presente es simultáneamente pasado y futuro aludiendo a un texto de Derrida (¡Derrida!) dedicado a Husserl (¡Husserl!). ¿No es eso pedante? Regazzoni cita a Aristóteles para justificar la trama de «Monstruoso» (una cámara de vídeo graba las imágenes del ataque a Manhattan obra de un monstruo de quien no sabemos nada), una película con interesantes referencias a «Perdidos». ¿No es eso pedante? Y Regazzoni defiende que podemos adivinar en el personaje de John Locke la figura del filósofo que desarrolla Heidegger en ¿Qué es la filosofía? ¿No es eso pedante? Creo que no. Lo que es pedante es decir que no se quiere ser pedante y luego citar a Heráclito, Platón, Derrida, Husserl, Aristóteles y Heidegger.

Si olvidamos la insoportable contradicción que encierra querer ser portavoz de la filosofía pop olvidándose de la historia de la filosofía académica mientras se cita con furia a Derrida, el ensayo filosófico de Regazzoni sobre «Perdidos» es sugerente y divertido. A no ser que consideremos que es pedante, y no sugerente, reflexionar sobre la comunidad (así llama Hurley al grupo de supervivientes) de «Perdidos», una comunidad de grado cero, sin contrato social, sin ley, sin tribunal, sin votaciones, sin identidad y sin sentimiento de pertenencia. «Si no conseguimos vivir juntos, moriremos solos», dice el racional Jack, un hombre que considera a la isla «solamente una isla», no como Locke, que escucha y se comunica con la isla como si fuera una entidad casi divina. En «Perdidos» se vive con otros (pero no con Los Otros) para no morir solo. ¿Le parece un punto de vista pedante o, más bien, sugerente?