Evasión o victoria, la divertida y emocionante película de John Huston protagonizada por un puñado de prisioneros aliados en manos de los nazis que consiguen humillar a la selección de Alemania en un partido de fútbol, es una pobre imitadora del deporte rey. Y es que la historia del fútbol está llena de partidos tan gloriosos como el de Evasión o victoria, de jugadores tan deslumbrantes como el Pelé con el brazo en cabestrillo que juega a las órdenes de un rellenito Michael Caine, y de minutos tan épicos como los de esa segunda parte imposible en la que los jugadores aliados prefieren enfrentarse a los alemanes a huir a través de las alcantarillas de París. El cine puede atrapar la vida fotograma a fotograma, pero no puede con el fútbol, porque el fútbol, amigo, es a veces más grande que la vida.

John Ludden ha escrito Los partidos del siglo. Los duelos más apasionantes de la historia del fútbol con buen pulso y mejor erudición, y el resultado es un viaje desde un partido que pudo no haber sido en los terribles años de la II Guerra Mundial hasta un partido que nunca debió haber sido en una Final de la Liga de Campeones en el Camp Nou. En 1942 los alemanes ocupaban Ucrania y a algún genio de la propaganda se le ocurrió organizar un partido «amistoso» entre el Dinamo de Kiev (sus jugadores estaban prisioneros de los nazis) y un equipo alemán. Como los alemanes prohibieron jugar con el nombre «Dinamo», el partido se jugó entre el Kiev City Start y las Fuerzas Armadas de Alemania. Ganaron los ucranianos 4-1, para regocijo de su público. Tres días después el equipo alemán se reforzó con jugadores traídos especialmente para la ocasión. Los ucranianos ganaron 6-0. Los alemanes trajeron entonces al MSG Wal, compuesto por futbolistas profesionales húngaros que habían luchado con los alemanes en el frente oriental. A los jugadores del City Start (Dinamo), por si acaso, se les habían rebajado las raciones de comida y se les había prohibido entrenar. Los ucranianos golearon 5-1 a los húngaros. El partido se repitió. Y el equipo ucraniano volvió a ganar 3-2. Era demasiado. El Flakelf, el invencible equipo del Ejército alemán, voló hasta Kiev para poner fin a aquella humillación. Así todo, un oficial de la SS visitó el vestuario de los ucranianos y resumió la situación: «Si ganáis, morís». Ganaron los jugadores del Kiev. Luego, todos los jugadores ucranianos, excepto tres, fueron fusilados. Todavía vestían el uniforme de su equipo.

¿Ocurrió verdaderamente o es una leyenda? Muchos dicen que esta historia fue inventada por el partido comunista después de la guerra, pero Ludden afirma que una historia como ésta no se puede inventar. Makar Honcharenko, que al parecer participó en esos partidos y sigue vivo, insiste en guardar silencio. De un partido que pudo no haber sido hasta un partido que no debió haber sido y en el que el silencio es imposible: 1999, final de la Liga de Campeones entre el Manchester United y el Bayern Munich. Los alemanes ganaban 1-0, y ya se veían campeones de Europa porque el partido estaba a punto de terminar. Pero en el minuto 91, con el portero del equipo inglés intentando rematar, Beckham lanzó un saque de esquina y, tras un bonito lío, Sheringham consiguió empatar el partido. Y cuando todos pensaban en la prórroga, Solskjaer marcó el segundo gol del Manchester. Los jugadores alemanes se derrumbaron. Literalmente. El Manchester ganaba la Copa de Europa tras un final imposible.

Entre el partido quizás inexistente de Ucrania y el partido imposible del Camp Nou John Ludden nos lleva a los tiempos en que los húngaros dominaban el fútbol (aunque perdieron la final del Mundial de 1954 frente a Alemania) y eran capaces de destrozar a Inglaterra, y en Wembley, 3-6, con dos goles de Puskas. Al final del partido los aficionados ingleses vitorearon a los húngaros como si fueran los suyos. Y a partidos casi irrepetibles, como el empate a tres goles entre el Estrella Roja y el Manchester United en los cuartos de final de la Copa de Europa de 1958. Los ingleses habían ganado 2-1 en el partido de ida, y ganaban 3-0 en Belgrado hasta que en el minuto 2 de la segunda parte marcó Kostic. El apurado empate final clasificó al Manchester. Después del partido yugoslavos e ingleses cenaron (y bebieron mucho vino) juntos, y los ingleses, dirigidos por Roger Byrne, cantaron: «Nos volveremos a encontrar, no sé dónde, no sé cuándo, pero sé que nos volveremos a encontrar en un día soleado». Las lágrimas se mezclaron con el vino. Pocas horas después el avión en el que los jugadores del Manchester volvían a casa sufrió un accidente. Murieron ocho futbolistas, entre ellos el lateral izquierdo Roger Byrne, corazón de aquél inolvidable Manchester United.

La paliza del Real Madrid de Di Stéfano y Puskas al Eintracht Francfort en la final de la Copa de Europa de 1960, en un partido que el narrador de la BBC describió como un Lago de los cisnes sobre hierba. La increíble final del Mundial de 1966 que ganó (en la prórroga) Inglaterra a Alemania, tras polémico «gol fantasma». Y el gran Celtic campeón de Europa en Lisboa. No todos los seguidores del Celtic volvieron a Escocia después de la victoria, y dicen que el número de portugueses pelirrojos que residen en Lisboa en la actualidad supera con mucho a la media nacional. Y el asombroso Brasil de Pelé. Y la victoria de Escocia ante Holanda en el Mundial de 1978. Y, claro, los dos goles de Maradona (uno con la «mano de Dios», y el otro, el mejor gol de la historia) a Inglaterra en el Mundial de 1986. El fútbol.

¿Qué se puede decir de un deporte que hace que aumente el número de pelirrojos en Lisboa?