En la Argentina de los años sesenta los niños jugaban con soldaditos de plástico. Los había de la II Guerra Mundial, también cowboys, y la aportación autóctona eran los granaderos a caballo de José de San Martín. Jorge Fernández Díez era uno de esos chiquillos que inventaba guerras con el glorioso batallón, legendariamente fiel al libertador de la patria. En su madurez recrea sus batallas con la literatura. La logia de Cádiz (Planeta) es la primera incursión del bonaerense en el género histórico y de aventuras. En España, y más aún en Asturias, ya le conocíamos por «Mamá», las crónicas de la inmigración protagonizadas por su madre, una asturiana rumbo a América.

-«La logia de Cádiz» empieza con una cita del capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte.

-Soy muy amigo de él [de hecho, el académico asistió esta semana a la presentación de su novela], hemos leído los mismos libros y tenemos visiones afines sobre la épica. Coincido con él en que no es posible un héroe con corazón puro, la modernidad no nos permite héroes salgarianos. Arturo es un mojón en la novela histórica en castellano.

-Bien, ¿y quién fue San Martín?

-En América San Martín está sacralizado. Eso no me interesa. Él nació en Yapeyú, un pequeñísimo pueblo, hijo de un oficial español; vino a España a los cuatro años y se desarrolló política y personalmente en España. Fue un héroe de España en Bailén, a los 12 años entró en el Ejército y a los 13 tuvo su bautismo de fuego en África. Fue la mano derecha de Solano, el jefe del Gobierno de Cádiz, y él fue su gran maestro. Ahí, en Cádiz, comienza el gran drama de San Martín. Eran admiradores de las luces, enfrentados a la España de sacristía y oscurantista que representaba Fernando VII, pero Francia llegaba como invasor y eso los coloca en una situación incómoda. El libro está plagado de personajes que han de elegir entre la traición a la Corona o la traición a sí mismos.

-... E intentan construir la España que desean en el Nuevo Mundo.

-Eran masones, conspiraban en la logia de Cádiz, que funcionaba como un partido político y un servicio de inteligencia. Huyen a Londres, siete embarcan en una fragata a América. No puedo dejar de pensar en el Che Guevara al recordar lo que aquellos hombres planeaban durante ese viaje: vamos a llegar al Río de la Plata, formar una caballería, con la caballería vamos a dar un golpe de efecto, a cruzar los Andes y liberar todo el Cono Sur... Y lo lograron en menos de dos años.

-San Martín, ¿político o guerrero?

-Guerrero. Con Solano y Coupigny toma contacto con las ideas ilustradas, era muy lector de Voltaire, pero logró sus victorias en el campo de batalla. Consiguió algo increíble: cruzar los Andes con cinco mil hombres, pero fracasó como estadista. No puede gobernar, cae contra Bolívar, que sí era un estadista. San Martín, como todos los inmigrantes -y lo sé en carne propia-, busca una patria ilusoria. La buscó y no la encontró, pero ayudó a construirla.

-¿Era consciente de su transcendencia?

-Sí, y le dolió mucho la falta de reconocimiento. Toda su fuerza estaba puesta en una tarea histórica y tenía un alto sentido del honor personal, una gran pasión por un ideal. Hoy el honor parece bastardeado y olvidado, pero para aquellos hombres era importante.

-Era idolatrado por sus soldados.

-Hay algo monstruoso en la heroicidad. Los soldados temían más a su jefe que al enemigo. Cuando San Martín cae en la batalla de San Lorenzo da una orden tremenda: reúnan el regimiento y vayan a morir.

-Balzac aparece al final del libro. ¿Existió una relación entre ambos?

-El fundador de la Banca Aguado, una especie de Fondo Monetario Internacional de la época, los presentó. Aguado murió súbitamente en un viaje a Asturias, donde tenía unas minas de carbón. La relación con Balzac es real, pero el diálogo que aparece al final del libro es inventado. Los historiadores crearon el concepto de «imaginación histórica»: se pueden establecer probabilidades a partir de ciertos hechos.

-«La logia de Cádiz» se presenta como una novela de aventuras.

-Sí, y la escribí pensando en el lector español. España ha barrido esa parte de su pasado, primero por odio y luego porque es políticamente incorrecto resaltar el enfrentamiento cuando lo que se espera de las relaciones entre España y América es la buena vecindad. Pensé en el libro como en una película, quería que se viviera la batalla por dentro, que se oliera el miedo, la tensión... En eso tuvieron que ver mis hijos, ellos detestaban la historia rioplatense, les gustaba el Siglo de Oro español, por lo que habían leído de Alatriste, y la épica inglesa. Yo les quería demostrar que nuestra historia también es trepidante.

-La novela histórica arrasa en Europa, ¿también en América?

-En todo el mundo. Hay muchos lectores frustrados de historia. La historia es un analgésico y un muro contra la estupidez humana, que está muy extendida. Repasas la historia y ves cómo las cosas siempre han funcionado mal o peor. La novela histórica trata sobre el presente, no sobre el pasado.

-¿Qué fue de San Martín?

-Vivió en el ostracismo. No fue un personaje suntuoso, no tuvo el carisma de Bolívar, que era más farolero. Él era un hombre discreto. Murió de viejo, a los setenta y pico años en Boulogne sur Mère, en Francia. Tenía muchos problemas de salud, por sus heridas de guerra, sufría gota, problemas estomacales por una cuchillada, tomaba opio, pero conservaba cierta prestancia, era un caballero alto y envarado.

-Era un fracasado.

-Tenía el enorme glamour del fracaso.