Una puerta es, por definición, un lugar de tránsito, del mismo modo que una silla define un lugar de permanencia; así como la puerta abre un umbral, un espacio que invita al movimiento, una silla parece exigir a su alrededor todo lo contrario: un espacio inmovilizado y estable. De ahí el descoyuntamiento de la percepción y del sentido que se produce ante un objeto que es a la vez una cosa y otra: una puerta en la que una de las jambas es una silla o una silla cuya estructura se prolonga hasta convertirse en el marco de una puerta. Ese juego paradójico, esa forma de instalarse conceptualmente en un límite, esa expectativa formal alentada y defraudada y un cultivo tal de la ambigüedad que hiende las cosas más comunes, tiene mucho que ver con la definición de poesía, y alimenta la obra que Nick Hullegie (Epe, Holanda, 1970) expone desde ayer en ATM Contemporary bajo el título «From inversion to immersion».

La pieza descrita puede convertirse, de hecho, en un resumen -y una perfecta metáfora- de los trabajos, de muy distinto porte y ejecución, que acoge la galería gijonesa. En todos ellos, Hullegie ha intentado «modificar la percepción de lo que se tiene por normal, hacer que la gente advierta sus prejuicios visuales» a base de «reinventar la realidad» cotidiana. O, habría que decir con más exactitud: reconstruirla. Todas las obras exhibidas en «From inversion to immersion», independientemente del material, el formato o la técnica empleados, comparten un mismo primor en la factura que remite tanto a la formación ingenieril de Hullegie -cuya vocación inicial era la arquitectura- como a la tradición artesanal y manufacturera de los Países Bajos.

«Siempre he construido cosas, desde niño», recuerda el autor, para quien la escultura es una forma de «ocupar físicamente el espacio, tomarlo y crearlo de una forma que creo que encaja perfectamente con mis ideas». Pero lo básico está ahí: en las ideas, un componente conceptual básico en las obras de Hullegie que es verdad que se manifiesta prioritariamente en las tres dimensiones, pero también encuentra cauce en el dibujo y en otros lenguajes -fotografía, proyecciones- que no tienen presencia en su muestra gijonesa.

En ATM el protagonismo central lo ostenta una temblorosa «piscina» de material plástico en la que se juega a trastocar los conceptos de lo sólido y lo líquido, lo lleno y lo vacío, el continente y el contenido; un marco que se convierte en algo más que el contenedor del exquisito dibujo del bosque que contiene (un bosque que sigue más allá del dibujo, que necesita algo más que un marco para ser contenido); otro marco que es, finalmente, tan frágil como el papel que supuestamente preserva; una bombilla que es a la vez una copa de luz; dibujos en los que una línea continua basta para romper las convenciones entre fondo y figura o perspectiva y plano, o para dibujar el peso del vacío? Todo ello con una ingeniosa chispa de humor, una agudeza para el extrañamiento de lo normal y una limpieza de medios que tiene mucho que ver con la tradición surrealista y constructivista, los objetos imposibles y el Dadá, pero también con el arte conceptual, el minimal, el pop-art, el op-art y la poesía visual.

Aunque, por encima o por debajo de todo, se perciba el toque del hombre. Frente a la poética de la deshumanización que impregna todas las tendencias que Hullegie evoca, su trabajo lleva la impronta de lo encontrado accidentalmente, lo entrevisto en un fogonazo en cualquier rincón de la vida diaria y lo manufacturado con tanta destreza como humildad ante el azar o el error. No se deconstruye lo real: se construye lo ambiguo. «Yo busco la perfección en lo que hago, pero también sé que nada es perfecto, así que no tengo miedo de que se vean los rastros de la imperfección; quiero que se vea que esto no es un objeto fabricado en serie, sino una obra hecha por un ser humano, con trabajo y descartes, con tanteos».

«Normalmente la primera idea viene cuando veo o cuando pienso algo, o cuando creo ver algo en lo que me rodea, o un objeto me recuerda algo que tiene que ver con mi infancia. Tomo notas, escribo algún texto y por lo general pasa algún tiempo antes de que recupere esa idea y me ponga a trabajar con ella. Entonces añado y quito cosas, combino la idea con otras hasta que, a menudo, no queda nada de la idea original», cuenta Hullegie acerca de la génesis de su trabajo. A partir de ahí, suele elaborar un modelo -algunos de ellos, como una mesa de picnic o un árbol con columpio imposibles forman parte de «From inversion to immersion»- que puede acabar en escultura pública, en una escultura convencional, en una instalación? Y es la idea la que define el material, las formas, las escalas. Porque lo básico para Hullegie es el concepto, «la idea, por abstacta que sea, incluso cuando es sólo algo parecido a un sentimiento». «Mi trabajo es buscar una imagen que exprese todo eso de la mejor manera: el objeto y la idea deben crear finalmente esa imagen».

La insistencia en el blanco tiene que ver con la descontextualización y la desfuncionalización que Hullegie busca para los objetos en los que se basan sus obras. Es ahí, en ese espacio ambiguo, vacío, silencioso, donde los ubica física y conceptualmente para que abran una puerta para la percepción, un lugar que deje la conciencia de las cosas en una tierra de nadie, y a la vez inviten a la percepción a sentarse en una silla, en un espacio tranquilo desde el que mirar las cosas de siempre con ojos nuevos.